Cuando todos fueron héroes

El impacto de la pandemia en Huelva

Kike, Jorge, José Miguel, Rocío, Sonia y María ponen voz al recuerdo de unos meses que difícilmente olvidarán

¿Cómo cambió Huelva en las primeras horas de confinamiento?

Los aplausos a los ‘héroes’ del confinamiento desde los balcones marcaron el día a día de los onubenses.
Los aplausos a los ‘héroes’ del confinamiento desde los balcones marcaron el día a día de los onubenses. / Alberto Domínguez
Paco Muñoz

14 de marzo 2021 - 05:30

Siempre es importante un aniversario, el recordatorio de algo que pasó tal día como hoy y que veces es dulce y a veces amargo. A veces hay quien lo olvida y, a veces, quien no deja de acordarse. También hay aniversarios para olvidar y en raras ocasiones aparecen los que no se olvidan por más que se quiera. El que ocupa estas páginas es uno de ellos. Aunque es cierto que algo se intuía, que en las tertulias y en las tribunas y en las noticias se daba como una posibilidad muy cercana. Aunque se veía venir, a toda España se le apretó un poco el corazón cuando, hoy hace un año, el presidente del Gobierno aparecía en televisión para anunciar un Decreto de Estado de Alarma que confinaba en sus casas a todos los ciudadanos. Dos semanas de encierro que se hicieron tan largas como dos meses en los que, como en todo el país, muchos onubenses tuvieron que hacer frente al doble compromiso de mantenerse confinados y salir a la calle, con la que estaba cayendo, para cumplir con su deber de servicio. También hubo héroes en Huelva, y no fueron pocos, que siguen recordando aquellos días con un regusto agrio, con esa extraña y fea sensación de los malos sueños que vuelve con la misma fuerza en cuanto se recuerdan. Por eso este aniversario es tan difícil. Porque sigue poniendo los pelos de punta.

"Nadie está preparado para esto"

Kike Pérez Collado
Kike Pérez Collado

Kike Pérez Collado vivió un mes y medio separado de su mujer y sus hijas (de cinco años y de tres meses). Trabaja en una residencia de mayores y quiso evitar cualquier riesgo, especialmente para la recién nacida, cuando, recién empezado el confinamiento, se le advirtió de un posible caso de Covid-19 en el centro: “Al final no fue un caso positivo, pero decidimos que lo mejor sería que viviera solo. Ese día volví del trabajo, me dejaron hecha una maleta y me fui al campo”. No hubo ocasión para despedidas siquiera. “Estar allí solo tanto tiempo fue terrible”, recuerda Kike, que apenas puede contener la emoción: “Sí, sí, fue lo más duro” -confirma sin dudarlo cuando se le pregunta si lo peor fue estar sin la familia- “los días se hacían eternos allí solo, esperando la ocasión de hacer videollamadas para poder estar con mi mujer y las niñas. Casi estaba viéndolas crecer desde la pantalla del móvil”. Cuando no estaba solo, Kike trabajaba bajo la imponente tensión de hacerlo en una residencia: “veías las noticias de lo que pasaba con los mayores y la verdad es que se hacía muy duro pensar que podría pasarnos a nosotros”, señala. Ni los cursos de formación, ni las medidas de seguridad ni los circuitos de limpio y sucio o las compartimentaciones daban una tranquilidad que parecía imposible en esos tiempos: “En una residencia es muy difícil”, asegura, “porque por muy bien que lo hagas siempre puede entrar el virus”. No es algo que suponga. Lo sabe. Apareció mucho después del confinamiento, eso sí, pero le dio de lleno, y aunque ya ha superado la Covid-19, o precisamente por eso, Kike tiene claro que “nadie que no haya pasado por esto sabe lo peligroso y lo durísimo que es. Por el miedo que se pasa, por ti mismo y por los demás, ni por los efectos posteriores. Nadie está preparado para esto”.

