Una luz en LesbosUna luz en Lesbos
solidaridad | labor humanitaria de un grupo de bomberos del parque de aracena en la isla griega
Joaquín Álvarez, David Galindo y Sergio Soltero narran su experiencia en la ínsula, donde miles de personas que huyen de la guerra buscan refugio Eugenio Mantero aún permanece allí
Hay asuntos que no pueden abordarse en un simple reportaje, pues corren el riesgo de ser simplificados y de caer en el morbo. A veces, las palabras no logran estar a la altura de lo que se quiere transmitir. Sus protagonistas son héroes anónimos que, sin pretenderlo, hacen del mundo un espacio más habitable. No buscan reconocimientos, no brillarán como algún futbolista o estrella del rock que se precie, pero con su luz alumbran una esperanza capaz de cambiar vidas.
Hasta Lesbos, la isla griega más fronteriza con Turquía, se desplazaron en labores humanitarias a través de la ONG Proem-Aid cuatro bomberos del Consorcio Provincial Contra Incendios y Salvamento de Huelva. Acudieron en cuatro grupos de seis o siete personas, relevándose cada quince días. Joaquín Álvarez Bayón, David Galindo y Sergio Soltero ya han regresado a Huelva, aunque Eugenio Mantero aún permanece en tierras helenas.
Joaquín, jefe del Parque de Aracena desde 2009, se desplazó a Lesbos como voluntario en una primera expedición, formada por siete personas del Ayuntamiento de Sevilla, la Mancomunidad del Aljarafe y el consorcio onubense, desde primeros de diciembre hasta el día 18 de ese mes. Sevillano de 46 años, este bombero vocacional se embarcó en la tarea humanitaria de la mano de José Antonio Reina, promotor de la iniciativa. Amigo suyo desde que tenía 13 años, Reina es bombero en la Mancomunidad del Aljarafe, en Sevilla, y tenía la idea de marcharse solo, aunque al explicar su intención a varios amigos y compañeros, estos decidieron unirse a la misión.
"La imagen que a todos nos impactó fue la del crío pequeño ahogado a pie de orilla, como si fuera una bolsa de basura que la marea arrastra en cualquier playa. Me resultó impresionante. Me informé de cómo estaba la situación y decidí ir para ver si podía echar una mano", explica Joaquín. Ante la falta de medios, Faustino, que es responsable de Protección Civil de Castilleja de la Cuesta, ofreció una embarcación propia. Con el barco a remolque de un vehículo particular, los voluntarios cruzaron España, Francia, Italia, Chequia, Grecia, y se subieron a un ferry 14 horas atravesando las fronteras con todo el material necesario. El viaje resultó muy duro.
Pero lo más impactante, tal y como asegura Joaquín, fue llegar a la isla y observar, a pie de carretera , cómo arribaban a la orilla de la playa personas en unas condiciones tan precarias y lamentables: "Llegaban en botes caseros con niños pequeños, mojados, muertos de frío, descalzos y en un estado surrealista para la sociedad en la que vivimos. Es algo que no es ni planteable. También llegaban personas muy mayores, inválidos y gente con movilidad reducida". El grupo, recién llegado a tierra helena, ni siquiera tuvo tiempo de trasladarse al apartamento para dejar el material. A partir de ahí, el flujo de botes fue continuo y constante durante toda la noche.
Desde el primer minuto los voluntarios fueron conscientes de que el trabajo a realizar iba a consistir en la cobertura de embarcaciones que arribaban a la playa por la noche, ya que la presencia de guardacostas por la mañana provoca que los refugiados se embarquen en la travesía en plena oscuridad. Son miles de personas que huyen de la guerra para buscar refugio en Europa, proveniendo la mayoría de ellas de Siria. Pero son invisibles. "Si tienen un problema nadie se percata de las necesidades de esas embarcaciones, de si tienen una vía de agua, si se van al fondo, si se ahogan o si desaparecen los botes. Hay mucha gente a bordo pero nadie se entera o va a buscarlos", relata.
Según Joaquín, cada noche llegaban entre diez y 15 embarcaciones con una media de 50 personas (han contabilizado hasta 62) en botes de ocho metros y medio en los que, como mucho, caben hasta 15 personas. "La gente viaja en condiciones muy duras. Llevan un motor muy pequeño, de 15 caballos, de modo que para recorrer 21 kilómetros tardan cuatro o cinco horas de media, tiempo similar al que se tarda en recorrer el trayecto a pie. Las condiciones son lamentables", asegura.
