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Hoy les quiero llevar a vivir la experiencia de una persona que tuvo una experiencia aterradora dentro de lo que fue el viejo hospital psiquiátrico de Huelva, el edificio conocido como La Morana. Fue allí donde nuestro protagonista, Manuel R., vivió episodios que llegaron a afectarle de forma personal.
Sucedió "en el viejo manicomio de Huelva", nos relataba el testigo. “Era un centro para enfermos mentales que estaba cerca de la barriada del Huerto de Paco, de Huelva capital”. Se trataba de un grupo de edificios de varias plantas, “y, la verdad, en su día estaba repleto de gente con problemas de este tipo, tú sabes... locos”, comentaba.
En la capital onubense se recepcionaron muchos enfermos de diferentes lugares, incluidos aquellos que eran enviados desde el psiquiátrico de Miraflores, de Sevilla. Tenía capacidad para albergar a 400 enfermos mentales, y tuvo 142 que eran “fijos”, crónicos y que llegaban de Sevilla o Ciempozuelos. Con el paso del tiempo se modernizó y se aceptó a pacientes mixtos y de larga estancia.
En 1982 se logró que se separaran pacientes judiciales y no judiciales, así como se puso en práctica la división entre enfermos agudos, crónicos y asilares. Luego llegó la reintegración de enfermos a su ámbito sociolaboral y al fin se inicia la creación de pisos asistidos para enfermos crónicos sin apoyos familiares.
En 1984, y "debido a la criba que se hace", pasa a tener tan sólo 131 pacientes. En 1990, la Junta de Andalucía y la Diputación Provincial de Huelva realizan la transferencia del viejo Hospital Psiquiátrico a la administración andaluza. En este entorno histórico es cuando se produce la experiencia de Manuel.
“Mira, allí pasaban cosas raras. No sé si es por el sitio que era o por lo que se hacía allí. Había un ala en la que estaban los pacientes que estaban peor, y sujetos a terapia, que no siempre eran las mejores. Incluso hubo algún fallecimiento", nos contaba el testigo.
"Pues, bueno, había una habitación en la que siempre se encendía la luz sola. Decíamos que era el loco invisible, porque allí no había nadie". "Una noche", prosigue Manuel R., "una puerta de una habitación, cerrada con llave, se abre y vemos salir a un paciente. Mi compañero miró rápidamente qué habitación era mientras que yo le decía: 'Eh, ¿tú dónde vas?’. Y mi compañero me apuntó: ‘Para, Manolo, que en esa habitación no hay nadie".
"Desde el pasillo, y con la luz apagada, no distingues bien la habitación pero, efectivamente, no había nadie. Entonces fui hacia donde estaba aquel hombre parado en medio del pasillo”.
“Cuando llegué a 4 metros de él, se dio la vuelta. Era una persona con la cara muy demacrada, con ojeras. Estaba muy mal, abrió la boca y dijo algo, como si no pudiera hablar o le pasara algo. Y desapareció. Me puse malísimo, se esfumó delante mía. Se me bajó la tensión y tuvo que venir un médico a atenderme, y él mismo nos dijo que de eso no dijéramos ni una palabra a nadie si no queríamos acabar en una habitación de esas".
"Sonó a amenaza pero realmente comprendimos como nos estaba ayudando, porque luego supimos que a otro compañero que le pasó algo similar y le mandaron a otro centro porque era tenido por loco... Vamos, que nos hizo un favor”, confesaba.
Acceder a los registros de la época es casi imposible, pero mi testigo me arrojó más luz sobre este caso: “Supimos, por los más viejos que trabajaban allí, que hubo un paciente, que murió, con muchos problemas, entre ellos que no podía hablar. Era un tipo que se comportaba de una forma violenta y trató de fugarse varias veces de allí, donde se le sometió a tratamientos muy duros. Estoy convencido de que se trata de ese mismo paciente”, finalizaba.
En 1994 se cede a la Delegación Provincial de Salud el uso de uno de los pabellones para el Laboratorio de Salud Pública Provincial y para Proyecto Hombre, la Escuela de Enfermería y otros servicios.
Nuevamente un edificio dedicado a fines sanitarios donde se manifiesta lo imposible. ¿Es solo casualidad?
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