Neandertales en Doñana: Tras las huellas de un pasado sumergido

Historia

Un equipo interdisciplinar de científicos busca mar adentro nuevos rastros de los homínidos que vivieron en Matalascañas

El afloramiento de huellas de animales y homínidos en Matalascañas supuso todo un acontecimiento científico.

Todo deja huella. Todo, irremediablemente, cede alguna pista de su paso. De que estuvo, de que fue: la pisada leve de una gaviota en la orilla, el salto discreto y mortífero del lince, el ajetreo huidizo de un conejo, una hoja impresa sobre la roca mojada, el trazo recto y lento del caracol, la zancada colosal del dinosaurio… Hasta el criminal más escurridizo deja siempre la suya, así que nadie debería extrañarse de que la naturaleza misma quiera también dejar la marca de su devenir implacable por el mundo, por muchos miles de años que le pasen por encima. El paso del tiempo marca la tierra, dejando un poso encima de otro que a su vez estuvo sobre otro, y éste sobre otro anterior. Siglos y siglos, apilados uno encima y otro debajo, arrojaron las pistas justas de su existencia. Los geólogos, por ejemplo, saben que una vez se produjo un tsunami porque a su paso dejan una capa de piedra oscura, negra, con minúsculos, milimétricos, fragmentos de cerámicas, conchas, huesos de pescados o restos de animales, igual que cada terremoto coloca un rastro de nuevas rocas que incluso tienen su propio nombre, sismitas, o que el hielo de las glaciaciones de hace centenares de miles de años, que arañó de tal forma las montañas que aún perduran las marcas que les dejó. Todo deja huella, y la presencia del hombre no iba a ser menos.

Hace apenas cuatro años, en plena pandemia por la Covid-19, Doñana destapó uno (uno más) de sus grandes secretos cuando las olas, las mareas, la arena y los caprichos del destino dejaron que se asomaran a la superficie los vestigios de una antiquísima jornada de caza, o puede que fuera solo un día de juego, o quizás un paseo o un simple y refrescante baño. La cosa es que allí mismo, sobre un suelo que ahora se esconde, fosilizado, bajo la arena de la playa de Matascañas, dejaron un día las huellas de su pequeña aventura un puñado de individuos, la mayoría niños y adolescentes, de una especie de homínido que, hasta ese momento, nadie había imaginado nunca que anduviera alguna vez por la zona. Las huellas de Doñanason un singular hallazgo paleontológico que está considerado uno de los yacimientos de icnitas -huellas fósiles- más importantes del mundo porque viene a demostrar, entre otras cosas, la existencia de los ascendentes del hombre en un entorno en el que siempre se había dado por hecho que no estuvieron nunca. No existe nada igual en el mundo, ni por su extensión, ni por la cantidad de huellas disponibles (en principio se contabilizaron 87 y ya van más de 250) ni por su antigüedad, que se sitúa en un abanico que se situaría entre los 150.000 años, según las dataciones más conservadoras, y los 295.000, como arrojarían los resultados de las pruebas de luminiscencia (OSL) realizadas por el grupo de nueve investigadores expertos en distintas disciplinas que, liderados por el catedrático de Paleontología de la UHU Eduardo Mayoral, llevan estudiando el yacimiento desde que se hallara el primer conjunto de huellas, correspondientes a especímenes de una espectacular megafauna que un día ocupó las tierras de Doñana: elefantes, jabalíes gigantes, grandes lobos o toros salvajes de casi dos metros de altura con los que estos homínidos, que “podrían no ser neandertales, sino de un linaje anterior” -aclara Mayoral- convivían y de los que, probablemente, se alimentaban. 

