Putin, el líder de rostro congelado
War Room
Tomó las riendas del poder en Rusia después de la renuncia de Yeltsin y desde entonces se ha dedicado a cimentar su poder y a reducir a la nada el sistema democrático de su país
Huelva/Cuando la exsecretaria de Estado de EEUU, Madeleine Albright, conoció a Vladimir Putin, dijo que era tan frío que podía llegar a ser un reptil. El mundo ha podido comprobar recientemente esa manifestación pública de frialdad en la distancia que interpuso con Enmanuel Macron, y posteriormente con Olaf Scholz, valiéndose de una mesa de cuatro metros. Por entonces, una señal más que evidente de su falta de disposición a aliviar tensiones con respecto al conflicto de Ucrania. El considerado “nuevo zar” de Rusia no es un loco ni un caprichoso, sino una persona extremadamente calculadora, racional y fría, tal como revelan su lenguaje no verbal y la ausencia de gestos visibles.
El de Ucrania es sólo el último conflicto bélico del presidente ruso. Este señor de la guerra, que recibió en 2011 el Premio Confucio de la Paz y fue candidato al Premio Nobel de la Paz en 2021, inició las guerras de Crimea, Georgia y Ucrania, ayudó en la de Siria y heredó la segunda de Chechenia.
A las pocas horas de comenzar su última operación militar, el exministro de Exteriores español, Javier Solana, decía en la Cadena Ser que “en sus sueños está pensando que él no va a morir sin que Ucrania sea parte de Rusia”. A pesar de la deriva autoritaria de su gobierno, este líder mesiánico goza de gran popularidad entre un pueblo que premia a líderes que defienden con decisión la identidad y los intereses del país.
Vladimir Putin es un hombre hermético, casi de hielo. Públicamente, está obsesionado con mostrar su lado más viril. Al político que más tiempo ha gobernado Rusia desde la caída de la URSS lo hemos podido ver jugando al hockey, buceando o montando a caballo con el torso descubierto. Practica también la caza, la pesca, es cinturón negro de judo y, como buen ruso, es jugador de ajedrez. Su obsesión por la seguridad le lleva a tener una guardia compuesta por 9.000 efectivos, según la BBC.
Frente este exhibicionismo de macho alfa, su rostro es inusualmente inexpresivo, como si estuviera congelado. El experto en oratoria y comportamiento no verbal, José Luis Martín Ovejero, afirmaba en la Cadena Cope que es “verdaderamente excepcional advertir emociones” en su rostro y, en todo caso, en alguna ocasión deja entrever “ira y desprecio”. En su opinión, “se comporta distinto al resto de los seres humanos; le faltan las emociones más habituales. Parece no sentir culpa, miedo o tristeza”.
El lenguaje no verbal de Putin muestra un gran autocontrol y hermetismo; mantiene su cuerpo en tensión todo el tiempo, como preparado para la acción. Otro de los rasgos que transmite es seguridad. Martín Ovejero explica que “está tan convencido y seguro de lo que hace que es como si viéramos a una máquina con forma humana”. Su comunicación difiere a la de otros líderes megalómanos y narcisistas que ha dado la historia: “su manera de comunicar es distinta, aunque lo que pueda tener en la cabeza sea lo mismo”. En relación con los líderes coetáneos “no se puede comparar a ninguno; está a años luz del siguiente”.
Recuperación del orgullo ruso
La valentía con la que una diminuta proporción es la sociedad rusa expresa en las calles su oposición en la guerra de Ucrania es sólo un espejismo porque Putin se ha encargado de que no exista oposición parlamentaria, medios de comunicación independientes o una sociedad civil organizada. Y, sin embargo, para la población Vladimir Putin es sinónimo de la recuperación del orgullo de ser ruso y de mejora del bienestar.
Para entender al hombre que se ha convertido en el símbolo más destacable de la Rusia actual tras un proceso de idealización de su figura diseñado por especialistas de la propaganda soviética, es necesario conocer su biografía.
Nieto de un cocinero de Stalin, su abuelo le transmitió la idolatría por el dictador. Nació en San Petesburgo en el seno de una familia humilde, donde vivió en la misma habitación que sus padres hasta los 25 años. Tras graduarse en Derecho, en 1975 se enroló en la KGB y llegó a ser coronel. Renuncia en 1991 a su puesto en la inteligencia rusa y desarrolla una etapa política en el ayuntamiento de San Petesburgo hasta que se traslada a Moscú.
De manera inesperada, un debilitado, impopular y enfermo Boris Yeltsin dimitió como presidente de Rusia en el discurso de fin de año de 1999 y convocó elecciones para tres meses después. Como presidente interino nombró a su primer ministro, Vladimir Putin, quien, a diferencia de los otros primeros ministros de Yeltsin, mostró decisión desde un primer momento a pesar de su apariencia tranquila.
El primer reto del Putin como presidente interino fue la segunda guerra chechena, catalogada como la guerra personal de Putin. Gracias a la popularidad del conflicto ganó las elecciones de 2000. Ya como presidente oficial comienza a unificar las leyes del país y aprueba las leyes de Tierras y de Impuestos. Pero quizás lo más llamativo fue que despojó de influencia a los oligarcas, especialmente a quienes dirigían las televisiones rusas, y construyó la llamada “vertical del poder”, es decir, la restauración de la autoridad del Estado bajo los conceptos ideológicos de “democracia soberana” y “dictadura de la ley”. En realidad, se trataba del control de la sociedad civil y de los medios de comunicación, la reducción de la autonomía regional y el fortalecimiento de la autoridad presidencial.
Tras un periodo de cuatro años entre 2008 y 2012 en el que cede la presidencia para colocarse de nuevo como primer ministro de Rusia, Putin ha ganado todas las elecciones presidenciales, aumentando el respaldo popular en cada una de ellas.
En todo este tiempo, Putin ha menguado el sistema democrático y liberal (el matrimonio homosexual o la adopción por parte de personas transexuales están prohibidos), pero ha logrado sacar a la población del pozo en el que se encontraba cuando accedió al poder en el año 2000, lo que le ha proporcionado un gran respaldo popular. Además, ha modernizado un equipamiento y armamento militar obsoletos para hacer frente al poder estadounidense.
Más bien parece sacado de una película de James Bond. Putin responde al estereotipo de espía de la KGB: domina tres idiomas, es experto en defensa personal, posee un fuerte poder mentar para el autocontrol y con una personalidad inquebrantable. En palabras del psicólogo Christian Druso “es alguien al que es muy difícil de convencer o llevar a terreno propio para el intento de resolución de un conflicto”.
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