Dramas ocultos: La miseria en la ciudad

Crónicas de otra Huelva

El periodista onubense Ponce Bernal contaba en 1929 la historia de una mujer, “la imagen viva del dolor”, que acude a la Redacción de su periódico para contar su drama personal y familiar

Ponce sostiene en este tributo a Joaquín Costa lo preciso de “beber en las puras aguas de su ideal reconstructivo”

Panorámica de Huelva desde el Conquero a principios del siglo XX.
Panorámica de Huelva desde el Conquero a principios del siglo XX. / H. I.
José Ponce Bernal / Felicidad Mendoza

17 de febrero 2025 - 07:01

La tragedia silenciosa

Los periodistas, hombres de comprensión

Ponce relata en este artículo uno de los muchos dramas humanos con los que convivía a diario en aquella época. Dice que hasta la redacción se acercaban personas asoladas por una vida mísera pidiendo unos párrafos que contaran su triste existencia. Estas gentes, que sabían que el sueldo de un periodista no daba para muchas alegrías, sí sabían, según comenta, que los periodistas eran “hombres de comprensión” (hermosa definición). Y como la obligación de estos profesionales era estar en contacto con la calle, sabrían trasladar con su relato la tragedia silenciosa de los necesitados. Resalta la importancia de que los periódicos tuvieran las puertas abiertas a estos desastres como única manera de que el mundo supiera de ellos, en su misión indispensable de vivir en contacto con la realidad. Sensible como era al dolor ajeno, le había conmovido la imagen de una mujer por parecerle “la imagen viva del dolor”. Asemeja la figura del mendigo con la “apariencia traumática de un náufrago”. Y señala la tristeza de ver a quienes habiendo tenido solvencia, se afanaban por conservar “los restos de una apariencia decorosa”. Son frases duras que describen a la perfección la pobreza. Sirven para su época tanto como para la nuestra. Ponce Bernal se pregunta cómo es posible que en una sociedad como la suya, donde había organizaciones sociales, caritativas, organismos benéficos e instituciones públicas podían darse semejantes situaciones dramáticas. Nos preguntamos cómo en una sociedad como la nuestra, la actual, la de hoy, pueden darse dramas como el que Blanqui-Azul describe en este artículo. Dice estar hondamente impresionado por la situación de esa mujer, cuyo marido no encontraba un empleo, aun siendo apto para trabajar. La situación les había obligado a vender sus enseres, los habían desahuciado y ya ¡solo le quedaban los hijos! Busca, contándolo, herir la conciencia de las personas que tienen en su mano arreglar la situación para que nadie viva de ese modo.

De vez en cuando suelen visitar las redacciones de los periódicos algunos de esos infelices que están a punto de perecer acosados por la miseria. Entran humildemente, nos cuentan sus adversidades y solicitan un suelto periodístico excitando la caridad de las buenas almas… Son los náufragos de la vida. Ellos, que ya han llamado inútilmente a muchas puertas, vienen a los periódicos en última y dolorosa instancia. Saben, sin duda, que los periodistas no son gente adinerada; pero, en cambio sí hombres de comprensión que procurarán interesar a los lectores de la tragedia silenciosa de los necesitados.

Es el dolor de los caídos que se nos entra por la puerta para solicitar nuestra atención entre los diversos temas de actualidad. Es el aire de la calle que nos trae el grito desesperado de alguna víctima de la miseria. Hombres que no tienen donde trabajar; mujeres cargadas de hijos; familias desahuciadas porque no pudieron pagar sus viviendas… Y es un desfile demasiado frecuente.

Quizás en muchas casas ricas, de difícil acceso para los pobres, ignoran estos dramas. Si los conocieran seguramente los remediarían con prontitud. En cambio, en la redacción de un periódico encuentra fácil entrada todo el mundo, porque los periódicos tienen la obligación de vivir en contacto con la calle. Y como las puertas están abiertas, las lamentaciones de los desgraciados llegan diariamente a nosotros….

Se ha presentado una pobre mujer que era la imagen del dolor. Se adivinaba en su vestido el deseo desesperado de cubrir decorosamente la miseria, salvando los restos de una dignidad que luchaba contra la vergüenza de los harapos triunfantes.

Diario de Huelva, 2 de marzo de 1929.
Diario de Huelva, 2 de marzo de 1929.

El mendigo tiene la apariencia dramática de un náufrago. Pero es más triste aún la figura de las personas que han descendido a la pobreza y conservan angustiosamente, por pudor social, los restos de una apariencia decorosa.

Y esa infeliz mujer nos ha dicho: Tengo esposo y seis hijos; el mayor, de catorce años, está enfermo hace tiempo, y apenas si encuentro con el auxilio de personas caritativas, lo suficiente para alimentarle. A veces no le puedo dar nada al pobre… Los otros están medio desnudos y comen lo que Dios quiere. Mi esposo es apto para trabajar y quiere trabajar para sostener a la familia. Sin embargo, no encuentra quien le facilite trabajo. Busca, acude a muchas partes, se desespera… Todo inútil. Nos han desahuciado de la casa donde vivíamos y a duras penas hemos encontrado otra. Pero cada día nuestra situación es más terrible. Para no morirnos de hambre hemos liquidado todos los muebles que teníamos. Hemos vendido las sillas, las mesas, las camas; lo hemos vendido todo… ¡Y ya no nos quedan más que los hijos!...

Nos ha impresionado hondamente la figura de esa mujer, que ha llamado a muchas partes sin hallar una acogida bondadosa. Y al verla marchar para seguir su triste peregrinación, nos hemos preguntado si es posible que en una ciudad con organizaciones sociales, caritativas y benéficas pueden desarrollarse en silencio estos dramas familiares y ocultos.

Esa pobre señora, a la que ya no le quedan más que los hijos, es una figura patética que debía herir la conciencia de muchas gentes.

BLANQUI-AZUL. Diario de Huelva, 2 de marzo de 1929.

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