Pilar Cernuda
¿Llegará Sánchez al final de la legislatura?
Crónicas de otra Huelva
EL PASO DEL TIEMPO
La falsa alegría del payaso
En muchos de los textos de Blanqui-Azul aflora la melancolía. En el que presentamos hoy se percibe la tristeza que produce la percepción del paso del tiempo. Resulta llamativo que solo tenía 32 años cuando escribió este texto, el del Cementerio de la Soledad y otros que hemos reproducido que abren la puerta a ese romanticismo decimonónico. Ponce era un soñador, inconformista y rebelde, que buscaba una realidad que no existía, una Huelva que se resistía a la madurez y al progreso y que, en cambio, se mecía en los brazos de Morfeo dejando pasar el tiempo.
La contemplación de la carpa del circo, del Circo Boza que muchos lectores recordarán, le transporta a su niñez, a ese momento feliz de la vida, que lo es porque no se conocen los sinsabores y los desengaños que quedan por vivir. La inocencia de entonces se torna en cruda realidad cuando la responsabilidad obliga a situarse en el mundo dejando atrás la de ensoñación de la adolescencia.
Habla de la falsa alegría del payaso. Su sonrisa permanente, dibujada a propósito para mostrar el mejor regalo al público, esconde dramas que en esos momentos somos incapaces de ver como espectadores, porque vamos al circo con la firme intención de pasar un buen rato, de reírnos de veras con las ocurrencias del actor, con sus torpezas y habilidades, con su paciencia y arrojo. ¿Quién se para a pensar en un momento así lo que puede haber detrás del maquillaje de un payaso? Él lo hizo. Quizá no solo pensando en la vida que hay detrás de una máscara, sino también pensando en la suya propia. Decía que los años le habían modificado muchas percepciones de la vida. A todos nos ha pasado. Quizá todos tenemos nuestra propia máscara con la que nos mostramos al mundo, creamos nuestro personaje y hacemos el relato de lo que somos.
En la anchurosa Cuesta del Carnicero (los huelvanos llamaremos siempre así a esa antesala del Conquero) está instalado el circo. Es ya conocido, muy conocido en Huelva, pues en sus actuaciones anteriores dejó una simpatía bien merecida en el público. ¿Quién no recuerda al Circo Boza?: es el circo de Pacheco, de ese hombre incansable, de rostro cetrino y nariz “boxística”, que por España entera hace años va levantando los números más salientes entre los artistas que se dedican a este género bien lleno de dificultades.
La instalación de un circo es cosa que revuelve recuerdos sedimentados en las almas. Nos lleva a esos años felices de la niñez cuando pedíamos al padre que nos llevase al circo para reír las cosas de los payasos. En aquellos años, para nosotros el circo era solo los payasos, aquellos hombres que salían a la pista grotescamente pintarrajeados, vestidos con prendas absurdas y que recibían muchas bofetadas…; entonces reíamos a borbotones, con envidiable ingenuidad aquellas cosas que hacían los payasos, a los que no podíamos ver de otra manera que en aquella de hacer reír. Creíamos que siempre reían, lo mismo en la pista como en la calle, como en el refugio del hogar.
Luego, los años nos han hecho ver las cosas bajo un prisma bien diferente. Los payasos no ríen siempre: muchas veces, bajo la carátula de pintura que desfigura su rostro, se oculta la tragedia íntima, el dolor que ahoga toda expansión, la contrariedad que es capaz de torcer el rumbo de una vida… y entonces el payaso ha de fingir una alegría que está bien lejos de sentir, porque necesita hacer reír a una masa de público que va precisamente a contagiarse de la alegría de los hombres de rostro embadurnado que dicen chistes y reciben golpes…
En la alegría del circo hay un poco de engaño. Ojalá que siempre pudiéramos vivirla como cuando éramos niños, creyendo firmemente que esa alegría de los payasos es en todo momento natural sin paliar nunca contrariedades ni tristezas.
BLANQUI-AZUL
Diario de Huelva, 15-10-1930
También te puede interesar
Lo último
No hay comentarios