El campo en las manos de seis mujeres de Huelva
Seis ejemplos de emprendedoras en el medio rural que unen el respeto a la tradición con el aporte de ideas nuevas que revierten en su entorno
Ganadoras de los premios a las mujeres innovadoras en la agricultura de la Diputación de Huelva
Huelva/La innovación y el campo pueden ir de la mano, así lo han entendido las onubenses Paloma, Victoria, Isabel, Judith, Soraya y Mª Ángeles, mujeres dedicadas al cultivo o al ganado que desean ir más allá implantando sus ideas nuevas a la vez que dinamizan su entorno. Sus proyectos diferenciadores han sido reconocidos por la Diputación de Huelva en la primera edición de los Premios a las Mujeres Innovadoras en la Agricultura.
Paloma Arguisjuela es de Paterna del Campo pero desempeña su fatigada labor en Escacena. Aunque trabaja con sus dos hermanos, de 9 y 11 años más, al mando está ella. “Me he criado arriba de un tractor”, explica, y tras una etapa laboral relacionada con la maquinaria de construcción estaba “cansada de reventarme para otras empresas”. Alquiló las tierras de secano de su padre, ya mayor, con las que emprendió su propio camino.
Del trigo al girasol de toda la vida, Paloma introdujo el aloe vera, el espárrago verde, el boniato, además de almendros y olivos en intensivo. Empezó en 2017 y es autónoma desde febrero de 2018. En sus inicios se asoció a Asaja, donde recibió una gran ayuda. En total, tiene contratadas 36 hectáreas, doce o trece de riego. Los comienzos fueron complicados porque para comercializar el aloe vera en ecológico deben pasar dos años, “en el primero no había comercio y tenía que tirarlo todo al suelo, así que cogí mis cajitas y me pateé toda Andalucía”.
De esta manera “poco a poco empecé a conocer a gente, respondía a todos los clientes y entre ellos daban mi referencia”. Ahora exporta una parte a comercializadoras que lo procesan. La otra, la de más calidad, ella misma la envasa en piezas, les coloca la pegatina para la identificación, paletiza el pedido “y después viene el camión y se lo lleva para Alemania”.
Contrata de 250 a 300 peonadas según la racha y está pensando en implantar un invernadero porque “sé montar y desmontar túneles” y es que no le faltan ideas ni ganas de trabajar, tanto que “mi gente me dice: niña, ya está, para un poquito”. Paloma ha obtenido el primer premio, con una dotación de 5.000 euros que dedicará a su plantación, en la que “los trabajadores me hacen más caso a mí que a nadie”.
Una autoridad que ha forjado en un lugar en el que “me han visto trabajar desde pequeñita”. No ha sufrido la discriminación por ser mujer, –“suerte que aquí me conoce todo el mundo”– aunque en sus inicios, cuando llamaban por teléfono “preguntaban por el encargado, hasta que han visto un trabajo bien hecho”.
Victoria e Isabel Martín son dos hermanas de Lepe empresarias autónomas que han dado un giro a la tradición agrícola heredada de sus abuelos. Ellos tenían sus cultivos de secano como almendros, higos y uno incluso elaboraba su propio vino extraído de sus viñas. En un entorno en el que reina el fruto rojo, buscaron un nicho de mercado para diferenciarse que encontraron en la fruta de hueso.
Cada una tiene su propia finca, Isabel se dedica desde 2008 a la ciruela y unos años después, en 2015, Victoria siguió la estela añadiendo la nectarina. “Vendemos la fruta en fresco centrándonos en obtener un producto de excelente calidad, libre de pesticidas” que comercializan a través de Plus Berries.
El compromiso de las hermanas con su entorno se refleja en la búsqueda de la excelencia de sus cultivos bajo una perspectiva sostenible, la participación activa en su sector y la solidaridad. “Entendemos la agricultura como un medio de vida para crear actividad empresarial y crear productos viables”, explica Isabel. “Nos involucramos en la sociedad”, añade Victoria.
Pertenecen a la Asociación de Mujeres Empresarias de Huelva, a la Asociación de Empresarios de Lepe, Freshuelva, o la Comunidad de Regantes de Lepe, colectivos “que hagan bien común en el mundo empresarial” y cada una da trabajo a unas cincuenta personas. Acreedoras del segundo premio, dotado con 3.000 euros, lo donarán a la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de Lepe y Entorno (Afale), a la Asociación de padres de niños y adultos con discapacidad (Aspandle) y a la Asociación Española contra el Cáncer de su municipio. “El último año ha sido complicado y los más desfavorecidos siempre son los más perjudicados”, señalan.
Soraya Valero y su marido soñaban con disfrutar de su jubilación entre sus olivos en Cala, sin embargo la fatalidad les condujo a ellos mucho antes de lo esperado. Auxiliar de clínica veterinaria, desempeñaba esta labor en Sevilla cuando su padre “cayó enfermo con mal pronóstico y decidí volver para cuidarlo”. Junto a su pareja, dejaron atrás la ciudad y sus trabajos en 2017 y estuvieron un tiempo “buscándonos la vida, así que cogimos aceite y nos metimos en el aclare del melocotón”.
