La educación en La Ribera de Huelva, alas que arrancan cárcel
El centro penitenciario ofrece formación desde el nivel más básico de alfabetización a la universidad, pasando por la FP
La prisión acoge el centro Miguel Hernández Gilabert
Huelva/En una prisión nacieron las Nanas de la cebolla que Miguel Hernández dedicó a su pequeño hijo. Fue en la que había en la calle Torrijos de Madrid, pero el poeta también pisó la cárcel vieja de Huelva. Apenas unos días permaneció allí y sin embargo, esa huella y la de su legado literario da nombre hoy al centro educativo que acoge la cárcel de La Ribera, el Centro de Educación Permanente Miguel Hernández Gilabert.
En sus aulas asisten a clase personas privadas de libertad pero no de formación. Alumnos como Manuel, Valentín, Ismael o José Antonio, que coinciden en que gracias a ese tiempo de estudio despejan su mente de cosas malas, o como decía el poeta a su niño, Tu risa me hace libre / Me pone alas / Soledades me quita / Cárcel me arranca.
Los internos cuentan con un abanico formativo que va desde el nivel de alfabetización más básico al universitario a través de la UNED, pasando por la Formación Profesional. Al Nivel 2 de formación básica asiste Manuel todas las mañanas de lunes a viernes, le quedan un año y ocho meses de condena y espera dejar la prisión con el título de ESO bajo el brazo. Manoli, su maestra, dice que este padre de varios hijos “tiene actitud”.
A ellos, Manuel les anima a estudiar, “siempre les digo que les vendrá bien para el día de mañana y van muy bien. Me dicen papi, he sacado un 8, qué alegría”. Asegura que su fuerte son las matemáticas, pero los deberes los lleva peor porque “tengo todo el día ocupado con actividades y también hago deporte”. En junio tendrá que examinarse del Nivel 2 y si lo supera, se presentaría a las pruebas libres para la consecución de la ESO en abril del año siguiente. La cocaína y las consecuencias de su consumo le condujeron al lugar que ocupa ahora pero en las clases “se hace más ameno”, también ha aprendido a “ a resolver situaciones que ya se me han presentado para recaer, y he dicho que no”.
Seiscientos estudiantes se matricularon el pasado año, aunque el proceso está siempre abierto. En el actual son unos cuatrocientos porque debido a las obras que se llevan a cabo la población reclusa total es menor. También en el Nivel 2 está Ismael, es de La Línea de la Concepción (Cádiz) y espera su traslado al centro penitenciario algecireño de Botafuegos. Acaba de sacar un 10 en matemáticas y antes un 9,25 en Sociales y un 8,5 en lengua. “No he sido mal estudiante pero fui padre joven... y cogí el camino equivocado”.
En febrero habrá una revisión de su condena, que en su mayor parte “la he pasado trabajando”, un periodo en el que también “he cogido una afición grande por la lectura”. A este hallazgo y en especial a la obra de Alberto Vázquez-Figueroa dedica su tiempo libre, el que le dejan sus estudios de la mano de “unas maestras maravillosas”.
Raúl Barba dirige la prisión de La Ribera desde 2019 y explica que cuando una persona entra en prisión “su vida se para, la de sus seres queridos continúa y ellos no están, es un choque emocional que crea un vacío”.
El objetivo es llenarlo y el resultado es que “más del 80% de los internos tiene alguna actividad, lo más raro es el que no hace nada”. Todo es voluntario y el director reivindica que “es falso que salgan peor de lo que entraron, aquí estamos enfocados en que no pase eso, en que dejen de consumir y la mayoría de los que salen aprenden a vivir sin delinquir”.
“Se nota la motivación de los internos” que asisten a clase, asegura. Con su llegada se implantó el Bachillerato hace tres años, comenzaron con tres alumnos y este curso hay 24 a los que forman cuatro profesores que acuden a La Ribera dos días a la semana. El curso pasado incluso se abrió el camino a la PEvAU, un tribunal se trasladó al centro para los exámenes de acceso a la universidad.
La mayoría de los internos de La Ribera son de segundo grado penitenciario, una categoría que permite flexibilizar la condena una vez cumplida la cuarta parte. Existe la posibilidad, por ejemplo, de obtener permisos por buena conducta algo que, como señala el director, “es un concepto muy amplio”. En este sentido, el buen aprovechamiento del tiempo estudiando puede entenderse como buena conducta que genere un beneficio “pero no es automático, en cualquier caso la cárcel propone, pero para el permiso se requiere una aprobación judicial”.
Los beneficios se presentan de muchas formas porque José Antonio está a un tris de obtener el título de ESO, de los tres ámbitos que necesita aprobar ya tiene dos, le falta el lingüístico. De momento “mi familia ha recuperado la confianza en mí”, dice este joven de 34 años que quiere seguir estudiando “hasta donde llegue, si lo tomas en serio no tiene fin”. De nuevo, “la droga y las malas decisiones” llevaron también a prisión a José Antonio, que ha sido carpintero, soldador y hasta ha trabajado en un salón poniendo uñas postizas. Ahora quiere “aprender, tener la mente ocupada y abrir puertas para el día de mañana”.
