"Tuvimos que inventarnos un país, lo hicimos en media hora y salió bien"

ALFONSO Garrido Ávila nació en la calle Puerto, en la clínica de don Horacio Oliva, y vivió con sus padres en la casa de su abuelo paterno, que era el encargado de las cuadras del Ayuntamiento y tenía casa en la Huerta Mena, donde hoy está el solar del viejo Estadio Colombino. De ahí a la barriada de José Antonio, de donde el recuerdo es la tapia de la cárcel, fue un niño de los cincuenta cuando la posguerra se va viendo más lejana, "aunque es una sociedad con muchos problemas". El trabajo de su padre en una empresa de barcos, donde empezó acarreando cajas a los 14 años y llegó a contable, hizo que Alfonso se encuentre desde niño muy vinculado al mar, a la pesca. "Me iba por la mañana a la pescadería y veía la venta del pescado, eso va a marcar mi infancia".
"Mis padres vivían para mi, como hijo único, pero yo sabía valorar lo que me daban", después nació su hermana que murió a los 16 años con síndrome de Down. Sus padres se preocupan de su educación y lo hace primero en las Teresianas y de ahí a los Maristas, "era un orgullo para mis padres, y fui de los raros, los que estudiaban Letras, porque me gustaban Latín y Griego". En el instituto, el único que había, El Rábida, acaba Preu de Letras, eran sólo cuatro alumnos. Recuerda que entonces, en el año 1967, conoce como profesora a Margarita Ramírez Montesinos, "no se hablaba de política, pero sí de la Democracia de Pericles o de un viaje que había hecho a Praga, eran conversaciones muy light". En quinto de Bachillerato había conocido a una joven en clase, con la que luego estudió -gracias a una beca salario- Derecho en Sevilla y es la que hoy sigue siendo su esposa y la madre de sus tres hijos. "El esfuerzo de mis padres y su cariño, el encontrarme pronto con mi mujer, desde el punto de vista humano uno se siente feliz, me considero un privilegiado; el tener una familia que te quiere es para tocar las campanas todos los días", asegura.
En el tiempo que está en la Facultad de Derecho se viven importantes momentos políticos. Son los años 70 a 75, con la revolución de los claveles en Portugal y el final del franquismo. Alfonso Garrido se tiene que cuidar mucho de no estar vinculado a nada porque perdería la beca-salario con la que estudiaba, salvo en las asambleas de curso o en la Residencia San Juan Bosco, lo suficiente para que no le dejaran ir a la Milicia Universitaria, a pesar de ir a reclamar, pero le dicen que era "un peligro para la seguridad interior del Estado". Hizo 18 meses de mili en Infantería de Marina y le tocó la muerte de Franco y la Marcha Verde. A escondidas se preparaba las oposiciones al Ayuntamiento de Huelva porque el capitán le tenía prohibido estudiar. Aprobó las oposiciones, se licenció un 12 de febrero y dos días después se incorpora al Ayuntamiento que presidía Carmelo Romero, y le coincide que a los cuatro días se jubila el secretario, Pedro Azcárate, y ocupa este puesto el oficial mayor, así que a él le mandan a Urbanismo y a realizar también las funciones de oficial mayor. En ese cúmulo de privilegios, como él dice, se encuentra que el oficial mayor se marcha a Sevilla y así Alfonso Garrido y Quino Maján son los que alternan la secretaría del Ayuntamiento. Una época importante, la revisión del PGOU, la de las expropiaciones del Eje desde el edificio la Alhambra hasta el Cementerio de San Sebastián, y es también la de las primeras elecciones del 77. Una etapa fundamental en la vorágine del país, en la que se vincula más políticamente y lo hace en el PSOE. "Llegamos varios cristianos comprometidos, de los Cursillos de Cristiandad, nos incorporamos Luis Manzano, Juan Ron y yo". Allí se vuelve a encontrar, en 1979, a su antigua profesora Margarita Ramírez Montesinos, que era la mujer del socialista Carlos Navarrete. Es una época en la que conoce a los antiguos militantes del partido, el nombramiento de Felipe González como secretario general del PSOE, con Jaime Montaner empieza una vida política y amistosa. Así que del Ayuntamiento de Huelva se incorpora a los servicios especiales de la Junta de Andalucía en la etapa preautonómica en la Dirección Provincial de Urbanismo como delegado, con el arquitecto José Álvarez Checa. De ahí a viceconsejero de Política Territorial (Obras Públicas) con el consejero Montaner. "Asumo pronto la responsabilidad, hubo que inventar un país y lo hicimos en media hora, casi tuvimos que ir a buscar los leones para el escudo", señala.
Este tiempo de los años setenta no es sólo importante para él en lo político, sino que lo vive también intensamente en lo cofrade. Pertenece a una familia muy cofrade, sus primeros recuerdos son en su casa con los bordados de su madre, Rosario, e ir con ella a vestir a la Virgen del Refugio, o corretear por la parroquia de San Pedro, y los quinarios de Pasión, "eso lo quieres y te hace más, o lo rechazas y yo opte por lo primero y te haces más". Son los años en los que llegan los jóvenes a las cofradías, los 75-80 "a recoger las posibilidades del posconcilio, sólo se tenían los quinarios, cuando se repartían las túnicas, era el país que teníamos y algunos pasos se quedaban en las iglesias 15 días después de Semana Santa. Así que llegamos chavales de los que se decían muy preparado y se nos abren muchas posibilidades".
Alfonso Garrido será hermano mayor de Pasión del 78 al 82, el último año era también viceconsejero y tuvo que dejarlo, lo cogió su padre Manolo Garrido, al que había sustituido en el cargo. Antes ya había tomado el relevo en el paso del palio de la Virgen de Refugio de la mano de Rafael Clares, en la Semana Santa de 1976, cuando al salir de Madre Ana le dijo "ahí lo tienes para ti".
Pero lo mismo que es elegido hermano mayor ingresa en la Unión de Cofradías, con Manuel Castillo como presidente en 1980, al que sucede después de ser vocal y secretario y haber realizado el pregón de la Semana Santa de Huelva en 1979. No llegó al año como presidente, "tuve que dimitir, empezó una cosa que aun hoy lejana es desagradable, recibía anónimo de rojo, pintadas en el coche, anónimos en la oficina". Era la época en la que se estaban cambiando los estatutos "y había un cierto inmovilismo, estaba recién casado, le quitaba tiempo a mi familia y no encontré apoyo de la jerarquía eclesiástica, ni del obispo González Moralejo ni de Bernardo Pascual, poco menos que estaban de acuerdo con los anónimos". "No lo entiendo, cuando la Iglesia pide a los cristianos que estén en la sociedad, en la vida política, pero hubo otros casos como Alfonso Ortega -al que siempre he apreciado- que era del PP y no hubo problema, conmigo que era del PSOE tuve todo esto". Luego fueron problemas con renovación de Estatutos de su hermandad, "donde pedíamos como mínimo el derecho a poder defender las enmiendas, que se nos negó". Ahora ha dejado de vestirse, desde que "enterré a mi padre con su túnica y la capa vieja, la que hoy no podemos llevar". Alfonso Garrido cree que la jerarquía eclesiástica debe poner en valor el potencial seglar que tienen las hermandades.
Su última vinculación directa con Huelva fue la de presidente de la plaza de toros, "no quería pero me convencieron y al final tuve que dimitir, quería innovar, contaba con ganaderos, toreros y empresarios, pero al final no estaba por la labor la Administración, pasó lo mismo que con la Unión de Cofradías, y me marché". La afición por los toros le llegó de su abuelo, que era portero y le colaba en las corridas.
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