Peregrinación de Huelva a Jerusalén
Tierra Santa
Se retoman las peregrinaciones que vuelven a hacer latir los lugares cristianos
Más allá de lo religioso, la realidad es un país con sus conflictos entre fronteras, Israel y Palestina
Lo que antaño podrían ser cuatro meses de incursión en sendas de conflictos para las grandes expediciones a Tierra Santa, hoy se resuelve en cuatro horas en un vuelo tranquilo. Tierra Santa continúa teniendo ese atractivo poderoso como un imán que atrae, que sigue latiendo en ese horizonte de una Jerusalén que recoge tantos mensajes de fe.
Un grupo muy amplio peregrina desde Huelva, unas ochenta personas. Desde Jacobo que va por primera vez a Tierra Santa y acaba de cumplir sus 14 años; o el más veterano, Roberto, que esta es su doce peregrinación, todo un devoto de la ciudad santa.
Nada parece que haya cambiado en más de dos milenios, siguen los conflictos interraciales, los abusos de poder, los enfrentamientos bélicos, la carencia en el entendimiento de las religiones monoteístas; incluso entre las distintas confesiones cristianas.
Quizás es una razón más para ir a Tierra Santa, entender para buscar un camino. Permite conocer la realidad histórica que ayuda al entendimiento espiritual.
Saber dónde vivió y los motivos que le impulsaron a aquel que ha marcado nuestra vida, lo mismo que la de millones de personas. Aquí, en la tierra de Jesús, la realidad es la de una ínfima minoría. Ocho millones de judíos, dos millones de musulmanes y no más de 340.000 cristianos. Por ello, los padres franciscanos piden que se acuda a Tierra Santa, porque la presencia en ese ir y venir de tantísimos peregrinos la convierten en algo vivo. Más allá de las desalentadoras cifras.
Lo cierto, que no es fácil entender al recorrer lugares históricos unos y descontextualizados otros, y templos levantados en aquellos puntos de ese camino difícil de predicaciones. Hoy no es más fácil pues está rodeado, apelmazados por calles, ciudades que viven otra religión, aunque muestran ese respeto, entre tirabuzones, levitas, pañuelos, burkas o mujeres de faldas y hombres de pantalón corto por las calles, lo europeo avanza. En los templos, sinagogas y mezquitas todo es distinto, se nota el respeto por la fe de uno y la de los otros.
Israel y Palestina están ahí, ante nuestros ojos, cercada también por Siria, Jordania, Egipto y Cisjordania. Una realidad tan diversa como paisajes se muestran ante la mirada que quiere captar todas las sensaciones, las espirituales junto a las de un país que sorprende, que gusta pero que, igualmente, nos aleja algunas cosas. Banderas de Israel y de Estados Unidos anuncian la presencia de Joe Biden. ¿Consiguieron algo? Lo dudamos.
Cerca está la muerte de la periodista palestina Shireen Abu Akleh, considerada la última martir. Hoy se denuncia en grandes murales en la calle, vemos su rostro sobre una pared en Nazaret que recorre una larga fila de peregrinos.
La pandemia nos dejó llegar hasta Tel Aviv, vemos a lo lejos esa ciudad de altos rascacielos, nada que ver con la otra Israel. Edificios del Movimiento Moderno, frente a construcciones monotemáticas, robustecidas en su interior por bloques de hormigón y emparrillado de hierros, fuerte ante cualquier agresión bélica, revestida de la piedra caliza de sus montañas, que dejan valles tan mediterráneos como los nuestros.
Llegamos en la peregrinación del Obispado de Huelva, en su habitual programación con Presstour Viajes que retoman este itinerario después de tres años de ausencia. No hay que ser muy triunfalistas pues la Covid nos pilló en esas colas de más de tres horas en el aeropuerto y si fueron nueve días de viaje otros tantos nos tuvo la Covid en casa de regreso.
