Salvaorillo, de Benamejí: Su estancia en Huelva y cómo enseñó el fandango a los artistas locales
Historias del Fandango
Salvaorillo fue uno de los grandes cantaores del siglo XIX, discípulo de Silverio Franconetti y maestro de Antonio Chacón
Miguel Ángel Fernández: "En Huelva, el fandango es la cartilla primaria de los aficionados al cante"
Salvador García Saso, Salvaorillo para el cante, (Benamejí, 1844-¿Madrid, 1915?). Su nombre aparece poco en la prensa, aun habiendo sido un cantaor de referencia en su tiempo. Valorado por Fernando el de Triana como uno de los grandes que siguieron a Silverio Franconetti, de quien fue alumno cantaor, secretario personal o ayudante; es probable que dirigiera el cuadro de su café cantante. Demófilo lo cita como natural de Jerez, procedencia que se dio como cierta hasta que las investigaciones de Manuel Bohórquez descubrieron que había nacido en el pueblo cordobés.
De regreso de Cuba, vivió en Sevilla, allá por 1870. Cantó en el café cantante de su maestro, abierto ese mismo año y donde actuaría numerosas veces. Fue el seguiriyero de referencia en los cafés del Burrero y de Silverio. Ese año, el matrimonio apadrinó a una hija del guitarrista Antonio Pérez. En los padrones municipales aparece viviendo en la ciudad hispalense también en 1875 y 1895. Siguiendo el ejemplo de Silverio Franconetti, Salvaorillo creó una compañía propia en 1877, dada la acogida que tuvieron los espectáculos flamencos a partir de estos años. Se infiere que alternó por períodos su estancia entre Sevilla y Huelva.
Su estancia en Huelva
En Huelva vivió con su mujer, la onubense Dolores Cordón Valle, a la que había conocido en La Habana. De su relación sentimental traían un hijo, Salvador García Cordón, al que también se conoció como Salvaorillo. En esta capital montó un café cantante y enseñó a los artistas locales el cante por fandangos, a los que imprimía un aire seguiriyero, y los cantes gitanos, principalmente la seguiriya, según se afirma en la obra "Huelva, tierra de fandangos". Uno de los que recibió sus lecciones sobre cantes básicos del flamenco (soleares, seguiriyas, polo y caña) fue Antonio Chacón en 1885, durante el periplo viajero que éste hizo cuando joven acompañado de los hermanos Molina. Entusiasmado por las facultades y el estilo del joven cantaor jerezano, estuvo unas semanas aleccionándolo., El guitarrista Javier Molina habla de él en sus memorias como si estuviera retirado, pero lo que parece más cierto es que estuviera viviendo como empresario de un café cantante que había montado, en el que actuaba de manera ocasional; parece improbable que estuviera retirado un cantaor de cuarenta y un años al que se le reconocía como maestro y al que “Silverio llamaba para recordarle cantes”, según Pepe el de la Matrona.
En la prensa local encontramos reseña de una actuación suya, al parecer fuera de cartel, coincidiendo con Dolores La Parrala en el mismo teatro. Y, por lo que se deduce, debió ser una de tantas intervenciones de Salvaorillo, porque para el periodista ya es sabido "el orden y compostura que este primer espada acostumbra a establecer en las funciones que da".
Dos días más tarde, el mismo diario onubense informaba sobre otro concierto flamenco celebrado la noche anterior “bajo la dirección de don Salvador García, que fue objeto de muchos aplausos”.
Los buenos informes de Salvaorillo y de Dolores la Parrala sobre el ambiente flamenco de la ciudad fueron determinantes para que Silverio Franconetti se decidiera a abrir un café cantante en Huelva, en el barrio del Carmen, en el verano de 1885.
En los años siguientes, hay reseñas de actuaciones suyas de nuevo en Sevilla, donde volvió a vivir.
Su personalidad
Aun siendo reconocido como uno de los grandes cantaores de su tiempo, son pocas y someras las noticias sobre su figura que van más allá de algunas actuaciones y de su trato con Antonio Chacón. Donde encontramos información sobre su personalidad es en “Cantaores andaluces”, la obra de Guillermo Núñez de Prado (1874-1915). Pero es que los textos de este bohemio autor cordobés, asiduo a las tabernas donde se reunían los artistas, están tan influidos por la tenebrosidad romántica que hacen más literatura que información. A Salvaorillo, “aprendiz del indiscutible Silverio”, lo describe como el discípulo preferido del maestro, pero asocia su sentir seguiriyero a ciertos padecimientos personales que, por su carácter discreto, nunca haría públicos.
Lo define como “el cantaor del estilo gitano que más parte de humanidad ha llevado a (la seguiriya) y, tal vez debido a esto, el gran relieve que en el arte alcanzó su figura, puesto que aportó a ellos distintivos de una personalidad propia y el contingente de materiales nuevos…”. E insiste en que “pasó por todas las peripecias, por todos los azares, por todos los espinosos obstáculos, por todos los amargos inconvenientes. La cruel y perseverante rudeza con que fue combatido por la desgracia, hubiera roto un alma de temple menos firme que la suya, pero él estaba hecho con la madera que se elaboran los héroes…”. ¿Cuáles fueron sus desgracias? No las sabemos, porque Núñez de Prado no cuenta ninguna, pero cuando tanto insiste hemos de creer que las sufrió y que la interiorización de ese sufrimiento afloró doliente en sus seguiriyas, cante en el que todos lo señalaron como maestro. Si hemos de valorarlo por sus letras (“Ábrase la tierra / que no quieo viví /, que pa viví como yo estoy viviendo / mejó quieo morir”), parece claro que reflejan una personalidad atormentada, “pues en sus cantares preferidos hay una desesperación más que humana, y por encima de ésta, que parece dominarlo todo, se ve con claridad la expresión de un remordimiento que muerde impíamente en sus entrañas…”. La vida de Salvaorillo aparece, pues, llena de misterios, de desgracias y de pudor.
La competencia Chacón-Manuel Torre
Salvaorillo vivió la competencia entre Antonio Chacón y Manuel Torre. La opinión de los aficionados de aquel tiempo podría sintetizarse en que Chacón era el que mejor cantaba, pero que Torre era el que más conmovía. Ambos vivieron esa rivalidad con mutuo respeto y desde la admiración hacia el otro, vivida en numerosas anécdotas.
Según testimonio de Antonio Mairena, Salvaorillo estaba una noche de 1908 con Chacón en un palco del café Novedades de Sevilla, acompañado de un grupo de sus incondicionales, escuchando una actuación magnífica de Manuel Torre. Para congraciarse con el maestro, su cohorte se dedicaba a criticar todo lo que Torre cantaba. Salvaorillo era defensor a ultranza de su compadre Chacón, pero éste estaba tan entusiasmado viendo cantar a su paisano que se levantó y empezó a dar voces, le tiró el sombrero, el bastón, la capa y cuanto tenía a mano en señal de admiración. Así que Salvaorillo se sentía en ridículo y le tiraba de la chaqueta pidiéndole que se contuviera, porque el público los estaba mirando. Y como Chacón seguía fuera de sí vitoreando a Manuel Torre, se volvió hacia Salvaorillo y le espetó:
-. ¡Váyase usted a la mierda, compadre!
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