¿Por qué los políticos nos meten miedo?
War Room
La utilización del temor como herramienta política tuvo su apogeo durante el régimen nazi y todavía hoy es una estrategia en las campañas electorales
Huelva/Decía Quintiliano que “a la mayor parte de la gente la mueve más el miedo al mal que la esperanza al bien”. Quizás por eso, los partidos políticos utilizan el miedo como recurso para ganar elecciones. No se trata de un invento reciente ni la última moda en estrategia electoral. Desde la antigüedad, las élites y los grupos gobernantes han utilizado el miedo como instrumento de dominación y de movilización política. Y lo han usado por igual regímenes totalitarios y democráticos, así como ideologías de todos los colores.
El miedo es algo normal en el ser humano porque se trata de un recurso para asegurar la supervivencia. Nos advierte de que existe un peligro, real o ficticio, y nos prepara para evitarlo. Es una de las emociones más antiguas, y genera reacciones que afectan a nuestra conducta y comportamiento, de ahí que sea utilizado por la clase política para mantener o alcanzar el poder.
El uso del miedo ha ido evolucionando. El miedo a la furia de los dioses, a la ira de la naturaleza, a las pestes, y a las guerras y sus efectos devastadores fueron los temores más antiguos. Los regímenes autoritarios y totalitarios infundieron el miedo al comunismo e instauraron las políticas de terror hacia sus opositores. Los miedos contemporáneos se fijan en la criminalidad, la ruina económica, la pobreza, el terrorismo y los radicalismos, y esos miedos actuales se articulan mediante refinadas técnicas de neuromarketing.
Pensadores y políticos de todos los tiempos han hecho alusión al miedo y a su utilización por parte del poder. Marco Tulio Cicerón consideraba que el hombre moldea su comportamiento ya sea por la ignominia, la esperanza o por el miedo. Maquiavelo aconsejaba ser más temido que amado, y el ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, sacralizaba el terror como política de persuasión nazi cuando afirmaba que “muchos tienen un precio y, los otros, miedo”.
La estrategia de la utilización del miedo consiste en tratar de convencer a la población de que los adversarios representan ciertos riesgos y pueden causar perjuicios. La construcción del discurso del miedo se basa en demonizar al otro y convertirlo en enemigo. Para ello se utilizan términos que en sí mismos no son ni buenos ni malos, pero adquieren un significado peyorativo, como cuando se tilda al adversario de “neoliberal” o de “socialista”.
Y, como el miedo el libre, existe un amplio espectro de situaciones hacia las que podemos sentir temor y desconfianza. Quedarse sin empleo, limitar libertades, miedo al diferente, a la inseguridad pública, a la pobreza, a perder lo que se tiene… son muchas las amenazas que se nos infunden desde el poder.
Uno de los últimos ejemplos de la utilización del miedo en una campaña electoral lo hemos visto en Madrid con el “libertad o comunismo” empleado por Isabel Díaz Ayuso. Este llamativo y controvertido lema no es más que una apelación a los sentimientos para evitar, mediante el voto, la llegada al poder de opciones políticas dañinas para la comunidad, según la propia interpretación de la presidenta.
Tener es temer
Quien más teme es quien más tiene. Como afirma el experto Andrés Valdés, a medida que la persona adquiere bienes, fama y poder, el individuo teme perder lo que ha conseguido. En ese sentido, los partidos conservadores suelen desarrollar con éxito la estrategia del miedo entre votantes de las clases media y alta para evitar que la izquierda asuma el poder. Cada vez en más países, entre ellos España, el discurso de la izquierda progresista recibe como respuesta de sus adversarios la acusación de querer convertir al estado en Venezuela o Cuba.
Sin embargo, en la gestión del miedo las distancias son un factor importante. Y el tan manido recurso de Venezuela empleado por la derecha queda demasiado lejos para convertirse en un potente movilizador del voto. Quizás por ese motivo, uno de los temas preferidos en las campañas de miedo de la política española esté siendo actualmente la inmigración. Y los mensajes están calando, tal como revela una encuesta realizada por Maldita.es, Oxfam Intermón y Atrevia sobre los efectos de la desinformación en las narrativas de odio sobre migración en España.
Según este análisis, entre las narrativas de odio que generan una mayor credibilidad destaca la que afirma que los inmigrantes no desean integrarse (34%), seguida de la que sostiene que el Estado da trato de favor a los inmigrantes (32%) y la que señala a los menores extranjeros no acompañados como un peligro (32%). Estos porcentajes aumentan entre la población mayor de 66 años, quienes dan mayor veracidad a las narrativas de odio contra los inmigrantes.
En el poder y en la oposición
La apelación al miedo no es exclusiva de partidos en el poder. También es un recurso empleado por la oposición. El voto del miedo parte de un modelo muy sencillo, según Valdés. Primero se analizan los miedos, temores y preocupaciones más percibidos por los electores; luego se priorizan y se estudia la experiencia pasada de los electores para determinar un planteamiento estratégico. Luego se anuncia una situación temible y peligrosa, se vincula a los opositores con estos riesgos, se presenta una alternativa propia, se evalúa el efecto de la campaña y la cobertura de los medios y, finalmente, se realizan las adecuaciones y mejoras que sean pertinentes.
Valdés advierte de que este tipo de campañas entraña el riesgo de generar un efecto bumerán porque, en caso de no gestionarse adecuadamente, puede ser contraproducente para sus impulsores.
¿Cómo se combaten las campañas del miedo? Frente a estrategias que atacan directamente la psique humana, los expertos aconsejan denunciar ante la opinión pública las evidencias de que se trata de una estrategia ideada por los adversarios para manipular a los electores. Asimismo, se puede desarrollar otro tipo de campañas inteligentes, que ofrezcan respuestas rápidas y firmes para contrastar sus propuestas, y que contengan altas dosis de alegría y esperanza. Porque la esperanza, al igual que el miedo, también tiene poder para modificar actitudes ante los peligros, reales o imaginaros.
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