“Me preocupan los barrios donde queda cronificada la crisis, necesitan atención”

Voces de Huelva

El obispo de Huelva, José Vilaplana, dice que hay que rescatar el espíritu de la transición

Reitera la colaboración ofrecida al Gobierno por la Conferencia Episcopal, pero le preocupa que los prejuicios puedan anteponerse a la realidad

José Vilaplana Blasco, obispo de Huelva. / Alberto Domínguez

José Vilaplana llegó a Huelva en 2006, ahora que ha cumplido sus 75 años, cuando está cerca su despedida, habla a Huelva Información de este tiempo transcurrido entre nosotros, en el que destaca la cercanía de su gente, las posibilidades de una provincia cada vez más valorada pero necesitada, igualmente, de las infraestructuras que carece para estar mejor comunicada con el exterior. Al nuevo Gobierno le reitera el compromiso de la Iglesia de colaboración leal y generosa, a la vez que espera que se vea a la Iglesia como lo que es y no con estereotipos trasnochados que no se ajustan a la realidad del servicio que ofrece. Entiende que la sociedad está necesitada del espíritu de la transición, para que la pluralidad sea fuente de riqueza y no de enfrentamiento. Le preocupa los efectos de la crisis y la situación de los más desfavorecidos, con una mirada especial a los inmigrantes y a los barrios más marginales.

–Después de 13 años largos, nos reunimos con usted en el santuario de la Patrona.

–El santuario de la Cinta ha sido como una referencia a la casa de la Madre. Busqué su refugio en el primer momento de mi entrada en Huelva, después he venido con frecuencia, tengo recuerdos preciosos. No cabe duda que uno cuando va cumpliendo sus servicios a la Diócesis, pues también le alegra poder encomendar a la Virgen lo que se ha sembrado para que Ella, por su intersección maternal, lo bueno que haya lo haga fructificar.

–Durante este tiempo, ¿qué es lo que más le ha llegado al corazón?

–Lo que quizás me llevo más en el recuerdo cuando intento hacer un recuento de todo lo vivido, es la acogida tan cariñosa y cercana de las personas, es lo que realmente me impactó mucho desde el primer momento en mi corazón de pastor. Sobre todo la colaboración de tantas personas, porque nunca me he sentido solo.

–Habrá algunos momentos más dolorosos.

–Sí, la vida de una Diócesis siempre, como la de una familia y de un pueblo, tiene acontecimientos muy diversos. Esta semana mismo acompañamos a las personas que han vivido este drama en el incendio de la Hispanidad, una tragedia. Me hacía recordar el accidente de autobús de los aficionados del Recre o el momento de la desaparición de la niña Mari Luz. Para mí siempre resulta doloroso el no poder responder a peticiones de personas que buscan trabajo o que recurren al obispo al menos para que les escuche y no poder dar solución a las situaciones de pobreza y necesidad graves que encuentras en algunas familias y personas. Después los momentos que hayan podido existir de tensión por aclarar situaciones eso pasa nada más que se encuentra una salida. Lo que te hace sufrir más son las situaciones con motivo de la crisis que ha vivido el país y han coincidido en mis trece años en Huelva. Por otra parte, está la secularización de la sociedad, estamos en un mundo en el que se respira una secularización muy fuerte. La situación de las rupturas familiares y las pobrezas que se cronifican. Todo está en el corazón, aunque uno sabe que no puede resolver todo ni mucho menos.

–¿Viendo la situación actual, cree que el nuevo Gobierno de España será una ‘oposición’ a la Iglesia?

–A mí me gustó mucho escuchar las palabras del presidente de la Conferencia Episcopal diciendo que la Iglesia ofrece una colaboración leal y generosa. La Iglesia ha sabido convivir con distintos gobiernos y en el mundo con regímenes y sistemas muy distintos. A mí lo que me preocupa es que los prejuicios puedan anteponerse a la realidad. Si somos capaces de descubrirnos y valorarnos mutuamente, se podrá crecer en la aportación que la Iglesia pueda hacer a la sociedad. Sin el prejuicio de mirar a la Iglesia como una institución caduca, con ojos que apuntan más al pasado que al presente; eso puede crearnos algunas situaciones embarazosas.

–¿Qué le pediría al nuevo Gobierno?

