Una oda al amor desinteresado
sociedad | día internacional de la familia
Un padre y una joven cuentan sus experiencias a ambos lados del acogimiento familiar de menores
La integración de los pequeños en un hogar es fundamental para su desarrollo
Huelva/Marco estaba en el coche con su mujer. Iban a salir hacia Sevilla a echar el día cuando recibieron una llamada: "Os necesitamos. Hay un recién nacido del que debéis haceros cargo". Apenas supieron reaccionar. Aceptaron, claro, pero María no soltó palabra alguna en veinte minutos. Y él trataba de hacerse a la idea mientras seguía el viaje previsto, ahora para comprar lo que necesitaban para la llegada de ese bebé en unas horas.
"Estábamos asustados. Llevábamos varios meses esperando y sabíamos que podía pasar en cualquier momento". Pero la primera sensación fue inevitable. "Es complicado describirlo. Fue algo muy fuerte pero muy bonito a la vez", cuenta Marco.
Ese fue el estreno del matrimonio como familia de acogida de menores, "una experiencia magnífica". Tienen una hija de 7 años y forman parte de la bolsa que gestiona la asociación Alcores, encargada del programa de acogimiento familiar en la provincia de Huelva. Marco y María atienden sólo casos de urgencia: estancias de niños de 0 a 7 años por un tiempo no superior a seis meses, y siempre con disponibilidad total, abiertos a responder con la inmediatez que sea necesaria.
Asegura que empezaron en esto "por casualidad". Todo fue por una espera en Correos, un cartel informativo y una respuesta a una cuestión que le rondaba hace tiempo. Marco confiesa que, como hijo único, quería que su hija tuviera un hermano "para que conociera esa complicidad que se tiene". Su mujer, cuenta entre risas, tenía muy claro que "la fábrica estaba ya cerrada". Pero si no era de una forma, quizá podía ser de otra. De eso hace ya seis años, tras un proceso para informarse, para ser evaluados y considerados idóneos y para prepararse para la atención a los pequeños. Y después de un paréntesis obligado por motivos laborales.
"Hay muchos niños que necesitan ayuda. Pero no se necesita nada material. Sólo es amor. Dar sin recibir nada a cambio". A cualquiera se le eriza la piel cuando escucha a Marco dar sus argumentos, libres de frases rebuscadas, sólo llenos de una sinceridad brutal que apenas acompaña con un brillo en los ojos.
Por eso a Cati jamás se le olvidará ese 30 de agosto de 2006. No hace falta ni preguntarle. Suelta la fecha de carrerilla, tan marcada como si fuera su día de nacimiento. Fue entonces cuando empezó todo. "Era una nueva etapa. Todo era nuevo. Hasta empezaba el instituto".
Tenía 12 años; su hermana 10. Ambas dejaron atrás el centro de acogida de menores en el que vivieron durante siete años. Ninguna familia hasta entonces estuvo dispuesta a llevárselas a casa a las dos. Iban juntas, de la mano, y en ningún caso se las podía separar. Y no todo el mundo está dispuesto a hacerse cargo, de golpe, de dos niños mayores. Aún así, soñaban que algún día tendrían un hogar, una familia, "una habitación rosa decorada con princesitas". "Las paredes eran verdes y tenía los muebles de ese color madera", recuerda apuntando con el dedo a otro mobiliario. "Era la habitación más bonita del mundo".
La suya fue una acogida permanente, sin opciones de retorno con la familia biológica. Un matrimonio sin hijos se interesó en ellos también por una concatenación: un reportaje en televisión sobre los acogimientos de menores, un compañero de trabajo de la mujer casado con una educadora del centro de acogida y el relato de la situación de las niñas. Tampoco se le olvidará "en la vida" a Cati cuando un educador, a la hora del almuerzo, le dijo con una sonrisa: "Tenemos que hablar". Y la ilusión apareció.
"Fue como amor a primera vista", recuerda del primer encuentro con ellos. Le siguió la llamada fase de acople, para conocerse con visitas supervisadas por educadores, primero, y con días enteros, después, a solas, fuera del centro, para empezar a convivir. "Quería que fuéramos dos angelitos y que les cayéramos muy bien. Yo le decía a mi hermana lo que debía hacer y lo que no. Ella era más caprichosa y se le notaba más la falta de cariño. La primera vez que fuimos a comer con ellos, nos llevaron a una pizzería, y le dije a mi hermana que pidiera la más baratita, no fueran a creer que les íbamos a salir muy caras y no quisieran quedarse con nosotros".