Después de tres años en los que “no echaba cuenta”, al fin el pasado Valentín se puso las pilas, aprobó el Nivel 2 de formación básica y ahora está dentro del plan para conseguir el título de ESO. “Voy a poner todo lo posible”, dice este estudiante que coincide con sus hijos en las materias que dan en sus respectivos colegios y que está pensando seguir con una etapa superior. “Me falta tiempo”, dice, las tardes las dedica al gimnasio y acaba de empezar junto a un compañero un puzle de 6.000 piezas, “es bonito compartir ese tiempo”.
En total, son diez los docentes que forman el equipo del Ceper Miguel Hernández y al frente cuentan con todo un trío de ases compuesto por Trini (directora), María (jefa de estudios) y Tania (secretaria). En sus inicios, la actual directora integraba el antiguo cuerpo de docentes de prisiones y a finales de 1987 se sumaron dos maestros de la Junta de Andalucía, entre los que estaba Paco Regueira, santo y seña también de la educación en La Ribera.
“Paco y Trini son el alma aquí”, dice la jefa de estudios. Así, personal de dos administraciones conformaron entonces el centro de adultos de la prisión provincial. “Pero ese nombre era muy feo”, rememora Trini, y entonces tomaron el de Miguel Hernández Gilabert. Desde 1996 están en La Ribera –acaban de celebrar su 25 aniversario–, allí llegaron siendo cuatro maestros.
Trini suma ya 34 años de docencia en la cárcel, “nunca he trabajado con niños”, señala, “y en ningún momento he sentido miedo porque no quiero saber los delitos para no condicionarme; simplemente yo soy su maestra y ellos son mis alumnos”. Tania añade que “también a veces somos psicólogas”, viven con intensidad “esta última oportunidad que tienen de engancharse al sistema”, señala la directora.
Por eso, coinciden en sentirse para sus alumnos “un soplo de vida”, es lo que le reconforta a María, “les aportamos algo bueno y nuevo”, esta docente vocacional asegura sentirse “muy feliz, no lo cambio por los niños”. Además, destacan con mucho énfasis “una relación muy buena con el centro penitenciario, nos apoyan en todas nuestras propuestas para celebrar los días de la mujer, de la lectura, del flamenco, de la paz... y antes de la pandemia teníamos el Festival de cine paralelo durante el Iberoamericano y los funcionarios, son una ayuda imprescindible”.
El Pabellón Sociocultural del centro penitenciario acoge algunas de las aulas, también una biblioteca, el salón de actos y diversas estancias como una sala con ordenadores para los alumnos que cursan algún grado universitario a en la UNED. No es lo normal, pero el curso pasado una interna obtuvo el grado de Psicología.
También se imparten clases en los distintos módulos, en La Ribera hay 14. En dos de ellos, el llamado de respeto y el de la Unidad Terapéutica Educativa (UTE) los internos aceptan de manera voluntaria el cumplimiento de una serie de compromisos entre los que la escuela es un pilar fundamental. No obstante, los reclusos que no pertenezcan a esos módulos tienen igualmente a su disposición la oferta formativa.
Cuando Tania llegó al Ceper hace trece años percibió “otros olores, otros sonidos”, todo era distinto pero “me he sentido valorada siempre”. Estas docentes se desvelan por dar a sus alumnos “aires de libertad” pero también aseguran que “vivimos cosas muy surrealistas”.
Deben hacer frente a incorporaciones a lo largo de todo el curso, a las reacciones de sus alumnos ante circunstancias familiares duras que les pillan entre rejas “y a problemas graves que viven aquí, algún alumno va bien y de repente renuncia”. En este último caso es vital la coordinación con el educador, uno por módulo, para encauzar la situación. “Otras veces, ves marchar a alguno con su condena cumplida y al tiempo vuelve de nuevo con un aspecto...”, lamentan.
“Para ellos somos su ayuda”, y sus docentes responden porque “vivimos sus progresos con mucha intensidad”, dice Trini, la maestra que decidió enseñar siempre a alumnos presos.
La inserción laboral más directa por FP
La formación en la cárcel se completa con la oferta de la Entidad Estatal de Trabajo Penitenciario y Formación para el Empleo. Dan trabajo y formación de FP a través de convenios con el Fondo Social, el SEPE y el Ministerio de Educación y Formación Profesional. Por la vía del SEPE imparten cursos de Panadería y Bollería, y de Confección industrial, a los que sumarán el curso que viene los de Pintura y Cocina.
Por el Fondo Social forman en Manipulación de alimentos y Carretillas. A través del Ministerio emiten certificados profesionales por ejemplo de Viveros y jardines y de Albañilería. Celi es gestor de Formación e Inserción profesional en La Ribera “siempre intentando orientar” a todos los perfiles. Los internos que se acogen a estas fórmulas comienzan a trabajar ya dentro, cotizan y cuentan con todos sus derechos laborales.
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