Tauromaquia de MUSEO en Huelva
cuaderno de invierno | un museo taurino para huelva
Hipercor y el Patronato Taurino concretaron en 1992 una gran muestra taurina Una portada de 10 metros de alto recreaba la fachada de la plaza de toros de La Merced
No parece sino que el tiempo y el olvido se hubiesen tragado definitivamente la imagen de aquel otoño del año 92 en la plaza delantera del centro Comercial Hipercor, pero allí se levantó durante unas pocas semanas la muestra taurina más importante que a nivel colectivo haya tenido esta ciudad.
Hay poca memoria colectiva, lo que ciertamente sorprende a nivel taurino, pero es certeza que muy pocos recuerdan que hace veintitrés años la fachada del coso de La Merced se proyectó al aire de la avenida Federico Molina como homenaje a la historia taurina onubense. Testigo privilegiado, el Barrio Obrero, haciendo las veces de Cabezo y, dentro de aquella monumental carpa, los enseres más importantes de cada una de las casas toreras y ganaderas la provincia.
La Huelva taurina de peñas, dinástica, ganadera y aficionada, tuvo dentro de aquel recinto la justa representación que por historia le correspondía.
No hubo un rincón de aquel montaje, milimétricamente aprovechado y diseñado, que no recordara al espectador la importancia que la tauromaquia encerró siempre para la propia capital y, por extensión, para la provincia.
Aquel museo temporal surgió de la estrecha colaboración entre el por entonces muy activo Patronato Taurino Municipal, encargado de la coordinación de todo el material expuesto, y el apoyo artístico y crematístico de una entidad privada, ubicada hacia muy poco tiempo en la ciudad, como fue el centro comercial Hipercor.
La experiencia no era nueva para Hipercor y El Corte Inglés. Justamente seis años antes, la muestra taurina onubense se había cuajado con brillantez en la capital hispalense. Más concretamente, en el centro comercial de Nervión, aunque en esta ocasión fue el interior de una de las plantas del propio centro el que acogió la muestra.
Pero en Huelva no. Aquí se terminó diseñando un espacio con ambientación taurina y que la simbología de una plaza de toros, reinaugurada ocho años antes, la que lo encerrara todo. En esta ocasión la impronta de la exposición la protagoniza esa portada a escala de la fachada de la plaza de toros onubense, una estructura de casi veinte metros de anchura por otros diez de altura que le hacían destacar dentro de aquel espacio donde los onubenses se habían acostumbrado a ver al primer gran centro comercial de la ciudad.
Se trabajó en su realización y montaje durante dos semanas, y su arco de entrada daba paso a una carpa muy bien acondicionada a nivel artístico con el escudo de la ciudad dando la bienvenida a los numerosos visitantes que por allí pasaron.
Resuelta la ubicación de la muestra, faltaba concretar qué y de qué forma se irían colocando los distintos objetos que habrían de alojarse allí.
No fue tarea fácil convencer a los propietarios que sus preciados enseres se iban a ubicar en una carpa, casi a pie de carretera y al alcance de las manos de todos los visitantes, pero al final se consiguió y si desde luego llamaban la atención multitud de objetos, desconocidos para el gran público, lo más llamativo fue que en esta ocasión todo el mundillo taurino de la provincia se puso de acuerdo para colaborar con la idea.
El acondicionamiento artístico, obra del equipo de decoración y diseño de Hipercor, había realizado una gran obra. Molduras, marcos, paredes repletas de filigranas de escayola y cartón piedra, acercaban al visitante un espacio visual muy vistoso.
Rincones ganaderos, espacios donde cada una de esas dos grandes dinastías toreras de la ciudad disfrutaban de un recinto especial, el coso mercedario y los hierros de bravo que por aquel entonces pastaban en las dehesas onubense cobraron protagonismo.
Sólo faltaba que ese ámbito comenzara a llenarse de los objetos que habrían de darle sentido y desde todos los cortijos ganaderos de la provincia llegaron cabezas de toros notables, divisas, fotografías con mucho tiempo a sus espaldas que poco a poco comenzaron a dar sentido y colorido a las paredes y a los casi trescientos metros cuadrados de exposición que tenía el espacio.
Nunca en la historia de la ciudad se había conseguido aunar en un espacio exterior tantos elementos y tan valiosos como los que se expusieron, entre ellos, capotes de paseo y trajes de la primera época profesional de Miguel Báez Espuny, recuerdos toreros del desaparecido Manolito Litri, frente a otro espacio donde el apellido de los Chamaco daba sentido a otra época de la tauromaquia onubense. Junto a ellos, los Terrón, Silvera y todos aquellos que compartieron protagonismo en la historia taurina. Carabelas de plata rememorando al por entonces prestigioso Trofeo Navegante, hierros y divisas de las dehesas bravas de esta tierra, con toros de Cuadri, Garcibravo, Pereda, junto a los más modestos ganaderos que habían sido. Sin exclusiones elitistas. Todos dentro de un espacio mágico para que cualquiera, aficionado o no, descubriese la cultura de la tauromaquia
Más de ocho mil visitantes en apenas las tres semanas de vida que duró la exposición dieron vida al espacio expositivo más importante con el que la tauromaquia de esta ciudad ha podido contar. Lástima que fuese aventura efímera para tanto esfuerzo como costó.
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