Tocaba atender las siete hectáreas de olivar en ecológico, las ovejas y “decidimos meter gallinas para dar un paso más allá”. El año 2019 se les fue solicitando registros sanitarios, reparando y acondicionando las naves y 2020... En conclusión, “en 2021 tuvimos que empezar de nuevo”.
Las 300 gallinas no les da para vivir, así que mantienen trabajos paralelos para afrontar las inversiones que necesitan. Ella cuida los 160 burros y mulos de una finca y su marido lleva en otra las vacas, las ovejas y los guarros. En la propia deben ocuparse de las cincuenta ovejas que mantienen el olivar y “sacamos los borreguitos, los vendemos para el cebadero”. Soraya atiende un pequeño huerto en el que mezclan semillas autóctonas con otras de la familia de su marido, originaria del pueblo extremeño de Montemolín.
Parte de los 2.000 euros del premio los quiere destinar a aumentar el número de gallinas criadas en libertad y la otra a una causa social. No sería la primera vez porque han donado huevos a los ayuntamientos vecinos para repartirlos entre desempleados. Ahora planean desarrollar talleres psicológicos en Arroyomolinos de León y Cala para “ayudar a personas que lo necesiten como nos pasó a nosotros, queremos animar a la participación de la gente, que salgan de la monotonía y haya algo más en el entorno rural, a veces más cerrado de mente en estos temas”.
Madre desde hace ocho meses, quiere darle una educación a su criatura por la que “valore lo que nos han dejado, inculcarle nuestras tradiciones y respetar lo que tiene” como ella misma hizo con el legado de su padre.
La herencia de las tierras de su padre en Jabugo y en Aroche produjo un clic en la cabeza de Judith García y su marido. Habían trabajado como monitores de campamento en Sierra Nevada y Deifontes, y como educadores sociales en Sevilla pero “nos apetecía un cambio de aires”.
Eso fue hace seis años, un momento de “iniciarlo todo” y el germen del proyecto Apadrina un guarrino, por el que han obtenido uno de los tres terceros premios, dotado con 2.000 euros. Admite que hay que hacer “muchos números, cuesta mucho echar para adelante” aunque, una vez madurada la idea, “nos decidimos porque hubo gente que decía que se apuntaría, que no eran ni mi primo ni mi hermano, por compromiso”.
Llegó la pandemia y bajó el precio de los cochinos, “así que nos dijimos ahora o nunca”, dice Judith. La persona interesada firma un contrato que estipula un importe de reserva más otros cuatro pagos (800 euros en total si es bellota y 650 euros en total si es bellota y cereal) que implica el cuidado en vida, el transporte al matadero, el proceso sanitario, la carne fresca y la última etapa en un secadero de Cumbres Mayores para las chacinas. “Es como el que planta una tomatera, es el tuyo y el que más rico te sabe”, dice esta ganadera.
Para Judith, “va más allá de vender cochinos porque se crean vínculos y a la vez mantenemos viva la cultura del ibérico”. Aunque el premio está a su nombre, destaca la labor al 50% de su pareja. Cuenta que hay quien sigue pensando que una mujer no puede ser ganadera, “yo he tenido que demostrar mucho más que mi marido a pesar de que al principio él era el que no sabía nada”. Sin embargo, “el balance es positivo”.
La primera toma de contacto de Mª Ángeles Tomé con el campo fue en la finca Las Madres, la primera que se dedicó en Palos a la fresa, donde fue a trabajar a los 14 años y allí conoció a su marido. Ahora forman una familia junto a sus dos hijos, de 28 y 31 años, también involucrados en los cultivos de fresa –las autóctonas rábida y rociera más la fortuna– y frambuesa en terrenos de Palos de la Frontera y Moguer.
Dan trabajo a diez personas pero en los momentos de mayor actividad la cifra puede llegar a cincuenta. Al principio, Mª Ángeles y su marido gestionaban la empresa familiar junto a su suegro hasta que los dos cogieron las riendas de una actividad que les apasiona y que conocen en profundidad, “cuando venía el perito decía que era él el que aprendía de nosotros y no al revés”, apunta esta agricultora.
En estas décadas han vivido “mucha evolución, del riego manual hemos pasado al programado a través del ordenador, los tractores no se parecen en nada y ahora tenemos los invernaderos que cogen seis lomos, antes cada uno llevaba un arco pequeñito de alambre y te mojabas entera”.
Su gran aportación es un campo de experimentación que implantó desde hace muchos años y en él han realizado pruebas con más de veinte variedades de fresa y alguna frambuesa que plantan en diferentes fechas para evaluar su comportamiento. Mª Ángeles ha obtenido uno de los tres terceros premios por el que está “contentísima” debido al reconocimiento que supone para las mujeres dedicadas al sector primario. “Somos muchas y está muy bien que se nos escuche porque estamos al pie del cañón”, añade.
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