El buen nombre es la base de la riqueza individual

Crónicas de otra Huelva

Ponce Bernal: “Los hombres acostumbran a ser sobornados porque no suelen poseer en el grado necesario el espíritu de probidad, de respeto propio y de dignidad

El homenaje a Luis Bello. La contribución de Huelva

William Shakespeare / Afp Photo/Leon Neal
José Ponce Bernal / Felicidad Mendoza Ponce

22 de abril 2024 - 06:00

La introducción

Espíritu de probidad | La reflexión conduce a la prudencia

El 23 de noviembre de 1930 afirmó en uno de sus artículos del buen nombre como el tesoro más preciado que se podía poseer, “la base –dijo- de la riqueza individual”. La pérdida del honor podría ser irrecuperable, porque si difícil era alcanzar la reputación, mucho más dificultoso era conservarla. La cita con la que comienza la entrega de hoy corresponde a un pasaje de la tragedia Othelo, de William Shakespeare. Nosotros hemos querido buscarla acudiendo a la traducción de Manuel Ángel Conejero (Cátedra, 1985), del Instituto Shakespeare. Yago dice a Othelo: “La fama es, mi buen señor, el tesoro más apreciado que hombres y mujeres guardan en sus almas: quien meta mano en mi bolsa, basura encuentra, y no roba nada ni algo. Mi bolsa es mía y fue de muchos: de miles fue esclava. Pero mi fama, quien ésa me robe, se lleva con él lo que no le enriquece, pero me deja pobre y sin nada”.

Reafirmó el significado del texto. Sostuvo que cuando en el engaño salía perjudicado el interés material, la importancia era relativa. En cambio, cuando afectaba al honor y al buen nombre, era capital, porque destruía lo que resultaría muy difícil de reedificar. De todas las fortunas que se podían alcanzar, la más valiosa, dijo, era el buen nombre y si se perdía podría ser irrecuperable.

José Ponce, utilizando la cita de Shakespeare, enseñó a sus lectores lo que podríamos llamar una lección de vida. El régimen de Franco y la represión aplicada a los perdedores de la guerra civil española arrebataron a este periodista y político español, a nuestro paisano, su buen nombre, su honor, su dignidad y su memoria, hasta el punto de hacerlo casi desaparecer después de una vida fecunda.

Sirvan estas publicaciones para hacerlo florecer en la actualidad; y que su lectura nos haga reflexionar sobre cuestiones en las que, quizá, no reparemos en nuestro día a día. La reflexión nos ayudará, sin duda, a ser prudentes y a actuar con mesura y acierto.

Escribió Shakespeare: “El buen nombre en el hombre y en la mujer es la joya que está más cerca de sus almas; quien me roba mi dinero roba cosa de escasa entidad o valor, casi nada; era mío, es suyo y ha sido esclavo de miles; mas aquel que me arrebata mi buen nombre, me roba lo que a él no lo enriquece, y me hace en realidad pobre”.

Los hombres acostumbran a ser sobornados porque no suelen poseer en el grado necesario el espíritu de probidad, de respeto propio y de dignidad varonil. Si lo poseyeran sabrían despreciar con entereza todas las tentaciones. Cuando del engaño sale solamente perjudicado el interés material, la importancia es relativa, porque puede ser reparada; pero cuando el engaño perjudica nuestro honor o nuestro buen nombre, entonces su importancia es verdaderamente capital porque destruye una cosa que no hay posibilidad de reedificar. Y de todas las fortunas de que le es dable gozar al hombre en la vida, la única que, una vez alcanzada, si se pierde no puede recuperarse, es la que se refiere a la reputación del nombre. El nombre, que muchos no estiman, que la mayoría considera con indiferencia, es la base de la riqueza individual. Un hombre al que acompañe una reputación honorable y de probidad, tiene con frecuencia mucho más crédito que no alcanza tener el hombre rico que ha de afianzar su nombre con su dinero.

Diario de Huelva, 23 de noviembre de 1930. / M. G.

Por ello es menester velar siempre por el buen nombre; cuidar que las acciones y los actos de la vida no le desmerezcan, sino que, por el contrario, acrecienten su solvencia y el respeto y la estima en que se le tenga. Es difícil llegar a alcanzar austera reputación; pero es mucho más difícil conservarla. Un desliz, una obcecación, una mala fe en el murmurador puede derribar el edificio que mucho ha costado levantar; por ello hemos de poner siempre el máximo empeño en que nuestra vida aparezca diáfana y que, si alguna vez la calumnia alarga su zarpa para destruir nuestro honor o estrujar nuestra dignidad, pueda verse su manejo traidor y no logre conseguir, de esta forma, su intento.

Pongamos todo empeño en librar nuestro nombre de toda mácula; que nuestro nombre ha de constituir siempre nuestra mejor y mayor riqueza.

BLANQUI-AZUL

Diario de Huelva, 23 de noviembre de 1930

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