El origen de la alocución “estómagos agradecidos”
Crónicas de otra Huelva
Ponce Bernal dio una clase de historia a sus lectores contando la secuencia vivida por un movimiento de pretorianos contra el César que abortó con un “banquete magno”
El buen nombre es la base de la riqueza individual
LA INTRODUCCIÓN
“CASOS PRETORIANOS”
Práctica habitual en el común de los mortales
En estos días vivimos momentos políticos muy convulsos, como tantos otros a lo largo de la historia de nuestra España. La semana pasada sacamos a colación un artículo de Ponce Bernal que nos enseñaba cómo las zarpas de la calumnia pueden mancillar el buen nombre de alguien. El caso de Pedro Sánchez y de Begoña Gómez que hoy, con la comparecencia pública anunciada en la carta que ha dado tanto que hablar y especular, no es, desgraciadamente, el único. ¿Habrá forma más cobarde de actuar? El artículo fue más que oportuno, porque, a los tres días de publicarse, el presidente del Gobierno, con su actuación, ha debido dejar en la conciencia de muchas personas su forma de actuar en la vida.
Por ello, vamos con otro artículo que aborda el honor. Pero, ¿qué es el honor? Tema muy clásico, presente en muchos autores del Siglo de Oro. Para intentar explicarlo, José Ponce aludió al origen de la alocución estómagos agradecidos. La costumbre de situar los ideales en el estómago era, a su juicio, una práctica muy habitual entre los “míseros mortales.” Y hasta el honor, “excepcional patrimonio espiritual –decía- tiene tales contactos con la sentina del abdomen que pudiera llegarse a creer que el honor no es otra cosa que la perfecta acordancia (sic) de un estómago agradecido”. Regaló acto seguido una clase de historia a los lectores y contó la secuencia vivida por un movimiento de pretorianos contra el César, que abortó ofreciéndoles oro: “Un banquete magno, a tiempo, dejó los estómagos agradecidos. Besaron los pies del César y vieron sus ambiciones colmadas”.
Después de este pasaje, explicaba que el mundo había seguido su camino “legando a la posteridad –expresaba- un bello ejemplo de defensa del honor... y de la correlación ente el honor y el estómago”. Y terminó dejando por sentado los muchos ejemplos que la Historia había dejado a lo largo de los tiempos, ejemplos próximos incontables y quizá más vergonzantes, para él, que el de los pretorianos.
A lo largo de la historia se seguirán sucediendo, podríamos llamar, “casos pretorianos”.
Situar los ideales en el estómago ha sido, es y será muy usada por los míseros mortales. Hasta el honor, excepcional patrimonio espiritual, tiene tales contactos con la sentina del abdomen que pudiera llegarse a creer que el honor no es otra cosa que la perfecta acordancia de un estómago agradecido.
Una vez, allá por los tiempos casi legendarios de los Césares, Augustos, Cayos y Pompeyos, cuenta la Historia que hubo un movimiento de pretorianos, atentatorio contra la autoridad del César, por estimar que su honor había recibido grave ofensa al ser privilegiadas con señaladas mercedes las legiones de las colonias. Hubo hasta conatos de conspiración coaligados conatos con los tribunos del pueblo, alzamientos de esclavos. El honor de los pretorianos había sido vejado. Aquello era horrible, intolerable. El César tenía que pagar con su sangre la ofensa inferida. Pero el César, como digno precursor de los “duces” que habían de llenar de maquiavelismos las páginas del Cronicón del Renacimiento, conoció en categoría del honor de los pretorianos y cuando el peligro era mayor, cuando la sublevación era inminente, llamó a los guardadores del Tesoro y les hizo echar unos puñados de oro a los pretorianos. Sus “verdaderas aspiraciones” quedaban satisfechas. Besaron los pies del César y vieron sus ambiciones colmadas.
En tanto, los tribunos fueron perseguidos, los esclavos más humillados, y el mundo siguió su camino, legando a la posteridad un bello ejemplo de defensa del honor… y de la correlación entre el honor y el estómago.
Después del caso de estos pretorianos, en la Historia de los pueblos se han repetido hechos análogos a un dos por tres. Un poco de hacer memoria, lector, nos bastaría para presentar ejemplos próximos incontables, y quizás más vergonzantes que el de los pretorianos de las épocas pasadas.
PONCE BERNAL
Diario de Huelva, 10-12-1930
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