Platero de cartón
En el titán
El centenario de la primera edición invita a una nueva mirada El apoyo popular, clave para salvar Fuentepiña
UN año para Platero, cien de disfrute de una obra única de Juan Ramón Jiménez. No le hace falta promoción después un bagaje por 32 lenguas. Es la obra más traducida después de la Biblia y El Quijote, y de lectura obligada en las escuelas de Latinoamérica; aquí en España siempre encontró muchas manos amigas.
A pesar de todo cualquier cercanía renovada siempre es buena. Miren sino el Manifiesto por Fuentepiña promovido por el mundo de la Cultura y firmado en este inicio de 2014, con el que se va a conseguir la recuperación de la protección patrimonial como Bien de Interés Cultural para que no se pierda un especial enclave juanramoniano. Tuvieron que pasar diez años para que aquello que no consiguió la política lo mueva el interés cultural de los onubenses. Está bien las iniciativas populares, mejor que los políticos queden en otra esfera y no manoseen la belleza no vayan a quebrarla. Y es que "Platero es suave, peludo, tan blanco por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos...".
Asegura Carmen Hernández-Pizón , la sobrina nieta del poeta y representante de sus herederos, que la edición de Platero y yo fue fortuita, que iba a formar parte de sus obras completas, lo que no tuvo lugar nunca. Resulta que debía entregar al editor una traducción de Tagore y como no estaba le mandó Platero y yo. Porque la poesía alimenta el espíritu y las ganas de vida, pero igualmente es necesario el sustento del pan.
Platero llegó a la imprenta de manera fortuita por necesidad del poeta, pero no se sabe muy bien cómo y por qué aparece una de sus frases grabadas sobre el panel que forra la planta de la central de ciclo combinado de la Punta del Sebo. Está sacada del capítulo titulado El Vergel en el que el poeta en su narración dice: "Como hemos venido a la capital, he querido que Platero vea El Vergel... Llegamos despacito, verja abajo, en la grata sombra de las acacias y de los plátanos, que están cargados todavía. El paso de Platero resuena en las grandes losas que abrillanta el riego, azules de cielo a trechos y a trechos blancas de flor caída que, con el agua, exhala un vago aroma dulce y fino". Continúa el texto con una exclamación a la frescura y el olor que sale del jardín. Quizás lo menos apropiado hoy en esta entrada a Huelva y en la nueva factoría que tanto conflicto creó a la ciudad, incluso a su propio Ayuntamiento, lo que no se puede endulzar con El Vergel de Juan Ramón. ¿Qué opina la familia? Y es que estando a la puerta de aquel vergel, fueron a entrar. "(Y) me dice el hombre azul que lo guarda con su caña amarilla y su gran reloj de plata", que "er burro no pué'ntrá"; Juan Ramón miró más allá de Platero y al volver a la realidad dijo que como "no puede entrar por ser burro, yo, por ser hombre, no quiero entrar, y me voy de nuevo con él verja arriba".
En este sitio y con estas intenciones del poeta mejor quedaría la referencia al río que hace en otro capítulo posterior: "Mira, Platero, cómo han puesto el río entre las minas, el mal corazón y el padrastreo. Apenas si su agua roja recoge aquí y allá, esta tarde, entre el fango violeta y amarillo, el sol poniente; y por su cauce casi solo pueden ir barcas de juguete. ¡Qué pobreza!".
Juan Ramón tiene muchas genialidades en este encanto de libro que es Platero y yo. Difícil es darle la vuelta o que alguien busque en él unos intereses que no son ni muchos menos los que pensó el nobel cuando lo escribió. Era "un hombre libre", como se definió en El trabajo gustoso: "No he pertenecido nunca a ninguna secta política, social ni relijiosa: un uniforme es lo que más detesto en la vida; nunca he cobrado un céntimo de ningún político, monarquía, república o anarquía. Mi libertad consiste en tomar de la vida lo que me parece mejor para mí, para todos, con la idea fija de aumentar cada día la calidad jeneral humana, sobre todo en la sensibilidad".
Recordamos ahora aquella 'edición menor' de Platero y yo de 1914, para la que el editor escogió 64 capítulos de los 136 que tenía escritos Juan Ramón. La realizada por la editorial Calleja, en 1917, es la primera que refleja en su estructura la verdadera intención artística del autor con todos sus capítulos originales más los dos últimos posteriores A Platero en su tierra y Platero de cartón.
Reconoce que no es un libro para niños, sino escogido para ellos. Es también para niños, para que desde la más tierna infancia conozcan la belleza en la palabra justa y busquen en la inteligencia el nombre exacto de las cosas.
"Empecé a escribir Platero hacia 1906, en mi vuelta a Moguer, después de haber vivido dos años con el jeneroso doctor Suimarrio. El recuerdo de otro Moguer, unido a la presencia del nuevo y mi nuevo conocimiento de campo y jinete, determinó el libro (...) Primero lo pensé como un libro de recuerdos del mismo estilo que Las flores de Moguer, Entes y sombras de mi infancia, Elegías andaluzas. Yo paseaba en soledad y compañía con Platero, que era una ayuda y un pretexto, y le confiaba mis emociones". "En realidad mi Platero no es un solo burro, sino varios, una síntesis de burros plateros".
Con ese Platero del poeta estamos todos. Cada uno tiene un Platero para recorrer los sentimientos. Un Platero de cartón como él mismo dice que poseía y recrea en el capítulo final tras la ausencia del burrillo de Moguer. Un Platero en el estudio del fotógrafo, como en la imagen adjunta de Diego Calle que la realizó en Huelva en una época aproximada a la misma en la que Juan Ramón escribió su encantadora obra. "Acordándome de ti, Platero, he ido tomándole cariño a este burrillo de juguete. Todo el que entra en mi escritorio le dice sonriendo: Platero. Si alguno no lo sabe y me pregunta qué es, le digo yo: es Platero".
Los niños de Moguer tienen ahora su Platero en las calles en este recorrido juanramoniano del centenario del burrillo. Los niños se podrán montar y hacerse fotos, sentirse en la plenitud de la belleza y algún día no lejano recordarán a Platero y también a Juan Ramón y se adentran en sus libros y encontrarán la belleza plena en la palabra.
Sí, no es hemos quedado para siempre con el 'Dulce Platero': "Trotón, burrillo mío, que llevaste mi alma tantas veces -¡solo mi alma!- por aquellos hondos caminos de nopales, de malvas y de madreselvas; a ti este libro que habla de ti, ahora que puedes entenderlo".
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