Una de las pisadas de neandertal hallada en Matalascañas

Las de Matalascañas forman parte del selecto grupo de los yacimientos de huellas de homínidos del Paleolítico (la etapa inicial de la Edad de Piedra) más antiguas que se han encontrado hasta ahora. Solo en otros dos espacios en todo el mundo se han hallado huellas de neandertales ‘tempranos’ de este periodo: en Biache-Vaast (Francia) y Theopetra (Gracia). Por supuesto, son las más viejas vistas nunca en la península ibérica, y además representan el conjunto más numeroso del mundo. Su mera existencia constituye ya un elemento fundamental para esclarecer algunas cosas sobre la evolución y la vida de los homínidos en aquel periodo, porque se corresponden con un momento histórico, el Pleistoceno Medio, que fue crucial en la formación física de Europa y para el origen mismo de la humanidad. Se sabe que pertenecen a “grupo de homínidos que hasta ahora no sabemos que existían en esta zona”, comenta Eduardo Mayoral, que destaca “el amplio rango del tamaño de esas pisadas”, lo que sugiere la existencia “de un grupo social” integrado por individuos de diferentes edades que, por la propia orientación de las pisadas, se sabe que no estaban de paso, sino realizando algún tipo de actividad “probablemente relacionadas con la caza, con la pesca o incluso con el marisqueo”, al borde de una zona encharcada, posiblemente una laguna ubicada entre dunas. Sin embargo, como suele pasar siempre con este tipo de descubrimientos, lejos de dar grandes respuestas, el hallazgo ha servido para abrir nuevos interrogantes: ¿formaban parte de una comunidad más grande? ¿Dónde y cómo vivían? ¿Qué hacían allí? Mayoral confía en que las huellas, que son los únicos fósiles capaces de congelar en el tiempo acciones y comportamientos, resuelvan algunas de esas preguntas, pero para eso hay que investigar más y seguirles el rastro, no en la playa ni en los acantilados del Asperillo, ni tierra adentro en busca de cuevas o grietas, sino que lo harán donde existen más posibilidades de encontrarlas y que, a la vez, es el lugar más inaccesible, el más difícil y el más inesperado: buscarán en el fondo del mar.

El equipo de investigadores, tras la primera incursión en el mar a bordo del 'Rey Gerión'

No se han vuelto locos. Hay razones muy poderosas: hace 300.000 años, y también muchos menos, Huelva no estaba donde está ahora, o sí, solo que ocupaba más espacio, porque se extendía mucho más allá de la orilla que conocemos actualmente. La culpa la tienen las glaciaciones. Durante miles de años, el nivel del mar en toda la Tierra creció y decreció de forma intermitente. En los periodos fríos, el agua se congelaba y el océano se retraía, mientras que en los periodos cálidos volvía a extenderse. La propia línea de costa avanzaba y retrocedía sumergiendo o sacando a la superficie lo que encontrara a su paso. Se cree que durante el Pleistoceno el nivel del mar se situaba unos 60 metros por debajo del actual. Puede parecer poco, pero en un litoral como el de Huelva, que es especialmente llano, “cualquier descenso o aumento del mar en vertical supone una gran distancia en horizontal”, como explica el geólogo y Catedrático de Estratigrafía Juan Antonio Morales, que calcula que durante el periodo en el que se datan las huellas el agua debía encontrarse a unos 25 kilómetros de donde está ahora. Obviamente, no es necesario -ni posible- llegar tan lejos, pero en realidad basta con explorar el fondo marino a unos cuantos centenares de metros mar adentro, aprovechando el desarrollo tecnológico y la metodología diseñados aquí mismo, en Huelva, por el buzo y arqueólogo Claudio Lozano, que también es miembro del grupo de Geología Costera de la UHU y participa en la investigación. A bordo del barco Rey Gerión, los científicos, incluidos varios especialistas en geología marina, geofísica aplicada e imagen subacuática, han recorrido buena parte de la línea marítima entre Mazagón y Matalascañas en busca de afloramientos como el de las ‘huellas de Doñana’. En teoría, las condiciones son las mejores. Con el buen tiempo, el oleaje acerca la arena a la costa, y con los temporales la lleva a zonas más profundas, por lo que en este momento es posible ‘ver’, a través de la imágenes generadas por un sónar de barrido lateral de última generación, el suelo que la mayor parte del tiempo permanece oculto. Aún no se conocen los resultados de la primera de las incursiones, realizada hace solo unas semanas, pero las expectativas son muchas, como asegura Mayoral: “Sabemos que la superficie donde aparecen las pisadas se extiende, prácticamente, a lo largo de toda la playa entre Matalascañas y Mazagón, pero queríamos saber si esa superficie también se prolonga hacia el mar. En eso estamos, y parece que los resultados dan la sensación de que, efectivamente, esa plataforma que está en la playa se continúa y que, por tanto, es una superficie susceptible de albergar más pisadas de homínidos”, aunque “será algo que tendremos que investigar en una fase posterior del proyecto”. 

