El encuentro con Jesús en la Vía Dolorosa del Jerusalén de hoy
Desde el balcón
El Viernes Santo es el día de Tierra Santa, de los lugares donde tuvo lugar lo que celebran más de 2.400 millones de personas en todo el mundo
Era la hora nona, coincidía así con la del último aliento de Jesús, cuando nos disponíamos a iniciar el recorrido de la vía dolorosa en Jerusalén tras entrar por la Puerta de los Leones, un caos de vehículos y gente en el acceso.
Iniciamos el camino del vía crucis del Señor en la iglesia de la Flagelación, donde estuvo la fortaleza Antonia.
Sentimos desde un primer momento todo el drama de la Pasión, era trasladarse dos milenios antes y todavía suenan los latigazos pero, igualmente, las palabras de Jesús. Es una meditación íntima en una jornada cualquiera en la que el bullicio de la gente no permite que interfieras en la autenticidad de lo que buscas. Se trata de un momento muy íntimo, reflexivo, piadoso…
El rezo de las estaciones los inicia el obispo emérito José Vilaplana, que preside la peregrinación diocesana de Huelva, se irán rezando una a una las estaciones por los peregrinos. Agarramos nuestra cruz entre las manos y vamos sintiendo paso a paso cada pisada del Señor.
Un calor sofocante contrasta con los vía crucis rezados por nosotros en nuestros pueblos. Siempre en la noche, son íntimos y recogidos. Aquí a pesar del ajetreo de la ciudad que sigue su latido uno está en sus rezos; te respetan, pero comprendes que te encuentras en un lugar distinto. Eso no quita a que estemos algo en tensión, puede salir algún exaltado de otra religión.
El latir es el del barrio musulmán por el que se recorre la vía sacra. Al inicio junto a unos bares y puestos ambulantes, con un vendedor de tórtolas, en frente un puesto de seguridad con metralletas en mano cachea a algunos viandantes.
Nos introducimos en nuestra vía dolorosa en el corazón de las calles del barrio musulmán, estrechas, preparadas para la venta de propios y turistas. Se nota que es muy distinto al barrio judío, es más anárquico en el trasiego de la gente. Los productos de la venta es también distinto, más de comida, golosinas, dulces, especias y prendas de vestir propias para musulmanes y otras destinadas a los turistas.
Continuamos los rezos, entre unos que vienen en moto o en pequeños motocarros, mientras algunos niños corren jugando detrás de él para montarse.
En un momento te das cuentas de que el rezo no es en el interior de un templo con toda su sobriedad, sino que aquí recorres la vía dolorosa como debió padecerla Jesús, en la calle, con la gente que mira, otras que lo rehuye, sus caídas, el encuentro con las santas mujeres, la verónica, el cirineo y el desgarro de su madre.
Es el auténtico caminar, envuelto en un caos aparece la profundidad de la meditación de cada una de las estaciones que están marcadas en las paredes de piedras.
Seguimos el rezo del vía crucis con la mirada de los musulmanes, a veces sentimos que molestamos.
Escuchamos en un momento sus rezos, esperamos para continuar nosotros, como se alarga seguimos…
Llegado a un momento del vía crucis, el padre franciscano que nos acompaña nos invita a dejar aquí los rezos públicos que venimos haciendo, entramos en una zona donde se molestan los dueños de los bares por la presencia de los cristianos con su vía crucis, les quita clientela argumentan.
Así que para no ser provocadores nos dirigimos hacia el Santo Sepulcro, donde concluir los rezos del vía crucis con el encuentro del monte de la crucifixión. Sorprende porque siendo esta basílica un lugar tan especial para el cristianismo no es en verdad un espacio que al llegar asombre por su grandiosidad o magnificencia. Es en todo caso más íntimo y su interior sobrecoge en lo profundo del mensaje y la belleza propia del culto de los cristianos ortodoxos que lo cuidan.
Se accede a la capilla donde la tradición dice que tuvo lugar la crucifixión. Y cuando sea levantado atraeré todas las miradas…. Hay un reguero de fe de los cientos de peregrinos que en cola pretendemos acceder hasta ese punto mismo y sentir con nuestra mano el hueco donde fue clavada la cruz de Jesús.
La tradición recuerda que tras ese instante de la muerte del Señor en la cruz hubo como un momento de sobrecogimiento interior, de miedo, de que todo se muestra en un estado de inquietud. Esa es la misma sensación que puede sentir cuando llegada la noche de ese día deambulas por las mismas calles del barrio musulmán y corres hacia el judío donde sigue la misma angustia cuando todo se va a apagando en la noche, ahora sientes el vacío y el miedo.
Tras la noche llegará la luz del Domingo.
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