Ponce animó a los onubenses a convertirse en entusiastas campeones en defensa de su ciudad

Crónicas de otra Huelva

Por lo que llamó un “quietismo suicida”, no se ejecutaron proyectos que hubieran podido ser “hermosas realidades que traían consigo la resolución de infinitos y crónicos problemas locales”

Los intereses de Huelva, los presentes y los que afectan a su porvenir, seriamente comprometidos

Calle de la Concepción de Huelva. / H.I.
José Ponce Bernal / Felicidad Mendoza Ponce

27 de mayo 2024 - 05:00

Ferviente adorador de Huelva

Le dolía Huelva, como a Larra y a Unamuno les dolió España

El artículo que presentamos hoy está en sintonía con el que reprodujimos la pasada semana. A pesar de expresar de manera clara y rotunda su convicción sobre el “lamentable estado de las cosas”, por la lentitud y la dejadez que acusaba en los representantes públicos y en el conjunto de la población, no debió observar reacción ni intuir gesto de ninguna clase para intentar dar solución, aunque fuera mínimamente, a la situación que vivía la sociedad onubense. Una semana después insistió en esa la idea conminando a los onubenses a darse por aludidos con la frase inicial: Hay que reaccionar.

Se proclamaba, esencialmente, ferviente adorador de Huelva y aseguraba que todo cuanto la beneficiase o perjudicase le alegraba o le entristecía. Ya escribió en el anterior artículo su convicción de que le iban a llover críticas por la sinceridad de sus palabras, que no buscaban otra cosa que la reacción de Huelva.

Pedía el esfuerzo personal de cada onubense para ayudar a cambiar las cosas porque el ambiente de “indolencia” le resultaba ya insoportable y estaba convencido de que toda persona que visitara la ciudad lo percibiría.

Ponce Bernal lamentaba que mientras otras ciudades se preocupan de engrandecerse, Huelva no. Se preguntaba si las rencillas políticas no habían embargado al onubense hasta el extremo de monopolizar sus actividades sin preocuparse de otra cosa. Con excepciones, la colectividad siempre careció de anhelos significativos, amoldándose, conformándose. Debido a esto, a su modo de ver, cuando una minoría proponía algo grande y beneficioso se encontraba sola y aislada en momentos en que era necesario el apoyo de la gente. Por este motivo fracasaron proyectos en el pasado que podrían haber sido “hermosas realidades que hubieran solucionado infinitos y crónicos problemas locales”.

Leemos en este artículo una definición inteligente de nuestros padecimientos, porque la ciudad sufría dos grandes boicots, uno activo, el de las autoridades; y otro pasivo, a cargo de los que llamaba “indiferentistas” de todo y que, por desgracia, eran “legión”. Ante ambos factores negativos, admitía perder muchas veces la esperanza en la “formación espiritual y material de Huelva”.

Ese profundo amor que sentía por Huelva (me gusta decir que a Ponce le dolía Huelva, como a Larra y después a Unamuno les dolió España), lo llevaba a criticar las actitudes y a zarandear a los onubenses para que tomasen partido. Aunque escribiera con gran pesimismo sobre ello, se corregía a renglón seguido para animar a la reacción en un optimista intento de aplicar esa pedagogía que le caracterizaba.

Hay que reaccionar. Somos unos fervientes adoradores de nuestra tierra. Cuanto la beneficia o perjudica nos alegra o entristece.

Nuestra pluma humilde estuvo siempre vigilante y propicia a la defensa de sus intereses. Y nuestro más caro ensueño sería que cada onubense, dentro siempre de sus aptitudes y del ambiente en que se desenvolviera, se convirtiera en un voluntario y entusiasta campeón de la ciudad que le vio nacer.

¡Ah, si cada onubenses prestase un mínimo esfuerzo personal y una leve atención a todo cuando atañese al desarrollo y prosperidad de nuestra tierra! Pero con profunda tristeza y un poco de sonrojo vemos deslizarse los días, los meses y los años sin que nuestra ciudad logre sacudirse este suicida marasmo que la embarga. Huelva da al forastero que la visita sensación de cosa muerta. Al contrario de lo que sucede en otras poblaciones, aquí se respira un sopor de ciudad inexistente. Se masca en el ambiente indolencia, pereza secular, despreocupación por todo. Tan solo en este panorama deprimente y depresivo, hace acto de presencia, agravándolo, un egoísmo sanchopancesco que es como un Inri del cuadro ciudadano local que nuestros ojos ven…

¿Y por qué esto? Si otras ciudades se preocupan de engrandecerse, de vivir una vida plena y fructífera, ¿Qué razón existe para que aquí tal cosa no suceda? ¿Es que las rencillas políticas –semilleros de odios y bajas pasiones- nos embarga hasta el extremo de monopolizar nuestras actividades todas imposibilitándonos de otras preocupaciones?

Huelva, sí, logró producir individualidades de alto mérito que honraron a la ciudad nativa, pero la colectividad, con señaladas y meritorias excepciones, siempre careció de anhelos dignificativos y amoldóse de bonísima gana a lo que diera de sí el momento que imperaba.

Debido a esta lamentable característica del huelvano de la masa, no es de extrañar que cuando una selecta y emprendedora minoría pretende en bien de su tierra llevar a cabo algo grande y beneficioso para la ciudad toda, se encuentre sola y aislada en los momentos cumbres en que tan necesario es el incondicional apoyo de la colectividad. Por eso fracasaron de momento, obligando a un más o menos indefinido aplazamiento, proyectos que hoy ya pudieran ser hermosas realidades y que traían consigo la resolución de infinitos y crónicos problemas locales. Que siempre nuestra ciudad tuvo la desdicha de sufrir, cuando de algo ventajosa para ella se trataba, dos clases de boicots: uno activo, por parte de los interesados en el “statu quo”; pasivo el otro, a cargo de los indiferentistas de todo y que en nuestro solar ¡qué tristeza! son legión los que en él forman.

Y he aquí porque, ante ambos negativos factores perdimos muchas veces la esperanza en la formación espiritual y material de Huelva.

Pero no. Hay que reaccionar del vergonzante medio ambiente. Dejarnos arrastrar por él lleva consigo un poco de vileza. Y más bien lo que urge es provocar un despertar vibrante en aquellas conciencias onubenses que, al igual que nosotros, se sientan divorciados de este quietismo suicida, que de persistir algún tiempo más dará al traste, en un mañana próximo, con nuestra personalidad de onubenses, con nuestra personalidad de ciudadanos…

BLANQUI-AZUL

Diario de Huelva, 4-10-1931

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