Lisboa, 1755: El terremoto que cambió el mundo
Historia
Tal día como hoy, 1 de noviembre de hace 269 años, un seísmo de magnitudes desconocidas hasta entonces asoló el suroeste de la península y marcó la forma de entender los desastres naturales en toda Europa
¿A qué teme más el ser humano? ¿Qué le da más miedo? ¿Los espíritus? ¿La muerte? ¿Tene más una enfermedad, el dolor? ¿A morir lentamente? ¿A hacerlo rápido? ¿Da más miedo la muerte propia, o la de un ser querido? ¿Un asesino, un demonio? Durante milenios, el hombre ha vivido rodeado de miedos. Se ha alimentado de ellos. Ha progresado y ha crecido gracias a sus miedos. El miedo ancestral al mar, al eclipse, a la noche, al rayo o al poder del fuego no han hecho sino mejorarlo, potenciarlo, gracias a ese ímpetu suyo por superarlos. El mismo que lo sacó de las cuevas, el que lo hizo navegar por los océanos y dar caza a las grandes fieras. Hay, sin embargo, un miedo visceral, primitivo, que el hombre aún no ha sido capaz de superar a pesar de los años, de toda la tecnología, del progreso y el ingente conocimiento acumulado: el de saberse a merced de la fuerza, la brutalidad y el caprichoso arbitrio de la naturaleza, frente al que resulta imposible hacer nada. Las lluvias torrenciales, las crecidas de arroyos y ríos, las mareas vivas, los tornados y huracanes han recordado al hombre, durante milenios, lo pequeño que es. Pero si hubiera que destacar un solo miedo, uno solo de entre todos los eventos que la naturaleza ha sido capaz de poner en marcha a lo largo de la historia, el más terrible sería probablemente el que se experimenta cuando tiembla la tierra.
El día que tembló la tierra en Huelva, el día que tembló de verdad, se sintió en toda Europa, y no solo de forma literal. Se movió el suelo, sí, pero sus consecuencias fueron mucho más allá, alcanzando incluso a la forma de ver el mundo. No es fácil imaginar cómo debió percibirse, pero el terremoto de Lisboa de 1755, que hoy mismo cumple 269 años, fue capaz por sí solo de “marcar a la sociedad del siglo XVIII” y de influir de manera decisiva en personajes como Voltaire, Rousseau, Kant o Goethe, como explica el profesor de la UHU Francisco Manuel Alonso Chaves, geólogo y reconocido experto que lleva décadas investigando los efectos de un terremoto que determinó “el inicio de la sismología moderna a nivel mundial” porque nunca antes se había documentado uno tan bien como aquel.
Al rey Fernando VI el seísmo le pilló en El Escorial, y fue tal la sacudida que, instantes después de sentir el temblor, encargó la ejecución de un informe sobre lo sucedido en cada rincón en el que hubo constancia de algún daño. “Quedaron muy bien documentados los hechos, ya sea definiendo la hora del terremoto, la duración del mismo, los daños en los edificios o en la propia naturaleza”, además de una extensa evaluación de las pérdidas en términos económicos y, obviamente, la cifra de fallecidos y las causas de cada una de las muertes de las personas que el terremoto, y sobre todo el posterior tsunami, se llevaron por delante. “Con ese informe se empezaba a gestar una visión moderna de los terremotos, y con ello el inicio de la sismología en España y en Europa”, cuenta Alonso Chaves, que destaca también la relevancia de los testimonios de las personas que, de una forma u otra, en unos sitios y en otros, fueron testigos directos del evento.
Louis Godin, el ilustre astrónomo y matemático francés, estaba destinado en Cádiz cuando comenzó todo. Primero lo escuchó. Lo oyó venir como un rumor, un sonido lejano y vibrante que llegaba desde el oeste y que iba creciendo conforme se acercaba. Luego empezó a agitarse el suelo, cada vez con más fuerza, y después con mucha más, y así se mantuvo ininterrumpidamente a lo largo de casi 9 minutos, entre las 9:52 y las 10:01 de aquella mañana terrible. Después vino el silencio, roto solo por el griterío de la gente, que corría asustada, en algunos casos, o permanecía herida bajo los escombros de las casas y edificios, en otros. En la ciudad de Huelva, mientras tanto, los ciudadanos, que habían salido en tromba a misa para celebrar el día de Todos los Santos, trataban de sortear el peligro de los derrumbes procurándose resguardo en la orilla de la ría. Atrás habían quedado los terribles minutos previos, cuando toda la ciudad parecía derrumbarse a sus pies o sobre sus cabezas. José Antonio de Armona y Murga, un alto funcionario del Estado destinado en Huelva, y el sacerdote y científico ilustrado Antonio Jacobo del Barco, fueron dos de los testigos de los sucesos de aquel día en la ciudad, que narraron con escrupuloso detalle en diferentes escritos. Gracias a ellos se sabe, por ejemplo, que la intensidad del terremoto fue creciendo por momentos hasta alcanzar una sacudida fortísima, en torno a las 9.55, seguida de un esperanzador instante en el que el seísmo pareció detenerse, aunque no fue más que un pequeño respiro en mitad del baile antes de recuperar intensidad.