Prehistoria bajo el mar

La idea es la misma con la que lleva trabajando más de una década el propio Claudio Lozano en su proyecto Rey Gerión. Que el pasado más remoto de Huelva se encuentra mar adentro es un hecho indudable, pero es que incluso parte de su prehistoria también podría estar sumergida, y a solo unos cuantos metros de la costa. La tradición histórica indicaba que, aunque en el Cuaternario (la última ‘edad’ de la Tierra) el mar ha ido subiendo y bajando continuamente, durante los últimos 6.000 años se habría mantenido aproximadamente en el mismo nivel en que se encuentra ahora, por lo que se entiende que todo lo que entonces estuviera en la superficie sigue estándolo en la actualidad. Sin embargo, aunque el dogma ha sido comúnmente aceptado durante décadas por la comunidad científica, no deja de tratarse de una aproximación que no tiene en cuenta un detalle fundamental: el litoral es muy diferente según de qué parte del planeta de trate. “Ni siquiera dentro de España es parecido”, explica Juan Antonio Morales. “En Huelva, el paisaje y las dinámicas son completamente distintas a lo que podemos ver por ejemplo en Galicia o la zona del Cantábrico e incluso al resto de Andalucía, porque el terreno también asciende o desciende debido a fuerzas tectónicas”. A poco que aquí subiera o bajara el nivel del mar, “el desplazamiento pudo ser muy grande, y hay pruebas suficientes para demostrar que hace 6.000 años el nivel del mar relativo estaba unos metros más bajo, por lo menos en nuestra costa”. Visto lo visto, lo más probable es que parte de lo que ocurriera en tierra durante el Neolítico “esté ahora bajo el agua”, dice Claudio Lozano, que añade otra poderosa razón para argumentar esta teoría: “No tenemos evidencias de este período más que tierra adentro, especialmente en las comarcas relacionadas con la minería y ya en su tránsito al Calcolítico”. No queda ni rastro de la prehistoria onubense en la zona baja de la provincia, y eso no deja de ser muy extraño, salvo que en realidad solo estemos rascando la superficie.

A bordo, trabajando con la sonda de barrido lateral.

El proyecto Rey Gerión va aún más allá: si la historiografía y la arqueología han demostrado que las civilizaciones más avanzadas han crecido siempre en torno a los ríos y sus desembocaduras, es de suponer que las huellas que esas culturas desarrolladas pudieron dejar en el territorio que hoy es Huelva están aún por descubrir: “Es algo sobre lo que debemos reflexionar”, comenta el Juan Antonio Morales, “porque si toda esa cultura está sumergida, quiere decir que lo que los historiadores y los arqueólogo han estado estudiando durante décadas es solamente lo que ocurría en las zonas de interior, y que por lo tanto tenemos una visión sesgada de la historia”. A través de ‘Rey Gerión’, Lozano pretende obtener una “perspectiva clara” de “dónde estaban y cómo eran los cauces de nuestros ríos, cómo ha cambiado su geomorfología y cómo ha cambiado nuestra línea de costa” desde el final de la última glaciación, hace unos 10.000 años, hasta hoy, lo que “nos será de gran ayuda para identificar y conocer los hábitats prehistóricos costeros”. Con la misma tecnología y procedimientos con los que se están buscando nuevas huellas en el agua de Doñana, el ‘Rey Gerión’, a través de diferentes campañas financiadas por instituciones como la Universidad de Huelva, Disney o National Geographic, ha recorrido la costa de Huelva, “desde la desembocadura del Guadiana hasta la del Guadalquivir” para ‘peinar’ su fondo marino entre los cero y los 70 metros de profundidad y obtener un mapa digital en tres dimensiones con el que empezar a trabajar. Por el momento, los trabajos parecen demostrar, explica Lozano, que la formación de la actual costa de Huelva se sitúa en torno a los 4.500 años, por lo que es muy posible que existiese un hábitat, situado temporalmente entre el final de la Edad de Piedra y el comienzo de la Edad del Bronce, “que a día de hoy está sumergido”. Las sorpresas que deparen esos 1.500 años de historia que siguen bajo el agua están todavía por llegar, aunque el arqueólogo cree que “seguramente las habrá”, y que el rastro que dejó el hombre de entonces sea mucho más profundo que las ancestrales huellas de Doñana.

Un equipo multidisciplinar y con amplia experiencia

El equipo de investigación de las huellas de Doñana destaca por su carácter multidisciplinar. Está formado por los doctores Eduardo Mayoral (coordinador del grupo), Juan Antonio Morales, Antonio Rodríguez Ramírez, Ana Guerreiro dos Santos, Claudio Lozano Guerra-Librero y Omar Fernández López, todos ellos de la Universidad de Huelva; el arquitecto Luis Alfonso Morales; Ricardo Díaz-Delgado Last, miembro del CSIC; Ignacio Díaz-Martínez, de la Universidad Nacional de Río Negro, el Instituto de Investigación en Paleobiología y Geología (IIPG), CONICET, y el doctor Jérémy Duveau, investigador del Museo Nacional de Historia Natural de París. 

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