Riendas y espuelas de seda
PLAZA DE TOROS DE LA MERCED Ganadería: Seis toros de Fernando Sampedro de correcta presentación, nobles pero empleándose poco en una lidia en la que se mostraron muy distraídos y con poco celo. REJONEADORES: Pablo Hermoso de Mendoza: oreja; dos orejas. Diego Ventura: saludos tras petición; dos orejas. Andrés Romero: oreja; oreja. INCIDENCIAS: Gran entrada, con tres cuartos largos del tendido ocupado. Los tres actuantes se fueron a hombros por la Puerta Grande.
FUERON tres momentos imperceptibles en el festejo. Llegaron con la misma suavidad con la que la tarde había ido destilando el desarrollo de una lidia apacible ante el juego de seis toros demasiado bondadosos para lo que requiere una tarde de rejones. Tarde más de suave seda que de briosas espuelas. Tres momentos, tres, en los que Pablo, Diego y Andrés encontraron ese pasaporte con el que emocionar al tendido.
Legitimidad en el triunfo de todos. No triunfo de orejas. Tampoco triunfo vacío, porque los tres actuantes estuvieron generosos en cederles terrenos, consentirles distancias muy cortas, arriesgar con suave elegancia en el rejoneo que exigió un encierro demasiado alejado del necesario motor para la lidia a caballo por parte de los toros de Sampedro.
Porque parecía no estar ocurriendo nada en la plaza, pero sí que pasaron muchas cosa importantes en cuanto a toreo se refiere. Y aunque a los tres les costaba encontrar ese resorte de apoyo en un tendido sin demasiada pasión, la lidia iba dejando el poso de mucho toreo a caballo, de mucha armonía, mucho temple. De cositas, sí, pero todo a costa de los que montaban a caballo.
Todo en una cosa tenue, bonita, sí, pero tenue, frágil incluso, para lograr emocionar como ocurre cuando el toro no termina de rematar la suerte, no termina de asustar al tendido porque no aprieta. Porque todo sabe a demasiado fácil, aunque no sea así.
Más ahí estuvieron los gestos de un maestro, Pablo Hermoso, otra vez con Disparate poniendo en valor la 'Hermosina', que un día creara en esta plaza. Llevando hasta lo increíble ese recorte en una perra gorda a lomos de Napoleón y toreando sin distancia física, dando los pechos del caballo sobre Viriato.
Como digo, cada uno de los tres le encontró a la tarde esa llave con la que emocionar. No de convencer, que ya habían convencido, sino de hacer levantarse al tendido. Volcarlo hacia el albero. Esa llave la tuvo Hermoso con Berlín frente al cuarto, con el pasaje de toreo a caballo más puro de muchos que se le recuerdan. Emocionar con un toro tan ido de la pelea, es un lujo, y ese lujo se lo regaló ayer Pablo a esta plaza cuando mató, además, por arriba a este toro. Sin buscar ventajas, sin artificios raros. Todo dentro de un rejoneo con mucho temple y mando como el de sus dos faenas.
Su momento lo encontró Romero en el tercero. Esa chispa que unió una excelente faena en este toro, la encendió Guajiro, quieto, parado frente al de Sampedro, apenas tres metros de distancia, un eterno minuto y la plaza callada. Esperando hasta que surgió el encuentro. El quiebro y la suerte. El clamor. Después Guajiro se bebió los vientos camino de las tablas, oyendo Romero las palmas de verdad. Faena que Andrés, legitimó con Bambú tres impecables pares de rehiletes cortos, colofón a una buena labor a la que le había puesto mucho empaque el recibo con Carbón, otro caballo que ayer entregó mucho y bueno.
Romero, con el toro más ingrato de toda la corrida, bordó tres inmensos pares con Odiel cuando el festejo se iba apagando. Fue el corazón de una faena sólida y sin alharacas del modesto del cartel. Faena de Guajiro, sí, en lo mucho que le aportó ayer este caballo a Romero, pero cumbre con Odiel. Faena de verdad y con la ambición precisa para sacudirse ese desdén con el que de Sampedro le dejó en el saludo a portagayola con Perseo con la noche yéndose en triunfo.
Triunfo que le faltaba por lograr a Ventura. Tres orejas del máximo rival y el otro compañero con media Puerta Grande y con una corrida difícil de enganchar a la grupa le debió hacer pensar a Ventura que aquello iba a costar Dios y ayuda.
Dios que le faltó para conseguir la oreja de su primero al que Ventura le había templado la salida con la garrocha al brazo recorriendo en su totalidad el ruedo hasta que el toro se desengañó que la gracia no estaba en correr detrás de uno que era más rápido que él.
Hasta que después, a lomos de Nazarí, con los pitones acariciando la piel del caballo, el de Sampedro se metió otra vez en la pelea mientras Chalana le ganaba el pulso a la tarde con dos resueltas piruetas en plena cara del astado. Faena intensa que se quedó colgada de ese acero de matar sin romper sobre el albero.
Mas no fue Dios quien se le cruzó en la tarde a Diego sino Milagro. Milagro, y tres inmensos quiebros, perfectos desde el arranque y creíbles desde la emoción que puso en la plaza poco después de que el sombrero de ala ancha volara rabioso hasta el albero. Ventura lo vio llegar, y la faena, que comenzó voluntariosa a lomos de Roneo, se abrió de par en par, para que Ventura no discutiese de pureza a la hora de clavar la muerte sobre el quinto del festejo. La ambición estaba colmada con esos dos pañuelos sobre el palco.
Lo demás, es una Puerta Grande llena de tres toreros que le han puesto a la feria, lejos de las orejas cortadas, un ambiente fenomenal para encarar hoy la segunda del abono.
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