Toda crisis tiene sus fases
War Room
Las debilidades de los líderes políticos son aprovechadas por sus rivales que tratan de sacar rédito y prolongar las mismas
Huelva/El 4 de septiembre 1976 George W. Bush fue detenido al volante con 0,10 de alcohol en sangre, el equivalente a tomar seis cervezas en dos horas. Se declaró culpable de una falta de conducir bajo los efectos del alcohol, pagó una multa de 150 dólares y le retiraron el carné 30 días. 24 años más tarde, a sólo 4 días para las elecciones presidenciales de EEUU, saltó a la luz el suceso. El escándalo no procedía del acontecimiento en sí, sino del hecho de que Bush, entonces candidato republicano con sólo una ligera ventaja sobre su rival Al Gore, lo hubiera ocultado. A punto estuvo este episodio de costarle a Bush la presidencia, ya que conducir ebrio en EEUU, además de estar castigado por ley, tiene un altísimo reproche social. El estratega de su campaña, Karl Rove, admitiría tiempo más tarde que este acontecimiento le hizo perder al republicano 2 millones de votos.
El de Bush podría ser un claro ejemplo de lo que denominamos crisis en campaña electoral, es decir, una situación determinante que puede poner en peligro un proceso electoral, pudiendo alterar los resultados previstos en un principio. La política es una de las actividades que más conviven con las crisis y, de hecho, ¿qué son las campañas electorales sino crisis en sí mismas?
Los partidos políticos están permanentemente haciendo comunicación de crisis, defendiendo sus posiciones frente a los ataques de los adversarios. Estas crisis que tienen por objetivo el desgaste del rival, difieren de otras a las que también tienen que hacer frente los políticos y que proceden de situaciones externas inesperadas en forma de desastres naturales, ataques terroristas o crisis sanitarias. En función de la actuación del líder al frente del suceso, la crisis puede reforzar su liderazgo o, bien, salir escaldado. Madrid Arena, Prestige o el accidente del Yakovlev son ejemplos de crisis mal gestionadas que acabaron perjudicando la imagen de los gobernantes.
Precisamente, George W. Bush ha tenido experiencias en crisis externas con resultados completamente dispares. La gestión de su gobierno fue duramente criticada tras el huracán Katrina, que en 2005 se cobró la vida de 1.800 personas y causó daños calculados en 150.000 millones de dólares. Éste fue, sin duda, uno de los puntos más negros de su mandato por la torpeza con la que respondió, visitando la zona a los 5 días del acontecimiento, cuando ya las críticas arreciaban.
Años antes, en 2001, y ante su respuesta al ataque terrorista a las Torres Gemelas, logró que se produjera el efecto rally round the flag, o cirre de filas en torno al líder, consiguiendo un récord de popularidad para un presidente de EEUU, pasando del 51% al 90%. Según los analistas, tanto el tamaño como la duración de la popularidad tras el 11-M le permitieron renovar su mandado y la influencia política necesaria para iniciar la guerra en Irak.
Seguir vivo
En el día a día de la política a una crisis difícilmente se le puede sacar algún tipo de rentabilidad. Estar preparado para cuando la crisis estalle puede minimizar su impacto, pero pretender salir victorioso es una fantasía. De hecho, seguir vivo ya significa en sí mismo una victoria.
Una crisis siempre supone un desgaste, si bien la envergadura del daño dependerá en cierta medida del grado de preparación previa. De hecho, todo líder y partido político conoce, o debiera conocer, sus puntos flacos, aquellos temas sobre los que los adversarios pueden hacer sangre. Y en torno a ellos tener preparada una estrategia de respuesta política y de comunicación por si, llegado el caso, estos hechos encuentran la atención mayoritaria de los medios de comunicación y de la población.
Sin embargo, lo previsto no tiene por qué cumplirse al cien por cien, y constantemente surgen nuevos focos. En opinión del sociólogo Luis Arroyo “en política siempre hay alguien que va contra ti, es así por definición, y eso significa que todo el tiempo estás boxeando”. En ese sentido, y a la pregunta de si hay que responder a todos los ataques, este experto responde que “no hay una respuesta única, depende”. En la inmensa mayoría de las veces, la decisión ofrecer una respuesta o no se ha de tomar en cada uno de los supuestos, dependiendo del alcance de la crítica y del daño que ésta produzca.
Las crisis no son procesos lineales, sino que adquieren forma de montaña rusa, según el símil que propone Arroyo. La fase de latencia es cuando no pasa nada, momento en el que la organización ha de aprovechar para entablar relaciones con su entorno. La fase de eclosión llega cuando estalla el escándalo o se produce el desastre natural; es el momento de ganar tiempo ofreciendo una respuesta que puede venir en forma de comunicado.
La fase de perversión es “la peor de todas” porque el interés de los medios de comunicación se mantiene alto y eso es aprovechado por otros actores (adversarios políticos, entidades, etc.) para entrar en escena. Éste es el momento en el que caen los portavoces y los directivos que se encuentran al mando. “Es una fase de gran angustia, te acusan, te zarandean, la prensa te cuestiona… es, sin duda, el momento más peligroso”. La recomendación de Arroyo es “mantener la calma, no echar la culpa a nadie ni entrar en controversias para tratar de salir cuando antes y acercarnos a la siguiente fase”.
A la perversión le sigue la fase de síntesis; en este momento baja la atención de los medios y se produce el veredicto de la opinión pública. Suele coincidir con los análisis en profundidad que realizan los medios de comunicación durante el fin de semana.
La última fase es la de renovación del interés, normalmente en el aniversario del suceso. Este momento ha de ser aprovechado para recordar lo que se hizo bien y aquello que se consiguió corregir.
Los adversarios pretenden a toda costa que la crisis no desaparezca, porque saben el desgaste que produce. Por ese motivo, es en esta fase cuando se constituyen las comisiones de investigación o se judicializa el conflicto, ya que estas situaciones atraen la atención de los medios de comunicación y mantienen vivo el escándalo. Como bien saben en los partidos políticos, acudir a los tribunales es la vía más segura para alargar un conflicto.
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