A lo largo de aquellos eternos nueve minutos, los dos testigos vieron derrumbarse las techumbres de casas e iglesias (las espadañas de San Pedro y de la Concepción, entre ellas), resquebrajarse el suelo de aceras y calzadas, agitarse los árboles y desplomarse la tierra de los cabezos. “Fue descomunal”, dice Francisco Manuel Alonso Chaves. Tan fuerte, que “se hace difícil hacerse una idea”, no solo por su magnitud (que se calcula que estuvo en torno a 8.5), sino también, o sobre todo, por el tiempo que duró: “hoy en día sabemos que cuanto más tiempo pase mayor es la intensidad de un terremoto y, en consecuencia, más grandes son los daños que puede producir”. El de Lisboa, como se conoce históricamente a pesar de que su epicentro estuvo más cerca del Algarve que de la capital portuguesa, es el terremoto de mayor magnitud de la historia (al menos de los que existe documentación) después del que asoló Chile en 1960, que superó el 9,5 en la escala de Richter y duró 14 minutos. El tercero, con cerca de 8, también tuvo su epicentro en el Cabo de San Vicente y ocurrió hace muy poquito, el 28 de febrero de 1969, aunque, en aquel caso, la tierra solo tembló durante algunos segundos, lo mismo que el de 1989, aún más reciente y que ‘solo’ llegó a los 5 puntos.
Para hacerse una idea de las colosales dimensiones del terremoto de 1755 no hay nada mejor que echar mano de las matemáticas. La escala de Richter no es una regla en la que se miden unidades, sino que sus niveles ascienden de forma exponencial: la intensidad de un seísmo de seis puntos es unas 32 veces mayor que la de uno de cinco, y 32 veces más baja que la de un terremoto de nivel 7. “Si echas números, estamos hablando de que el terremoto de Lisboa fue varias miles de veces más potente que, por ejemplo, el de 1989, que probablemente sea el que más onubenses recuerden”, explica Alonso Chaves.
Para colmo, después llegó la ola.
Los primeros que notaron que el mar se retraía fueron los pescadores de Ayamonte. Lo observaron encogerse, asombrados, hasta que a las 10:45 llegó la primera de las cinco olas que inundaron “de forma sucesiva” las partes más bajas de la ciudad de Ayamonte, ocasionando daños en las pesquerías, en los almacenes de salazón, que también guardaban los víveres, en las barcas y en las casas. Se inundaron todas las playas, aunque “en la documentación existente se cita expresamente la de Estojarra y la Tita”. Las olas del tsunami llegaron a alcanzar hasta la mitad de la Torre de Canela (esto es, unos 13 metros de altura). En Ayamonte “se registró el mayor número de víctimas mortales en España” a consecuencia del tsunami. Godin, que tras la debacle analizó los daños en la provincia de Huelva, observó que las consecuencias más devastadoras se habían producido precisamente en la desembocadura del río Guadiana y en la del Odiel. La fuerza del agua, y cualquiera que haya visto la televisión estos días puede hacerse una idea de lo que se está hablando aquí cuando se dice “la fuerza del agua”, fue tal que terminó cambiando la propia fisonomía de la costa. El terremoto de 1755 modificó la geografía de Huelva.
Visto así, a lo mejor resulta más fácil entender por qué marcó “un antes y un después en la historia de la humanidad”. A partir de aquello, que sintieron muchas miles de personas en toda Europa, “se toma conciencia de la posibilidad de que se produzcan ese tipo de eventos, y muchos empiezan a preguntarse por qué”. Hablamos, claro, de que Europa vivía con entusiasmo la era de la razón y el pensamiento ilustrado, y que hasta ese momento “sistemáticamente se pensaba que los terremotos eran una especie de castigo divino”. A partir de entonces “se empieza a mirar a la naturaleza con otro interés” porque surge la necesidad de explicar racionalmente el acontecimiento que habían vivido: “nadie daba crédito”, asegura el profesor Alonso Chaves. El mismísimo Voltaire se vio envuelto en aquella carrera por racionalizar el terremoto e incluso intercambió algunas cartas con Jacobo del Barco en las que expusieron sus teorías al respecto.
