El alma del Mora Claros

El palacete, hoy Centro de Día de Mayores, cumple su primer centenario

Josefa Jiménez Vázquez y Antonio Mora Claros, quienes encargaron el palacete donde vivieron hasta su muerte.

22 de septiembre 2012 - 01:00

Los edificios tienen el alma que sus moradores les imprimen. Hay algo más que paredes, que cuadros colgados, lámparas o artísticas vidrieras.

Los cien años que ahora se celebran del Palacete de los Mora Claros, hoy Centro de Día de Mayores, nos pone en las manos la oportunidad de conocer algo más que el edificio, aunque mirando sólo su fachada o recorriendo su interior todo esto sería suficiente. La belleza de su linea arquitectónica y la suntuosidad de su decoración interior bastaría para sentirnos satisfechos. La Junta de Andalucía, que es su actual propietaria, lo tiene incluido en el Catálogo del Patrimonio Histórico Andaluz dentro de los edificios de interés. Lo mismo que el Ayuntamiento de Huelva lo incluye en el catálogo dentro del PGOU.

El Mora Claros tiene mucho más que ofrecer, nos puede enseñar su alma. Nos habla de quienes lo mandaron levantar y fueron sus morados. De Antonio Mora Claros y Josefa Jiménez Vázquez. Antonio, hijo de importante industrial. Pepita -como así se le conocía- también hija de un acaudalado personaje de Alosno, Juan Mateo Jiménez, que explotó en diversas ciudades el impuesto del Consumo.

Hay que situar a principios del siglo XX el lugar donde se ubica el palacete. La calle Puerto es el centro neurálgico de la ciudad, la oficialidad había bajado desde la plaza de San Pedro hacia esta zona donde se ubica el Ayuntamiento y la Diputación. Sin olvidar que aquí estuvo el convento de la Victoria y más tarde la comandancia de la Guardia Civil, en el desaparecido palacio de los Trianes, pero eso estaba un poco más arriba.

En esta zona no sólo estaba la casa de Mora Claros, sino la de otros personajes importante de Huelva, la vivienda de Antonio Checa Núñez (1904), la actual sede de la UGT y la de Juan Quintero Báez (1916), hoy Colegio Oficial de Arquitectos.

Algunos pueden hoy pensar, descontextualizado el entorno, que qué buen sitio le buscaron a Antonio Mora para su monumento. Lo cierto es que sí, que está junto a su casa, pero este lugar fue elegido porque estaba frente al Ayuntamiento y la Diputación de Huelva. El había sido alcalde y presidente de la Diputación, aunque aún habiendo sido jefe del Partido Liberal Conservador, destacó por su espíritu empresarial y emprendedor. Sus contemporáneos lo sitúan con los personajes claves del desarrollo económico de Huelva, Manuel Vázquez López, Guillermo Sundheim y Matías López. Se afirmaba en la primera década del XX que "es la piedra angular de toda la industria de Huelva y, por ende, del florecimiento de esta ciudad". Si su padre había conseguido los depósitos del agua, él hace posible la puesta en marcha de la fábrica de electricidad, de la que dependía toda la industria local, incluida la Compañía Río Tinto y el Puerto de Huelva, además de ofrecer el fluido eléctrico a la capital, Gibraleón, Trigueros y San Juan del Puerto. Una fábrica que se mantuvo a pesar de la crisis carbonífera, utilizando para ello 40.000 encinas de su finca El Partido.

Junto al personaje industrial y financiero hay que destacar a la persona que promueve la Cultura en Huelva. Consigue que tenga su primer teatro, el Teatro Mora, en la calle Gravina; así el 20 de octubre de 1910 con su inauguración se escribía una página destacada para la ciudad: "la cultura de Huelva está de enhorabuena". Con capacidad para 1.085 personas estuvo en funcionamiento hasta 1968.

Otra de sus aportaciones es la puesta en marcha del primer periódico diario de la ciudad, hasta entonces los periódicos se publicaban en días alternos. El Diario de Huelva se pone en marcha en noviembre de 1908, Antonio Mora Claros es su editor. Junto a La Provincia fueron la columna vertebral del periodismo hasta los años cuarenta. Llegó incluso a superar a La Provincia en ejemplares, a pesar de ser este el decano.

Hay una aportación fundamental en el plano colombino y es el hecho que gracias a su gestión y a su aportación económica la comunidad franciscana volvió al convento de Santa María de La Rábida, que tuvieron que abandonar por la desamortización y que a a pesar de la restauración de 1892 no había regresado. Gracias a su gestión hubo un real decreto y todo se hace verdaderamente real el 29 de febrero de 1920, con su aportación económica.

Antonio Mora Claros y su esposa Josefa Jiménez, que era presidenta de la Junta de Damas de la Beneficencia, pusieron en marcha en Huelva centros claves como La Gota de Leche, para lo que ofrecieron terreno y la financiación necesaria. En lo religioso, adquieren el manto para la Virgen de los Dolores de la Vera Cruz, en 1920; la joya más importante del patrimonio cofrade onubense. Pepita Jiménez recibió, por otras muchas acciones, el título pontificio de condesa de Moraclaros tras el fallecimiento de su esposo.

La vida de Antonio Mora Claros se apagó el 20 de noviembre de 1922, a los 46 años. Pese a su juventud había dejado una gran estela de obras realizadas que continúan hoy sorprendiendo. La respuesta de la ciudad fue la dedicación del monumento inaugurado en 1926, construido por suscripción popular, que aun se conserva. Incluso la República se vio obligada a respetarlo por aclamación popular, tras decidir cambiarlo por la alegoría de la libertad acordó su restitución.

Su entierro constituyó una manifestación de dolor sin precedentes. Sus contemporáneos le elogiaron señalando que "fue en vida modelo de ciudadanos activos y laboriosos y un enamorado de Huelva, la ciudad querida a la que dedicó sus mejores entusiasmos".

Con un espíritu emprendedor que le hacía acometer todo género de empresas "arriesgando su capital y sacrificando su descanso, sus placeres y hasta su tranquilidad, proporcionando con ello ocupación a centenares de familias. Sólo por ello era un rico que merecía serlo haciéndose merecedor a la consideración y el respeto de sus convecinos".

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