El grupo de Joaquín inició su trabajo dando cobertura a las embarcaciones en las millas que hay entre la zona de Mitilene y el aeropuerto. Los voluntarios se mantenían a una distancia prudencial y avisaban a los inmigrantes de que no eran guardacostas, sino un equipo de bomberos de España. Les proporcionaban cobertura por si tenían algún problema y les indicaban el camino correcto para que la embarcación no se dirigiese a una zona de acantilados y piedras, una ratonera en la que los ancianos quedan atrapados.
La detención de otros tres bomberos sevillanos en la isla griega -acusados de un delito de tráfico ilegal de personas cuando desempeñaban, como voluntarios de la asociación con la que cooperan los cuatro onubenses, tareas de rescate de refugiados- dejó a Joaquín y a sus compañeros "estupefactos". A Joaquín le cuesta entender la reacción de las patrulleras griegas, tras haber trabajado "coordinados con ellos durante un mes y medio". La noche anterior al incidente, según asegura, "estuvimos dándole cobertura y trasladando dos embarcaciones de refugiados sirios, una sin gobierno y a la deriva, y otra con una vía de agua. Se trasladó a parte de ese personal de las embarcaciones a la patrullera y otros a la embarcación de una ONG de Dinamarca. Nosotros, con menos recursos, nos llevamos la embarcación a remolque vacía".
A pesar del amor por su profesión y de la experiencia que atesora este profesional, la estancia en Lesbos le ha hecho "valorar mucho los valores básicos que aquí damos por hecho y que en otras sociedades no existen". Se refiere Joaquín al valor de la vida y de las pequeñas cosas que, en otras sociedades, adoptan otro cariz en determinadas circunstancias.
Para Sergio Soltero, bombero almonteño de 35 años que es cabo en el Parque de Aracena, la palabra que mejor experiencia vivida es indignación. Lo inconcebible que es ver "cómo se echa la vista al lado" cuando lo que allí ocurre "es muy grave como para estar pasando tan desapercibido". El voluntario valora la vida de otro modo tras atender a ancianos y niños que "podrían ser de tu familia". "Son las mismas caras, es la realidad de la vida. Me gustaría volver y llevarme a mi mujer y a mi niño para que vean esa realidad y para que sepamos valorar todo lo que tenemos. Opino que sería interesante que los niños, con cierta edad, fueran conscientes de esa situación, que no es la que nos cuentan", asegura.
Sergio, que acudió en un segundo equipo desde el 16 de diciembre hasta el día 31, se animó a emprender esta aventura de la mano de un par de amigos y compañeros de trabajo del parque de Mairena, perteneciente a la Diputación de Sevilla: "Estos amigos, como nos manejamos en el tema de agua, nos comentaron la necesidad que había surgido allí y la precariedad de medios que había. Mario Arco, otro compañero de Sevilla, y yo dijimos que contaran con nosotros para lo que hiciera falta porque la iniciativa era buenísima y estas cosas no hay que pensarlas dos veces".
La idea inicial con la que este voluntario onubense llegó a Lesbos era sólo una mínima parte de lo que más tarde se encontró, porque aunque conociera que había un éxodo de inmigrantes y que el punto más cercano a Europa en Grecia es Lesbos, "no te esperas tanta afluencia y precariedad de autoridades". De hecho, "no hay un orden específico al tanto de lo que ocurre".
Cuando el voluntario pisó la isla se encontró "con una España 30 años atrás" y, tras recibir el relevo de sus compañeros, quienes le pusieron al día de la labor a realizar, se puso manos a la obra. El grupo se presentó en Capitanía Marítima para informar de que provenía de un cuerpo que bien sabe analizar riesgos y prevenir, explicando que no querían competir con nadie.
El trabajo se realiza de dos formas, desde el barco y desde la orilla, dividiéndose los seis voluntarios en dos grupos . La labor desde la orilla, según explica, consiste en visualizar la orografía del terreno. Hay escolleras de piedras y no todas las playas son óptimas para un desembarco seguro de inmigrantes, de modo que los bomberos intentan orientar los botes a playas seguras. Una vez que las embarcaciones encaran una playa adecuada, los bomberos se introducen en la orilla hasta la cintura y encauzan la embarcación, asegurándose de que que esta no gire.
"La persona que se encarga del motor no cuenta con conocimientos de náutica y no quita el acelerador, de forma que la hélice sigue funcionando una vez que el bote encalla en la orilla. De ese modo, la hélice termina girándose y poniendo el bote perpendicular a la orilla, quedando la embarcación muy vulnerable a cualquier ola y corriendo el riesgo de volcar", explica bombero. De este modo, los botes corren el mayor peligro a 50 metros de la orilla, donde están las piedras y donde cualquier ola puede rajar el tejido y cortar la embarcación. Además, los inmigrantes portan mucho peso al estar mojadas sus ropas. Si a esto se le une que no saben nadar o que transportan a niños, la presencia del chaleco salvavidas sirve de poco.