"Recuerdo mucho la soledad de las carreteras"

De trabajo, de mucho, duro y “extraño”, también sabe mucho Jorge, guardia civil de Tráfico que pasó los días de encierro, como el resto de sus compañeros, vigilando el cierre perimetral de carreteras y pueblos. El primer día del Estado de Alarma se suspendieron vacaciones, permisos o días de asuntos propios: “La prioridad era asegurar que nadie iba o venía sin que tuviera algunas de las razones permitidas” para ello. Lo que más se ha grabado en la memoria de Jorge es “la soledad” de aquellos días. Carreteras y playas que eran siempre un ir y venir de personas se habían convertido en desiertos en los que, eso sí, la naturaleza recuperaba terreno: “Fue lo único bonito: ver a los animales campando a sus anchas, como si ya no estorbáramos”, recuerda este guardia civil mientras confiesa que, aunque vivió las primeras semanas con cierta incertidumbre, no pasó miedo: “Veíamos todos los días que había mucha seguridad, que la inmensa mayoría de la gente cumplía las normas y que en nuestro trabajo se estaban haciendo las cosas bien”. Aún así, al llegar a casa siempre quedaba un resquicio de duda. La inseguridad de quien no sabe si después de una jornada entera en la calle “el virus vendría conmigo”. Nunca lo hizo.

"Solo quería llevar un poco de alegría"

José Miguel Torres
José Miguel Torres

José Miguel Torres siempre lleva una sonrisa en la cara. Es cómico. Un tipo simpático, divertido, gracioso, pero no puede ocultar ni la voz ligeramente rota ni el brillo en los ojos cuando recuerda a la chica, sanitaria y enferma de Covid, que cada día desde la UCI del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla escuchaba su espectáculo, su fiesta de los balcones. Durante 50 días, todos y cada uno de ellos desde el primero del encierro, Torres, ‘Les Buffons du Roi’, sacaba por la ventana los 3.500 watios de su equipo de sonido para llevar su show a los vecinos de la Plaza de la Alhambra, en el barrio de Zafra de la capital. La primera vez lo hizo para romper el “silencio brutal” de una zona que hasta el día anterior era un ir y venir continuo de niños y mayores. De griterío. De juegos, pelotas, bicicletas… Una plaza viva que de la noche a la mañana se había quedado tan apagada, tan dormida “que daba miedo”. Ese día, tras los primeros aplausos, puso su música a todo lo que daba “y ya no paré”. Al día siguiente, más música, algunos comentarios, baile, risas lejanas, pantallas de móvil y linternas iluminando los balcones… Torres “quería llevar un poco de alegría”, y vaya si lo hizo. Las aplicaciones de mensajería y las redes sociales se llenaron de vídeos de su Plaza, de sus vecinos bailando y cantando, de sus dedicatorias (recibía centenares de mensajes diarios), de sus chistes… Pero de lo que más disfrutaba el cómico, como todos los cómicos que se precien, era de ver disfrutar a su público, a sus vecinos: “Gracias a su entusiasmo y a su cariño estuvimos dando guerra casi dos meses, todos los días después de los aplausos”. A José Miguel Torres le gusta comparar el ambiente de aquellos días con la casa de vecinos en la que se crió, en la calle Isaac Peral: “parecía una gran familia, en la que todos se ayudaban y compartían”. El confinamiento le costó a ‘Les Buffons du Roi’ la cancelación de 106 actuaciones. Prefiere no hacer cuentas, pero está contento: “he ganado amistades”, dice sonriendo. Aquella chica desconocida, al igual que otras muchas personas a las que animó, felicitó o simplemente mencionó en alguna de sus 50 actuaciones, salió de la UCI, y se curó, y dejó su habitación de hospital. Y entonces fue a buscarlo para mirarle a los ojos y darle las gracias.

"Las familias lo dieron todo para que pudiéramos educar a sus hijos"

Rocío Bravo González
Rocío Bravo González

“Fue un golpe muy duro, y aunque sabíamos que iba a ser para largo, no contábamos que íbamos a acabar el curso sin despedirnos de ellos”. Ellos son los niños y niñas del tercer curso del ciclo de Infantil del Colegio Molière de Huelva. Ella es Rocío Bravo, su maestra. La misma que los había acompañado desde hacía dos años y medio en sus primeros pasos en la escuela, la que iba a celebrar con ellos su graduación. A la que le tiembla la voz cuando recuerda lo que no pudo ser. Rocío todavía se sorprende de que sacaran adelante el curso: “trabajar desde casa para una maestra es impensable”, confiesa, y aún así lo hizo. Las reuniones maratonianas con sus compañeras, las llamadas diarias de padres y madres agradecidos o desesperados, las tareas enviadas desde el hasta entonces despreciado grupo de padres de Whatsapp, fueron parte de una nueva rutina diaria a la que se adaptaron todos como pudieron: “sabíamos que teníamos que seguir manteniendo la enseñanza de los contenidos del ciclo, no solo por el alumnado, sino también por nosotras mismas”. No fue fácil al principio, recuerda Rocío, “pero logramos conectar con las familias, que dieron todo lo que estuvo en sus manos para hacerlo posible”. Con eso se queda, si hay que elegir los buenos momentos, la maestra, que aún se emociona cuando revive aquel tiempo recorriendo una extensa galería de fotos y vídeos con saludos, felicitaciones, besos, dibujos y regalos intangibles que suplieron, al menos en parte, los abrazos perdidos.

