La limpieza de la ciudad depende de la voluntad y el deseo de buscar remedio a las causas de su incompleto servicio

Crónicas de otra Huelva

Ponce Bernal: “Para ningún huelvano es un secreto que sin bien las calles céntricas de la ciudad se presentan limpias, no sucede lo mismo con las que caen fuera de ese reducido círculo clasificado como corazón de la ciudad”

Una llamada desesperada desde Huelva al Ministerio de Fomento para atajar la crisis obrera

Falta de limpieza en las calles de Huelva.
Falta de limpieza en las calles de Huelva. / H.I.
José Ponce Bernal / Felicidad Mendoza Ponce

28 de octubre 2024 - 05:01

La Introducción

LOS ODIOSOS PRIVILEGIOS

El corazón de la ciudad y sus barrios

Seguimos esta semana con el tema recurrente y oportuno siempre de la limpieza de la ciudad. En el que reprodujimos la semana pasada se centraba en la penuria que pasaban los niños de su época, que tenían que jugar en unas calles polvorientas y sortear el paso de carros y coches porque no había parques públicos. Días más tarde se ocupó de la necesidad de proceder con seriedad a la limpieza de la ciudad, esta vez poniendo el acento y denunciando la carencia de personal que atendiera los barrios.

En el camino que recorría a diario desde su casa al trabajo y viceversa, Blanqui Azul se detenía a observar y encontraba temas que abordaba en sus escritos, como este de hoy. No obstante, en ocasiones se adentraba en los barrios para conocer la realidad completa de su ciudad y denunciar situaciones de injusticia o de desidia que hacían crecer la distancia entre las clases sociales, entre los habitantes del centro y los de las zonas adyacentes.

La limpieza de una ciudad dice mucho de su ayuntamiento, de la preocupación que los mandatarios públicos sienten por cuidar el entorno en el que vivimos, las calles y plazas, las aceras y los jardines. Fíjense los lectores que antes, como ahora (debe ser un mal que se hereda…), el centro de la ciudad se limpia y cuida con mucho más esmero que los barrios y, no digamos, la periferia. Lo curioso es que los males de antaño sigan vigentes, salvando las distancias y los avances evidentes en cuestiones de higiene y de infraestructuras.

Como decíamos el lunes pasado, la educación que recibimos es clave, porque como ciudadanos, contribuyentes y habitantes de nuestras ciudades y pueblos tenemos derechos, pero también deberes y obligaciones. Las calles tienen que ser barridas y fregadas, es una obviedad. Pero las acciones incívicas que contribuyen deliberadamente a ensuciarlas han de ser corregidas y hasta perseguidas. ¿Es normal que el Ayuntamiento actual haya advertido de que habrá policías de paisano para sorprender y multar actitudes deplorables, como puede ser no recoger las cacas de los perros o arrojar la basura a deshoras? No sabemos si es normal, lo que vemos, desgraciadamente, es que esa medida es necesaria.

Hoy el comentarista se coloca en el plano de la Vida local y va a hablar de limpieza pública. Hemos observado a nuestros barrenderos, personal municipal activo y competente. Pero… aquí cambia la decoración.

Por fas o por nefas, que en este caso equivale a decir por falta de consignación metálica, el personal es insuficiente para llenar debidamente su cometido, dado lo extenso del radio de acción donde sus servicios son de una necesidad imprescindible.

Para ningún huelvano es un secreto que sin bien las calles céntricas de la ciudad se presentan limpias, no sucede lo mismo con las que caen fuera de ese reducido círculo clasificado como corazón de la ciudad.

Recorte limpieza pública
Recorte limpieza pública / M.G.

Y nosotros preguntamos: ¿Acaso un servicio de la índole del que nos ocupa debe entrar también en la esfera de los odiosos privilegios?

No demos al olvido que calles importantes, enclavadas en el casco de la población se hallan condenadas a perpetua suciedad, y su tránsito por ellas resulta, las más de las veces, sumamente molesto.

Y de los barrios ¿qué decir? O se tiene que almacenar la basura en casa o convertir la calle en estercolero permanente. Y esto, francamente, no puede ser; mejor aún, no debe ser.

Conocidos así, a grandes rasgos, los efectos de un mal dotado y por tanto incompleto servicio, ¿no sería factible con un poco de voluntad y no menor cantidad de buen deseo, buscar rápido remedio a sus causas?

Pasemos por alto el sonsonete de la falta de material necesario: convengamos en lo ridícula que resulta la plantilla de personal, por lo reducido de su número, pero ¿pueden alegarse estas razones y la falta de numerario que es compendio de todas, para con ellas querer no ya demostrar sino justificar la negligencia que supone para el sufrido vecindario, las deficiencias que se observan en tan importante servicio!

Téngase muy en cuenta la época de fuertes calores que ahora atravesamos, época la más propicia para que las inmundicias almacenadas en las calzadas sirvan como germen seguro de pestíferas epidemias.

Y acordemos todos de que no es la de ahora la Huelva de hace veinte años, y que al igual que en otras manifestaciones de su vivir debe en este aspecto dar la sensación de que el progreso va dejando sus huellas entre nosotros.

El mal queda señalado una vez más. ¿Habrá quien sepa, pueda, y quiera aplicarle el remedio deseado?

BLANQUI-AZUL

Diario de Huelva, 26-08-1930

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