Al contrario. El acople fue perfecto. Ahora Cati tiene 23 años y ya no duerme en la misma habitación que su hermana, de 20. Pero se quedan en la misma casa, con la misma familia, con los mismos padres de acogida, aunque la tutela de la Administración acabara con su mayoría de edad, igual que el compromiso de mantener el acogimiento. Fueron más allá y pidieron los apellidos, la adopción en papeles. "Eso fue lo de menos. Éramos ya una familia. Eran mis padres. ¡Son mis padres!", enfatiza para dejar ese trámite en un gesto tan simbólico como innecesario para un vínculo tan sólido como si hubiera genes comunes de por medio.
"Las familias deben tener muy claro que la acogida no es una vía para la adopción", advierte Nazaret Gómez, trabajadora social de la asociación Alcores, que se encarga de gestionar el programa a instancias de la Junta de Andalucía. Esa diferencia es repetida con frecuencia para evitar confusiones entre quienes se acercan a informarse y ofrecerse para recibir a pequeños en casa. Otra cosa es que, como ocurrió con Cati, después de una acogida permanente que finaliza con la mayoría de edad, la relación se prolongue y "exista una necesidad de identidad" que desemboque en ese trámite administrativo de la adopción.
No es lo que le ocurre a Marco. Su familia sólo actúa ante acogimientos de urgencia, por seis meses, por lo que deben estar preparados para cortar el lazo pasado ese tiempo, con todo lo que ello supone emocionalmente.
"Jamás se me olvidará cuando se fue de casa el primer bebé. María y yo estábamos llorando cada uno en una habitación. Nuestra hija vino a verme y me preguntó: '¿Por qué llora mamá si nos han dicho la abuela y la tita del niño que podemos ir a verlo cuando queramos?'. Me asombra esa forma de ver la vida tan sencilla".
No le faltaba razón a la pequeña Chiara porque a ellos les tocó vivir una situación extraordinaria. Los acogimientos son anónimos para las familias mientras estén activos, sin que en ningún momento exista conocimiento ni contacto entre la biológica y la de acogida. Pero una vez finalizado, si alguna de las partes lo pide, y ambas están dispuestas, pueden conocerse. Y los familiares del bebé quisieron saber quiénes habían cuidado de él para agradecerles lo que hicieron.
"Fue alucinante", asegura Marco. "Nos dieron las gracias por cuidar del niño y nos abrieron las puertas de su casa. Fue impresionante. No haces esto buscando algo ni para que nadie te lo agradezca, pero cuando pasa, te das cuenta de la importancia que tiene lo que hacemos".
Nazaret Gómez subraya que no se debe juzgar nunca a la familia biológica de los niños porque son varias las causas que pueden dejarles sin su tutela de forma temporal o permanente, y no necesariamente conflictivas. "Muchos de ellos, la mayoría, es porque no disponen de recursos o porque no han sabido manejar la situación que les ha venido con un hijo".
"Hay familias que viven la retirada con angustia. No lo entienden y lo viven con enfado. Pero si ven que están con una familia en vez de un centro, se quedan más relajados. Se les explica el proceso y entonces agradecen mucho el esfuerzo y la generosidad de las familias acogedoras. Y hasta traen regalos en las visitas o intentan aportar ropa o pañales para los niños", cuenta Mónica Vázquez , educadora de Alcores, rememorando algún caso.
Marco y María no saben si les ocurrirá lo mismo cuando se vaya, dentro de muy poco, la pequeña que tienen ahora en casa. Ni si habrá más que lágrimas, como la primera vez. "Aquello fue diferente porque era un bebé y no interactuaba. Pero ahora...". Una niña de dos años les ha revolucionado el hogar y la existencia. "Alucinante", suelta entre la fascinación y el orgullo que siente por una niña "súper viva", "más espabilada que nuestra hija a su edad o que cualquiera que hayamos visto". "A María se la tiene ganada totalmente. Hace con ella lo que quiere", añade entre risas.