Los sucesos del 1 de noviembre de 1755 dejaron alrededor de mil muertos, entre sepultados por los escombros y ahogados. Curiosamente, ya en los relatos de los testigos “se reflexiona sobre la confusión de la gente”, que echaban en falta consejos sobre cómo actuar en circunstancias como aquella, de tal manera que “huían todos, sin saber a dónde”, escribió Godin. Parece que ni el tiempo ni el miedo nos han hecho cambiar lo suficiente, y aún hoy muchas personas siguen sin saber qué tendrían que hacer si se repitiera un terremoto de esa envergadura. ¿Imposible? Bueno, no tanto…
En la falla Azores-Gibraltar, una fractura de más de 1.700 km de longitud (ver foto) que discurre de forma paralela a la costa onubense a unos 250 kilómetros al suroeste del Cabo de San Vicente, se encuentra la montaña Gorringe, donde cambia el trazado a noreste-suroeste y se producen terremotos “todos los días”. Afortunadamente, el de 1755 fue un acontecimiento extremo que sucede muy pocas veces, pero, con todo, ocurre. Se han llegado a probar hasta 14 tsunamis de gran importancia en la provincia en los últimos 9.000 años, que son muchos años, es verdad, pero también muchos tsunamis. Hay constancia de que hubo uno de gran impacto en 1.531, y otros en 1.013, en 949, 881, 395, en el 577 antes de Cristo y otros anteriores. Si ya pasó una vez, “volverá a hacerlo”, argumenta el geólogo de la UHU: “Sabemos que Huelva va a registrar un nuevo terremoto como el de 1.755 en algún momento. Es posible que nosotros no lo vivamos, ni nuestros hijos o nietos”, pero “sabemos que vendrá, sabemos de dónde vendrá y lo que traerá, pero no sabemos cuándo será, o al menos no exactamente”. Precisamente por eso, porque los terremotos son imprevisibles, “hay que estar preparados” con los medios adecuados y, sobre todo, con una población “capacitada”. Con esa idea de desarrolló el Plan Tsunami de Huelva, el primer plan específico para maremotos que se ha realizado en España y que contempla diferentes actuaciones de carácter divulgativo para que los ciudadanos sepan “qué tienen que hacer” en el caso de que llegara una gran ola. No se trata de generar alarma, sino “todo lo contrario”: contar con la seguridad de que, cuando la tierra libere (y “no hay duda de que lo hará”) una cantidad de energía tan grande como la que se desató en 1755, o incluso mayor, o tal vez más pequeña, puedan ponerse en marcha todos los mecanismos necesarios para que no se produzca una tragedia. En el siglo XVIII la costa onubense estaba prácticamente deshabitada, y aún así los efectos del tsunami fueron devastadores. Es difícil imaginar lo que ocurriría hoy, pero sí lo que no va a pasar: “la mayor parte de los edificios de hoy en día son sismorresistentes. Están diseñados para que tengan un mejor comportamiento ante los terremotos y sean menos vulnerables ante una sacudida”. El problema de verdad vendría después, y aún así tampoco debería ser tan terrible. En 1755 el mar se retrayó una distancia considerable y esperó así cerca de una hora hasta que regresó vomitando toda la energía acumulada, bien en forma de olas, bien como gigantescas mareas. El margen de tiempo es amplio. Lo suficiente, al menos, para localizar y alcanzar un lugar alto en el que permanecer a salvo. Es el “plan de contingencia” que cada individuo debería seguir si nota un terremoto lo bastante grande y duradero: “Si se mira en perspectiva, es bastante simple”, detalla Francisco M. Alonso Chaves. “No podemos avisar de que va a venir un tsunami, o no al menos antes de que ocurra, pero sí enseñar lo que hay que hacer después de un terremoto que, cuando venga, vamos a notar seguro”.
La historia ha demostrado una vez tras otra que lo imposible, lo más extraordinario, lo más temido, puede convertirse en una realidad en cuestión de milésimas de segundo. Saberlo, ser conscientes de ello, “no tiene que generar alarma ni ansiedad”, sino, al revés, garantizar “un futuro más seguro y mejor” empujando al ser humano a hacer de nuevo lo que hizo siempre: vencer sus miedos, por muy profundos que sean.
(Más información en https://plantsunamihuelva.com/)
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