–En primer lugar que mire a los desfavorecidos, en segundo que busquemos unidad, reconciliación y armonía. El espíritu de la transición que yo viví como joven creo que hace falta recuperarlo en unas nuevas claves, en una nueva situación, la sociedad es plural y estamos llamados a entendernos, no a enfrentarnos. Pienso en las diferencias, que hay que verlas como oportunidades para crecer, pero nunca para hacer que puedan surgir odios, o resentimientos de unos frente a otros. Le pido servicio a los pobres, reconciliación. Y a la Iglesia que nos miren como lo que somos, que se sepa valorar la aportación que hace a la sociedad y, sobre todo, la que hace por los más desfavorecidos.

–Otra preocupación para la Iglesia es la educación, ¿cómo la ve en este nuevo tiempo?

–La clave está en mostrar que es un derecho de los padres, que sus hijos sean educados de acuerdo con sus convicciones. Es un derecho humano, reconocido en la Constitución y, además, muy democrático porque los padres lo piden. Por otra parte, en los exámenes de acceso a la Universidad, donde hay un tribunal independiente, los resultados son buenos.

–¿La sociedad está perdiendo los valores cristianos?

–En parte sí. Pienso que hay dos elementos que me parecen que son preocupantes. Uno el consumismo compulsivo que en fechas como las más recientes lo hemos podido comprobar y, también, la superficialidad. Es decir, el dejarnos impresionar por las cosas fugases, que pasan, son noticias en un momento determinado pero que no nos dejan profundizar para analizar las cosas, verlas más desde el corazón y desde las raíces por qué son las cosas, para qué son.

–¿Es necesario un acercamiento de la Iglesia a la sociedad?

–La Iglesia está cercana a la sociedad. La comparo -si me pertimes, con la familia-, la familia está sufriendo todas estas cosas que está sufriendo la Iglesia, porque hay unos nuevos lenguajes; porque los jóvenes se mueven buscando trabajo o promoción. No hay una sociedad que sea como muy estable, que favorezca relaciones más interpersonales, más profundas. La comunicación es un problema no solo para la Iglesia, sino también para la sociedad de los grupos sociales en general. La Iglesia intenta estar cercana y, de hecho, creo que toca los problemas más dolorosos de la sociedad, porque las personas sin trabajo, con rupturas familiares, las desarraigadas, acuden a ella.

–¿Y cómo acercarse a los jóvenes?

–Es el objetivo prioritario de nuestra Diócesis y lo que estamos comprobando es la dificultad de mantener grupos jóvenes, porque se dispersan por la cuestión de los estudios y del trabajo. Hay que estar comenzando de nuevo, cuando ya tenías un grupo de jóvenes con una formación y compromiso se marchan. Estoy pensando en jóvenes concretos que unos están en Sevilla, otros en Málaga, el que se marcha a estudiar inglés a Inglatera, o a trabajar a Alemania.

–Los centros asistenciales de la Casa de la Iglesia y Oasis quedan muy dentro del obispo.

–Cuando te acercas al mundo de la inmigración descubres que dentro de ellos hay personas especialmente vulnerables, que no solamente son inmigrantes sino que además están enfermos o que han sufrido un accidente, una operación quirúrgica y necesitan una atención. Todo esto llamó la atención de nuestra Iglesia Diocesana y se intentó buscar una respuesta para estas personas más vulnerables. Había que atender tanto a los enfermos como las madres que quedaban abandonadas con niños pequeños o mujeres embarazadas que no habían encontrado tampoco una acogida para llevar para adelante su embarazo. Es verdad que como son proyectos que les he visto nacer les tengo un especial cariño, no lo oculto. Han podido salir adelante gracias a la colaboración de tantas personas. Igual que en este momento está la sensibilidad para acoger a los que duermen en la calle los días de invierno, la iniciativa del Centro San Sebastián que ahora se está poniendo en marcha. Cuando estás cerca de las personas poco a poco vas descubriendo otras necesidades y, por tanto, un reclamo para buscar nuevas respuestas.

–El Seminario es otra de sus preocupaciones, tras su vida como sacerdote y de obispo, ¿cómo invitaría a los chavales a que dieran ese paso?

–Siguiendo una frase de los papas Francisco y Benedicto, la Iglesia y todo en la Iglesia crece por atracción no por proselitismo. Esto tiene una clave muy importante, cómo hacer y quisiera decirle a los jóvenes, cómo despertar en ellos que he sido feliz siendo sacerdote y obispo. El poder comunicarle que uno puede ser feliz sirviendo a Jesucristo y al evangelio, es lo que quizás pueda ayudar a que los jóvenes se planteen seguir ese camino.

–La falta de vocaciones llega también a la vida religiosoa.