Los bomberos direccionan la proa a la orilla. Uno para el motor y lo levantaba mientras otro realiza un triaje cuando ya encalla el bote. Desde el principio valoran el estado de las personas y, si todo va bien, les gritan "one by one" (uno a uno) para que aguarden su turno y, en el marco de la desesperación vivida, no se tiren a al agua mojando los zapatos. "Cuidábamos ese mínimo pero importante detalle. Los zapatos tardan varios días en secarse", señala Sergio.
Tras el desembarco, se realiza una valoración de las pertenencias, pasaportes y papeles que les acreditan como inmigrantes refugiados -para proseguir su andadura por Europa- o económicos (estos últimos son deportados a su país ya una vez en el campo de refugiados). Tras la valoración en la cubierta del bote, directamente se atiende a todo el mundo y "la imagen de los compañeros, de rodillas y ayudando a esas personas sin parar, se te queda grabada para siempre". Como la mirada y el rostro de cada refugiado. Todos ellos "llevan una historia plasmada en la cara".
Según comenta Sergio, el trabajo desde el barco consiste en la aproximación al bote, proporcionando tranquilidad a los inmigrantes dentro de una milla y media desde la orilla. Las embarcaciones de los guardacostas tienen un calado tan grande que no pueden trabajar pegadas a la orilla, así que se limitan a acompañar los botes y más tarde son los bomberos quienes los trasladan a playas seguras para evitar los acantilados.
"Los autobuses de Naciones Unidas y Acnur están allí pendientes. Todos los inmigrantes son transportados al centro de refugiados tras ser atendidos en la orilla. Pero proporcionarles tranquilidad en el mar es importante porque ellos se sosegan y el encargado del motor recibe las directrices oportunas", explica.
Las personas llegan "con lo puesto", con una bolsa de basura con papeles que son "importantísimos". Sufren, sobre todo, hipotermia y, especialmente los afganos llegan "con pies necróticos tras andar por el Himalaya". Sergio se preguntaba, atónito, cómo a esa edad, esas personas pasan por esto. Recuerda, por ejemplo, el derrumbamiento de los cuerpos una vez que pisaban tierra firme, tras esa travesía tan arriesgada y en condiciones tan pésimas.
"Los nietecillos rodeaban a los abuelos, estaban abrazados. Y veías a familias incompletas, mientras otras, más adineradas, sí venían con todos sus miembros. El ambiente era muy desolador y las caras mostraban el sufrimiento. Paraplejia, tetraplejia... y hasta una persona que venía con dos puñaladas y con un amago de infarto. Le daba pánico el agua y la montaron a punta de pistola pero antes les dieron dos puñaladas porque en Turquía decían que no había pagado por un niño", comenta. En quince días el grupo de Sergio ayudó a 7.500 personas, aunque es imposible cuantificar los botes que se atendían porque eran desembarcos simultáneos o uno tras otro.
La experiencia también ha marcado a David Galindo, sevillano de 42 años que es cabo en el Parque de Aracena. Tras 17 años de servicio, al ver las noticias no pasó por alto lo que estaba ocurriendo. Acudió en un tercer grupo (desde principios de enero hasta el 19 de enero), el mismo de los tres bomberos de Sevilla detenidos. "Cuando decidimos ir, sentíamos incertidumbre al desconocer qué nos íbamos a encontrar. Desde el minuto uno, tanto mi grupo como el de mis compañeros, nos pusimos a ayudar sin parar porque allí hacen falta muchas manos", señala. Al igual que sus otros dos compañeros, David trabajó como patrón, ayudando en los rescates en el mar. "En tierra hay diferentes voluntariados, pero en el sur solamente estamos nosotros con una embarcación, mientras que en el norte hay una empresa privada, que es Pro-Activa", indica.
David sabe que todos los voluntarios desplazados a Lesbos son "fundamentales" y "útiles" y, una vez en casa, es muy consciente de todas las comodidades de que disfruta. Esas personas a las que tendió su solidaria mano son refugiados de guerra y ni siquiera abandonan su tierra pretendiendo mejorar su calidad de vida. "Huyen como nosotros lo hicimos en su día, cuando tuvo lugar la Guerra Civil. Les ampara la ley pero no se está haciendo mucho por ellos", señala.
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