La experiencia de Tierra Santa es inigualable a cualquier otra. Si bien es cierto que para ponerse en camino hay que tener unas dosis de fe, que es la que mueve montañas y te hace olvidar tantos días, tanto calor y tantísimas visitas a veces agotadoras. No hay mejor forma de sumergirse en la peregrinación que hacerlo en el Mar de Galilea. Solo este momento bien merece la peregrinación. El amanecer, a eso de las cinco y media de la mañana con luz hasta algo más de las 07:00 P.M. te hace poner las pilas en un recorrido para no perderse nada. Un jet lag que se supera rápido.
El Monte de las Bienaventuranzas, qué bonito y entrañable, lejos de ese aprendizaje de memoria de niños en la escuela de unas bienaventuranzas que quisimos retener en el corazón y no en el rezo reiterado de cual papagayos.
Los pies entraron en el mar, tan distinto al nuestro, pero más grande en la fe que el Atlántico que bordea nuestra costa. Una sensación de frescor, de brisa nueva, de adelanto de lo que habría de venir.
Cafarnaúm es un conjunto de todo. La alegría del encuentro con don José Vilaplana, nuestro obispo emérito. Saludó uno a uno, se emocionó y regaló su abrazo.
Piedra a piedra se reconstruye en este lugar las pisadas de Jesús. Hay muchos peregrinos, de distintas razas, pero de una misma fe; algunos rezan en nuestra misma lengua. La universalidad de la Palabra.
Pescadores de hombres, en la barcaza que surca el Mar de Galilea.
En Magdala, María la mujer que no reusó Jesús. La que le acompañó hasta el final, la primera en verle al tercer día. Ese es ahora nuestro camino, sobre distintos lugares; unos más lejos que otros, lo que hace pero todos se enlazan entre sí.
Buscamos la tumba vacía, en la basílica del Santo Sepulcro. Recorremos Nazaret, Belén, Tabgha, Magdala, Betania, el Monte Tabor... Jerusalén. Este es un recorrido bíblico por el Jesús histórico e, igualmente, el que habita en nosotros, el que recordamos cada domingo, en fiestas solemnes, en Semana Santa, en Pentecostés. El Dios de la Vida, el Dios Resucitado.
Un peregrinar que despedimos en la iglesia de San Pedro de Jaffa (Tel Aviv), mirando al Mediterráneo, desde donde la Palabra de Jesús se extendió por Grecia, Roma, toda Europa y desde España a América, a todos los continentes. La religión con mayor presencia en el mundo, con más de 2.400 millones de seguidores.
La alegría en el regreso tras las restricciones por la pandemia
Esta peregrinación a Tierra Santa ofrece la realidad del retorno a los lugares sagrados, pasado los duros años de la pandemia de la Covid-19, cuando quedaron sin visitas y, con ello, sin la presencia cristiana en estos lugares que es la que en verdad da vida y hace latir el corazón de los templos de la Ciudad Santa.
La realidad se constata en los mismos rostros de alegría que ofrecen los franciscanos que, como custodios de Tierra Santa, saben que esta es la fiesta del reencuentro.
La peregrinación es un camino espiritual y como tal en esta ocasión también resultó de disfrute interior. Muy especial, como acertadamente la calificó Isabelo Larios, coordinador de la misma como responsable del Secretariado Diocesano de Peregrinaciones de Huelva. A quien acompañaban el sacerdote José Ignacio Figueroa, consiliario general de Vida Ascendente de España, y el franciscano Joan Jordi Escrivá Domínguez, recientemente nombrado párroco de Palos de la Frontera.
En esta ocasión, además, se contaba con la presencia en Tierra Santa de José Vilaplana Blasco, el obispo emérito de Huelva, que se encuentra en su retiro en Cafarnaúm, la ciudad de Jesús. Allí esperaba a la comitiva onubense. Un entrañable reencuentro en el que la peregrinación le robó durante unos días de esa tranquilidad conventual franciscana, a la que deseaba desde su anuncio de retirada como obispo de Huelva, pero la fecha inicial se tuvo que posponer hasta ahora por la pandemia.
