Se ha escrito un crimen

el doble asesinato de almonaster | balance del juicio

Pese al cúmulo de indicios que señalan a Ramallo como el autor de los asesinatos de Carmen y Antonio, no hay una prueba definitiva que lo relacione directamente con sus muertes

Carta que el acusado remitió al diario Odiel Información en 2011, en la que reconoce que él encontró los cadáveres de Carmen y Antonio.
Raquel Rendón Huelva

19 de octubre 2014 - 01:00

Ríos de tinta han corrido sobre el espeluznante doble asesinato de Almonaster la Real, un crimen casi perfecto que estuvo a sólo dos años de prescribir. La resolución del galimatías que permaneció alertargado la friolera de 18 años fue mucho más compleja que la de aquellos que esclarecía en un santiamén la escritora Jessica Fletcher en la mítica serie Se ha escrito un crimen. Si no fuera porque el Grupo de Homicidios de la Policía Nacional sevillana retomó en 2010 la investigación sobre la extraña desaparición de Carmen Espejo y Antonio Ramallo Espejo en 1993, consiguiendo en septiembre de 2011 extraer del pozo de la finca Huerta del Cura de Calabazares sus restos óseos, el donjuán Genaro Ramallo seguiría impartiendo clases particulares de Matemáticas en Huelva. Y aquí paz y después gloria.

A partir de mañana, los tres magistrados que conforman el tribunal de la Sección Tercera de la Audiencia de Huelva -José María Méndez Burguillo (presidente), Florentino Ruiz (ponente) y Santiago García- repasarán las anotaciones que han ido tomando durante las dos semanas de la vista oral para dirimir sus pormenores y tener a punto para el viernes el avance del fallo que condenará o dejará libre de cargos a Ramallo.

Lo cierto es que no hay una prueba definitiva y contundente que implique al acusado en los luctuosos hechos acontecidos, con toda probabilidad, en el fin de semana del 21 y 22 de agosto de 1993. Dieciocho años son demasiados para que el ADN del asesino perviviera en el oscuro pozo ciego en el que sepultó a sus víctimas.

Pero la magnitud de los indicios es tal que pueden transformarse en una realidad probatoria. Para la Fiscalía, se "han convertido hechos objetivos". Habrá que ver qué determina la Sala, que ya augura que la sentencia será extensa y que prevé argumentar su dictamen con la minuciosidad de un orfebre para poner punto y final con todas las garantías a esta estremecedora historia.

Pero recordemos las pruebas indiciarias, como el Ministerio Fiscal y la acusación particular hicieron en la última sesión del juicio. Dos meses antes de los asesinatos, Ramallo adquirió en Calabazares la "inhóspita finca" en la que aparecieron Carmen y el pequeño Antonio, una parcela de difícil acceso, sin luz ni agua ni vivienda habitable, con un pozo ciego y una alberca vacía. Cuando las víctimas desaparecieron, Ramallo se encargó de comunicar a familiares, vecinos y amigos que ella lo había abandonado por otro hombre y que se había llevado al niño a Madrid, una ficción que mantuvo hasta 2011, llegando a contar a una de sus mujeres que "Carmen tenía una niña y que le había puesto Marina", o a una de sus hijas, interesada en conocer a su hermano Antonio, "que trabajaba en Córdoba como comercial de una joyería y que su novia estaba embarazada".

No había razones objetivas para que una mujer reservada, enamorada y feliz con su nuevo piso en Huelva y su trabajo de funcionaria interina como Carmen se marchara voluntariamente. Y desde aquel fatídico 93 ni ella ni su hijo han dejado rastro alguno de vida: ni facturas, ni demandas de empleo, renovaciones del DNI, solicitud de médico de cabecera, multas... Nada más allá de unos peculiares movimientos bancarios, como los pagos realizados en una gasolinera de Madrid. Espejo no tenía carné de conducir ni coche.

Justo después de que se esfumaran, la tía materna de Carmen recibió una carta mecanografiada y firmada a mano. Los peritos calígrafos han determinado que la rúbrica es "falsa por imitación" y que, de los 14 rasgos analizados, nueve coinciden con los de Ramallo. Otra misiva, esta vez remitida a la Junta de Andalucía en la que supuestamente la funcionaria solicita la baja definitiva de su puesto, levanta las sospechas de sus compañeros de trabajo y desemboca en la primera denuncia de desaparición. En este caso la mala calidad de la firma no ha permitido su análisis.

Genaro se marcha medio año a Bolivia después de aquel fatídico agosto. En abril de 1994, la Policía le toma declaración y explica que seguía viendo a las víctimas. Nunca tomó la iniciativa de denunciar la desaparición. Cuando volvieron a entrevistarlo los agentes el 16 de junio de 2011, mantuvo que Carmen y Antonio seguían vivos y se puso nervioso cuando en el membrete del documento vio el logotipo de Homicidios. Dos horas más tarde trató de contactar telefónicamente con varios vecinos de Calabazares.

Durante cuatro días Ramallo lo dispuso todo para marcharse de Huelva. Durmió en su academia, descuartizó su teléfono, hizo desaparecer la torre de su ordenador, hizo traspasos bancarios a su pareja y sacó dinero en efectivo. Incluso trató de poner a nombre de su hija algunas de sus propiedades. Se despidió de los suyos. Estaba dispuesto a desaparecer para siempre. El 20 de junio se le perdió la pista. Abandonó su coche en Sevilla, viajó a Bilbao para ver a sus hermanas y de allí, a Toulouse, en Francia, donde fue detenido.

Poco después de que la Policía hallara los cuerpos de Carmen y Antonio, decapitados, en el pozo de la parcela del propio Genaro, él escribió una carta al diario Odiel Información que los peritos le atribuyen y en la que reconoce que "fue allí donde encontré sus cuerpos sin vida".

Ahora se enfrenta a 40 años de cárcel por dos delitos de asesinato con alevosía y agravante de parentesco. Habrá que ver si los esfuerzos realizados por su defensa para desmontar uno a uno los indicios que apuntan a que él fue el autor del crimen obtienen sus frutos.

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