Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
Las Tres Gracias del presupuesto andaluz y Séneca
Huelva Paranormal
Pasaban unos días de vacaciones en una casa familiar. El matrimonio, acompañado de sus dos hijos, y dos amigos. “Es una casa familiar grande, con muchos dormitorios y baños y nos la repartimos en verano entre los hermanos, por meses, para pasar las vacaciones”, decía Antonio, cabeza de familia. El hilo de lo que les ocurrió a sus hijos, me explicaba: “Una tarde-noche salimos mi mujer y yo a la farmacia (yo tengo una enfermedad en la piel y me hacía falta la crema). Estábamos muy bien y decidimos comer algo fuera, los niños se iban a hacer unas pizzas y tampoco es necesario que estemos allí, además con casi 20 años que tienen, nosotros, a veces, sobramos. La cosa es que cuando llegamos los encontramos con mala cara y les dijimos que si se habían peleado o algo y me respondieron que no, que lo que pasaba es que les había pasado una cosa muy rara. Me dijeron que si yo tenía una foto del abuelo, de mi padre, les dije que sí y se la enseñé. Se pusieron blancos... Entonces les pedí que me contaran lo que había pasado”.
En ese momento Rubén, el hijo mayor, comenzó a contar, en primera persona, lo que ocurrió: “Cuando estaba poniendo las cosas en mi cuarto, la ropa en el armario, vi una ouija al fondo. Me extrañó y pensé que era de los primos o estaba allí por algo. Al salir mis padres por la noche pensamos, para hacer tiempo, en jugar con ella, pero de broma. Cogimos un vasito y pusimos los dedos y comenzamos a jugar. Preguntamos: “¿Está aquí el fantasma del abuelo?” y el vaso se movió sin apenas rozarlo. Pensamos que había sido alguno de nosotros y seguimos. Preguntamos el nombre, y dijo “Miguel” (se llamaba así). Entonces siguió contestando hasta que Juan dijo: “¿Puedes darnos una señal?” y entonces se encendió la luz. Le pedimos otra señal y la luz se encendió y se apagó. Mi hermana dijo que será el casquillo de la bombilla, pero era muy oportuno y raro”, contaba el chaval.
Pero pasó algo más: “Cuando íbamos a cerrar fue Juan quién dijo: “Si estás aquí, ¿te podemos ver?”. Sentimos unos pasos en el pasillo y pensamos que eran mis padres que habían llegado ya. Entonces se asomó a la puerta una cabeza, de un señor canoso, entrado en años, de un metro cincuenta y algo, como mucho (lo medimos por el cristal que quedaba a su altura en la puerta), y con la nariz ‘porrona’. Entonces, las niñas gritaron y aquello desapareció. Como Juan llamó al abuelo, creímos que era él y por eso le pedimos la fotografía”, explicaba cariacontecido. Mi pregunta, claro, fue: “¿Identificasteis a esa persona en tu abuelo o sólo se parecía?” y la respuesta contundente fue: “Sí, era él, era el abuelo, no lo conocimos en vida pero era él. Era el de la fotografía”.
No se tomaron mal esta experiencia y sólo “nos queda la satisfacción de saber que mi padre -el abuelo de los hijos- está aquí y que vela por nosotros” confesaba Antonio. Mejor tomárselo así y buscarle esa parte positiva que salir corriendo como ocurre en otros casos en los que el pánico invade a la persona.
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