Sin duda, un regalo en la peregrinación diocesana, dada la cercanía espiritual y real que tiene con Tierra Santa durante estos cincuenta años que ahora celebra de su ordenación sacerdotal. Muchas ocasiones le llevo hasta allí, donde ahora ha querido tener un tiempo para la meditación, a adaptarse a esa otra situación en la que se encuentra después de haber dejado de pastorear a la grey onubense.
El obispo de Huelva, Santiago Gómez, estuvo muy cerca de los peregrinos, en contacto con José Vilaplana bendiciendo también la estancia en Tierra Santa. Resultó inevitable que después de estos meses las preguntas fueran directas al obispo emérito en su estancia en Cafarnaúm. Se cumplieron todas las expectativas trazadas en ese encuentro interior que pretendía, un acercamiento a una vida sencilla, sin el trasiego de una agenda completa y no fácil en el día a día que marca el Palacio episcopal.
Hay tiempo para todo o para aquello que antes se tenía menos. No solo para los rezos, que empiezan muy temprano pues aquí amanece pronto y el día también se echa pronto. Tiempo para cuestiones domésticas tan sencillas como la retirada, limpieza de los cubiertos y platos tras el almuerzo o la colada de la ropa personal. Sonríe don José, pues reconoce que todo esto también deja su huella de la vida comunitaria en el convento.
Jornadas diarias que se llenan con lo espiritual, con el tiempo para la meditación, la escritura y la lectura. El rezo del rosario junto al lago cierra la jornada. Días que nacen y crecen en un lugar tan especial como el Mar de Galilea. Acertamos al comentar con don José, en ese momento que sin conocer otros lugares de Tierra Santa ni haber llegado en la peregrinación a culminar en la adoración en el Santo Sepulcro, que había elegido el mejor sitio para el retiro espiritual que deseaba. Volvía a sonreír, como en tantos otros momentos durante la peregrinación, compartiendo con unos y con otros, no solo la experiencia de sacerdote y de obispo, sino de peregrino aventajado de Tierra Santa. Como el mismo decía, ya ‘abuelo’ en este momento de la vida.
Una vida conventual llena de vivencias que nacen de ese amplio abanico que es la presencia de Dios en el mundo y que se refleja en el convento franciscano en el que pasa su retiro, donde quienes lo habitan proceden de siete nacionalidades distintas. Aquí el italiano viene a ser la lengua en la que fluyen las conversaciones. No se le da mal.
Muy diversos e intensos momentos vividos en la peregrinación con don José. El primer día las aguas del Mar de Galilea se apaciguaron en la noche para vivir una hora santa. Un momento único que presagiaba lo intenso de la peregrinación. El obispo emérito estuvo acompañado por los tres sacerdotes diocesanos de la peregrinación. Se le notaba contento, en la profundidad de la meditación y en la cercanía a estos jóvenes sacerdotes de un Seminario que fomentó y ofreció sus frutos. Servando Pedrero Lagares, párroco de Valverde del Camino y vicario de la Sierra-Minas; José Antonio Castilla, vicario parroquial de Almonte; y Juan José Feria Toscano, párroco de Beata Eusebia Palomino y Sagrada Familia y delegado de Pastoral Universitaria.
Un recorrido que posteriormente llevó a los peregrinos por muchos momentos, la bendición con el agua del río Jordán en la renovación de las promesas bautismales, la jornada matrimonial en Caná de Galilea y en tantos otros lugares. Un recuerdo que se lleva expresado en esos rosarios sencillos de madera de olivo que José Vilaplana bendijo. Le esperamos pasada las fiestas de la Inmaculada para entrar en la Navidad, que adelantamos en la misa en el Campo de los Pastores y en la adoración en la basílica de la Natividad.
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