“Los que estamos aquí sabemos que esto es real y que es terrible”

Sonia Fernández Martínez
Sonia Fernández Martínez

Es posible que las ondas electromagnéticas que permiten la llamada de un teléfono a otro no puedan transportar una lágrima, pero sí el sonido de un nudo en la garganta. Con él encima trata de explicar Sonia Fernández Martínez, enfermera de una planta Covid del Hospital Universitario Juan Ramón Jiménez, que lleva un año sin abrazar ni besar a su madre, que vive puerta con puerta de su casa. Ni siquiera ahora, ya vacunada. ¿Por qué? “Porque he visto lo que es y no quiero que nadie de mi familia pase por eso”. Sonia sabe lo que es cerrar una puerta “y dejar allí a una persona asustada y sola”. Y sabe lo que es volver a abrirla y no encontrar ya a nadie, o acompañarla al final de su vida o, atrapada en un EPI, verla asustada, angustiada y triste. “Los que estamos aquí sabemos que esto es real, que existe y que es terrible”, confiesa mientras recuerda las semanas de incertidumbre y trabajo continuo que vivió hace ahora un año: “Teníamos miedo a lo desconocido y no sabíamos nada: ni cómo tratar a los enfermos ni como protegernos ni si los protocolos que usábamos eran definitivos… Al principio fue muy traumático. Me quitó, y me consta que a muchos compañeros también, muchas horas de sueño”. Sonia sigue hoy durmiendo mal, pero cuando fallan las fuerzas siempre salen otras de algún sitio, y entonces y ahora lo hacen desde el mismo lugar: sus compañeros. “Lo más importante de todo lo que hemos aprendido”, resume la enfermera, “es saber que todos allí éramos un equipo. Nos hemos convertido en una piña, nos cuidamos, y eso nos ha ayudado mucho a sobrellevar todo lo que hemos pasado. Pero nos somos ángeles ni héroes”, dice Sonia: “Cada uno en su gremio hizo lo que debía hacer, y nosotros lo que hacemos es cuidar a las personas. Yo no sé hacer otra cosa”.

"Lo más duro era la soledad de los pacientes"

María Franco Huerta
María Franco Huerta

“El trabajo de las enfermeras, celadores, personal de limpieza… de toda la planta ha sido increíble”, confirma María Franco Huerta, médico especialista en enfermedades infecciosas del Juan Ramón Jiménez, para quien lo peor de aquellos primeros días era la incertumbre: “el miedo a lo desconocido, porque no se sabía qué podía pasar y por muy preparadas que estuviéramos siempre había alguna duda”. También recuerda la cantidad de trabajo que supuso levantar la primera planta Covid, la formación, el diseño de los protocolos…“Nos lo traíamos a casa”, cuenta, “estaba las 24 horas, trabajando físicamente o pensando en el trabajo. Fue duro, sobre todo psicológicamente, porque estaba todo el tiempo dándole vueltas a la cabeza”. Pero lo peor, como su compañera y probablemente como todos cuantos lidiaron con el virus aquellos meses y los que vinieron, “era la soledad de los pacientes. El aislamiento nos afectó mucho. Por nosotros, porque no estamos acostumbrados a no tener a un familiar a quien explicarle lo que pasa cara a cara, y por supuesto a ellos. Era, lo sigue siendo, muy duro dejarlos solos en una habitación con tanto miedo y tanta tristeza”.

Ha pasado un año, pero aún retumba la música de Torres en las ventanas, las canciones de los niños en los audios de Whatsapp, las sirenas regalando, por una vez, alegría, la tele de los abuelos de la residencia, el cierre triste de cada puerta de la planta Covid. Hay recuerdos que simplemente no se pueden olvidar, y el de este aniversario probablemente no se olvidará nunca.

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