–En estos últimos años hemos visto que algunas comunidades se despidieron, como los padres Paules, padres Blancos y algunas comunidades religiosas femeninas. Refleja esta crisis vocacional y de fe que hay en nuestra sociedad. Por otra parte, hemos podido acoger nuevas realidades religiosas, quiero subrayar esta rama religiosa que ha surgido recientemente que van de dos en dos. Viven una austeridad y una pobreza radical y están en las parroquias pequeñas. Precisamente han hecho esa opción de estar en el mundo rural.

–Cuando llegó a Huelva destacó su encuentro con la realidad de la Semana Santa de la calle.

–Es de resaltar que está muy arraigada en el pueblo, en la fe y la cultura. Eso hay que respetarlo siempre, porque se expresa con formas propias. Lo que sí es verdad es que en el equilibrio que debe haber, que sea realmente una expresión de la fe, que tiene una dimensión cultural pero que no se pierda la dimensión de la fe, sino que se fomente. Este es el reto, porque como cultura está muy bien aceptada, pero a veces lo externo puede captar la atención sobre lo que no se ve, que es lo que da sentido y sustancia a una realidad. Por eso todo lo que se ha insistido en formación, que el cofrade se sienta cristiano.

–Se ha preocupado de conocer y estar cerca del Rocío.

–Este fenómeno del Rocío traspasa las fronteras de nuestra Diócesis y, por tanto, nos hace responsable de acoger un movimiento que está creciendo de una manera muy fuerte. Hay muchas personas que quieren formar parte de las hermandades, pienso que ofrece una oportunidad de convertir el Rocío en lo que el papa San Juan Pablo II dijo desde el balcón de la ermita: Que El Rocío sea una escuela de vida cristiana.

–¿Cómo ve el futuro de la provincia de Huelva?

–Nuestra provincia tiene muchas posibilidades, está siendo cada vez más valorada en lo que son sus playas, su agricultura y sobre todo de frutos rojos, la minería se está moviendo de nuevo, después está todo el tema del ibérico y el turismo rural, creo que tiene una situación privilegiada. Lo que más se nota en carencias pueden ser las infraestructuras de la comunicación.

–¿A dónde se debe fijar ahora la mirada?

–Lo que más me preocupa en este momento, sinceramente, son los barrios en los que queda cronificada la crisis, porque aunque en general se haya salido en los grandes números de la crisis, pero todavía quedan unos barrios en la ciudad que necesitan que se invierta más atención en ellos, para ayudarles a promocionarse y ser unos barrios más normalizados.

–Ahora cuando termina su tiempo en la Diócesis hay cosas que no se han podido iniciar como la Catedral.

–Pues sí, es verdad. Cuando llegué tenía ilusión de haber colaborado en la creación de una catedral moderna, tampoco espectacular, tuve entrevistas con arquitectos en Roma, pero como hemos comentado antes estos años han coincidido con los más fuertes de la crisis económica. Entonces la atención se desplazó en la hacer otra catedral que fue la restauración de lo que es hoy la Casa de la Iglesia, para las actividades pastorales como la acogida y lugar de la caridad. Ahí hemos centrados los esfuerzos y Dios proveerá, para que en otro momento se pueda tener una catedral.

De Huelva a Cafarnaún

No sabe cuando se marchará, todo depende de Roma, pero sí tiene claro a donde irá, a Cafarnaún. Vivirá un tiempo en Tierra Santa, en un convento junto a la casa de Pedro, en un lugar tranquilo al norte del país.

Desea pasar por el tamiz del corazón la larga experiencia de 35 años de obispo. Quiere dar gracias a Dios, también dice que pedir perdón porque “cuando uno termina unas etapas nunca puede decir en el ministerio que está satisfecho, puede sentirse humildemente como un pobre servidor que ha hecho lo que ha sabido y confiando en el Señor, pero igualmente consciente de los límites que uno tiene”. Se mantendrá unido a Huelva pues, como dice, la llevará en su apellido al pasar ahora a ser su obispo emérito, “estará incorporada hasta mi muerte”.

Espera cuando vuelva dedicar un tiempo a su pueblo natal de Benimarfull en Alicante, que con solo 250 habitantes tiene un párroco al que espera poder ayudar ya que atiende a muchos pueblos pequeños.

“Después -dice- no cabe duda, que el final de mi vida, si el Señor me lo permite, será Huelva”. Pide que como el himno que a lo sembrado se le de crecimiento, poniendo la mirada siempre en Jesucristo porque dice que cuando llegue el momento de la despedida “hay que ver al obispo como un servidor y es Jesucristo, como buen pastor, el que permanece”.

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