Hasta Chiara, su referente ahora, su hermana mayor estos meses, le gusta contar que le enseña "muchas cosas, como pintar". "La primera vez que se montó en el coche era muy tímida y hablaba poco. Pero después cambió. Jugamos mucho, dormimos juntas y me gusta mucho estar con ella".
Cuando llegó a casa, explica Marco, no lograban que la pequeña se acostara antes de la una de la madrugada. En poco tiempo lo consiguieron: se metía en la cama a la misma vez que su hija, a la hora adecuada, "contenta y feliz".
"Chiara es también un catalizador que ayuda a que se integre con más facilidad". Es un valor importantísimo para la familia. Lo son los hijos para cualquiera que esté pensando en entrar en el programa de acogida. Ellos se lo plantearon como una contribución también muy importante para la educación de la niña. "Queríamos que aprendiera valores como la solidaridad y la generosidad. Que se diera cuenta de la suerte que tiene de no ser un niño con necesidades. Esto le va a ayudar mucho a madurar y a crecer", asegura convencido.
Ahora no quiere pensar en cómo cerrarán su segunda experiencia como familia de acogida. Tienen claro que seguirán en el programa, e incluso se les ha pasado por la cabeza la opción de cambiar la modalidad de acogimiento y pasar al temporal. Sólo así podrían mantener a la pequeña, si fuera necesario, en casa hasta dos años más. Pero no lo tienen claro por la responsabilidad que conlleva.
Porque tras un acogimiento de urgencia y sus seis meses de duración máxima, al ratificarse el desamparo hay que buscarle una nueva familia, en este caso temporal, si hay opciones de retorno a su familia biológica. El centro de acogida es la última opción.
"Hay consenso general en que es en una familia donde el niño se desarrolla mejor física, psicológica y socialmente. Por eso es prioritaria la acogida, sobre todo en niños menores de seis años. Y por eso es tan importante la solidaridad ciudadana que muestran las familias que participan en el programa de acogimiento", explica el delegado territorial de Igualdad, Salud y Políticas Sociales de la Junta de Andalucía en Huelva, Rafael López.
Aunque, recuerda la trabajadora social Nazaret Gómez, "vivir en un centro no es nada malo". "No son centros de corrección de conducta sino de acogida. Y no conozco convivencia con más amor, unión entre ellos y diversidad cultural e ideológica", explica para cambiar la percepción general existente. Pero el centro "suele estigmatizar a los niños porque muchos creen que sus familias no los quieren y eso les avergüenza y ocultan dónde viven".
Cati era positiva aquellos años y esperaba que algún día llegara ese momento soñado. Se entusiasma reviviendo esos momentos de magia evidente en su niñez y se emociona con detalles de una vida que postergó demasiado tiempo su felicidad. Pero hace tiempo que la siente y le desborda. Habla con dulzura y se expresa con una naturalidad exquisita para contar sobre un recorrido vital que a cualquier adulto le costaría afrontar. Y desarma a quien le escucha hablar de ello, con una sonrisa pedagógica y que provoca alguna lágrima furtiva de complicidad por su alegría.
"Mi madre es... Siempre hace que no nos falte nada. No sé qué sería sin ella", cuenta feliz.
En su cartera guarda como un tesoro el documento que acredita el cambio de apellidos. La burocracia administrativa retrasa por el momento su incorporación al DNI. Y también -confiesa en un último momento para anudar la garganta- que tiene un cupón de la ONCE muy especial: se lo regaló poco tiempo atrás su padre biológico, al que se encontró casualmente en un restaurante. "Me dijo lo orgulloso que estaba de mí, y la alegría que le daba saber que me habían cuidado tan bien". El día siguiente le llamaron sus hermanos mayores, con los que sigue manteniendo contacto, y le contaron del infarto sufrido la noche anterior por su padre común, que le acabó costando la vida.
"Creo que hay que estar aquí hablando de esto si este gesto vale para que al menos una familia se anime a ayudar. Hay que hacerlo. Vamos a hacer bien a la gente que lo necesita", apunta Marco, que cierra con otra confesión y una reflexión para quitar trascendencia al paso: "Mi padre se desentendió de mí y mi madre me tuvo que criar sola dándolo todo. No sentí la falta de un padre porque sentí el amor de la gente a mi alrededor. Amor. Punto. Es lo que necesitan estos niños. Sólo cariño".
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