Volvieron Morante y Miranda
Regresaba uno pero volvieron dos . Uno, Miranda, con el valor intacto y las venas llenas de toreo. Otro, Morante, con el arte que hacía tiempo no enseñaba en Huelva. Grandísimo Miranda respondido por un genial Morante. Debía haber sido al contrario pero fue así. En ese orden y concierto. Tal y como Miranda encendió la tarde con una faena de mucha verdad, llegó esa especial clase del sevillano justamente un toro después de que el onubense borrara de un plumazo la negrura de una tarde en la que los dos primeros toros de Juan Pedro se habían llevado en sus apagadas y mortecinas embestidas, jirones de la ilusión de un reencuentro que pintaba a mirandista aunque costara arrancarle al tendido una ovación de verdad para la vuelta de un torero. Esencias perdidas de una plaza.
Ni Morante, ni mucho menos Manzanares con sendas babosas, habían dicho cositas de amor al tendido. De toreo menos aún. No podía ser, aunque el intento torero les aliviase del malestar del tendido. Pero ese tercer toro de Juan Pedro haciendo cositas de bravo con derechura y clase devolvió la ilusión a la tarde. Miranda regaló un puñado de capotazos de mucha enjundia como declaración de intenciones, quedándose muy plantado en el tercio esperando una y otra vez que el juampedro retornase al encuentro.
Dos pasos más allá la declaración de intenciones se convirtió en un derroche de valor con el capote a la espalda esperando el embroque. Sin lugar a la rectificación. Sin querer la rectificación. Volviendo a ese sitio del que un día le quitó un toro y ayer volvió a disputarle con un valor grande y una sinceridad aún mayor que ese valor. Miranda fue capaz de aislarse en esa intimidad que un toro te provoca sobre el albero. Miranda fue fraguando una faena llena de mucha verdad por ambos pitones, haciendo hervir al tendido. Huelva terminó poniéndose en pie para reconocer a ese torero que con serenidad fue cuajando en cada serie los pilares de una faena entendida en la distancia, el temple, la duración y sobre todo la sinceridad con la que el triguereño se quedaba una y otra vez en el sitio para ligar las series y vaciar por alto la embestida de un burel que tuvo nobleza y clase al seguir esa muleta que hoyaba el albero hasta hacerse muletazo importante en el recorrido largo y limpio del burel. De poder a poder y en un retorno que deja pocas dudas de que ha vuelto el hombre, porque el torero no se fue nunca. A tenor de ese sitio de Miranda frente al toro, así lo parece, más aún si mata los toros como ayer lo hizo en dos estocadas grandes con verdad y determinación.
Dos orejas tras un berreo serio por parte del respetable.
Después llegó Morante. Y con la chispeante determinación de un manojo de eternas verónicas dormido ese tiempo del toreo en la secuencia de un ir y venir con sentido de bravo, Morante embelesó a la Merced de esa forma que solo Morante es capaz de hacer cuando los duendes de su cabeza se adueñan del percal y le dan vida en forma de arte. Miranda apretó el interruptor pero Morante dejó encendida la luz y ahí brotó otra de esas páginas irrepetibles del romance del de La Puebla con esta plaza.
Volvió de nuevo el quite, otra vez las verónicas enlazadas en pleno éxtasis capotero y el galleo con el que se llevó el toro hasta el caballo para que Aurelio Cruz le dejara caer un leve puyazo. Al juampedro se le adivinaba su clase por ambos pitones y cuando la plaza esperaba a Lili Araujo con los palitroques, el maestro sentenció aquello de ¡taparse tos! y se adentró en otra de las genialidades de su particular escenografía torera: ponerle tres pares de garapullos vestidos en rojo al castaño que había en liza. Mejor, más intenso, en su sitio, el tercero al quiebro. Todo quebrado a favor de querencia y Morante entregado totalmente en hacer bellos y profundos esos muletazos que con la franela en la diestra le iban llegando con primor a la tarde. La quintaesencia del toreo de arte respondiendo a la verdad del valor. ¡Qué duelo más bonito cuando se deja querer así la tarde!
A Morante le quedaban aún tres series muy auténticas con el toro entregando su bravura tras la muleta trazando al natural el viaje largo y con clase de ese cuarto de la tarde. Más aún, en esos naturales de frente. Todavía más, la estocada en todo lo alto cobrada con la verdad de la entrega total. El de La Puebla con romero en sus manos enseñándole a Manzanares las dos orejas que llevaba en sus manos.
Inédito en su primero, el alicantino respondió al envite recogiendo con mucho temple en los vuelos de su capote la embestida codiciosa que enseñó ese toro negro y bonito que hizo quinto.
Manzanares se puso en el sitio que exigió un toro con bastantes teclas que tocar tras las banderillas. Manzanares le aguantó, consintió y expuso para lograr que el genio de una embestida corta se alargara hasta culminar el muletazo con belleza en su trazo. Le consintió en la ligazón a pesar del eterno derrote que el toro llevaba en la terminación del muletazo y dejó escrita en esa apuesta de faena una labor que merece el elogio por la determinación de pegarle muletazos con mando por ambos pitones a un bicho que cuando se cansó de ese dominio torero cantó su derrota cerca de tablas.
Difícil de igualar, Manzanares se equivocó en esa suerte de recibir e hizo municipal al de juampedro. En la rectificación de terrenos y al volapié el alicantino volvió a demostrar lo buen matador que es.
Un toro sin clase ni entrega, soso como él solo, puso epílogo a esa secuencia en la que David de Miranda le buscó las vueltas por ambos pitones . Fue la única verdad que hubo sobre el ruedo. La que puso el torero que después sufrió en la salida por la Puerta Grande ese palizón que significa irse a hombros de una multitud. Bendita paliza para quien ha tenido la determinación durante todos los días de un año en volver a vestirse de torero. Ayer no solo vino vestido, vino en torero sin dejarse nada por detrás.
Mientras, por el quiosco de los churros iba más de uno pegando muletazos al aire... como si fuese Morante.
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