"A mis padres les dieron a elegir entre dos niños en la casa cuna de Bilbao"

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Enrique Olivert fue adoptado en el País Vasco por un matrimonio de Matalascañas con el que ha sido "muy feliz" · Casi medio siglo después ha encontrado a sus padres biológicos y a su hermana gracias al ADN

Quique Olivert, ayer durante la rueda de prensa que ofreció en Huelva para hablar de su caso.
Raquel Rendón / Huelva

05 de diciembre 2012 - 01:00

El onubense Enrique Olivert nació en Bilbao el 31 de mayo de 1965. Ahora, a sus 47 años, ha localizado a su familia biológica, con la que ha podido reencontrarse hace apenas dos semanas. En el banco de ADN de Neodiagnostica -laboratorio que colabora con las asociaciones de afectados por las sustracciones de neonatos- halló las respuestas que buscaba: los marcadores "confirmaron al 100% que ellos son mis padres", aseguró ayer a este rotativo. Entonces se subió a un avión, desembarcó en la capital de Vizcaya y se reencontró con su padre, su madre, su hermana y sus dos sobrinos, de 4 y 17 años.

Su madre le recibió emocionada, sin creerse todavía que la incesante búsqueda que ha mantenido en los últimos 47 años hubiese acabado con final feliz. "Ella es muy prudente, muy buena y trabajadora, era la víctima perfecta", dijo ayer a este periódico.

Sus progenitores eran novios pero no estaban casados. Ella se quedó embarazada y dio a luz en una maternidad bilbaína. La llevaron "a una habitación en la que estaban siete u ocho mujeres como ella, solteras, a las que sólo les traían los niños para amamantarlos; es decir, que no tenían la cunita al lado". A los tres días, indicó ayer Quique Olivert en la rueda de prensa ofrecida en la Casa Colón para exponer su caso, "le hicieron firmar un documento para abandonar el hospital y salir a ver a su novio; ya no la dejaron volver nunca más".

A él se lo llevaron de inmediato a la casa cuna de Bilbao. Ella regresó a por su primogénito un día tras otro, unas veces sola y otras acompañada por familiares. "Nadie le había dicho si estaba vivo o muerto y eso le ha mantenido vivas las esperanzas todos estos años", aclara Quique. La respuesta de las monjas a sus reiteradas visitas fue "que se marchara, que no eran rosquillas para ir a pedir niños allí". Curiosa contestación, teniendo en cuenta, según el protagonista de esta historia, que "mi madre dice que las monjas fueron las que estaban detrás de todo esto" y que "en la maternidad los domingos se dejaban ver personas muy arregladas y que era vox populi que iban a por niños".

Sus padres adoptivos lo recogieron en la casa cuna de Bilbao. Olivert mantiene, eso sí, que "ellos siempre pensaron que fue una adopción legal". Aunque no lo sabe a ciencia cierta, piensa que "mis padres no pagaron por mí, aunque ya se sabe que hay que pagar por cualquier trámite". Ellos ya han fallecido y nunca le ocultaron que era un niño adoptado. "Me han querido muchísimo", afirma. Todas las gestiones para su adopción las hicieron "a través de una persona de Andalucía, afincada en Huelva, que tenía contactos en el País Vasco".

Olivert precisó a este diario que sus padres se trasladaron hasta la casa cuna bilbaína para adoptar a un bebé y que "les ofrecieron dos niños para que eligieran y les dijeron que me llevaran a mí, que era más morenito y me parecía más a ellos".

Se siente defraudado por el sistema de la época, no por sus padres adoptivos, y remarcó que todos los que formaban parte de este siniestro engranaje "no han comercializado con juguetes, sino con vidas. Esto debe salir a la luz pública".

Siempre quiso conocer sus orígenes. Se animó a hacerlo un tiempo después de que sus progenitores adoptivos fallecieran. Nunca pensó que pudiera ser un niño robado, hasta que comenzó a tirar del hilo y descubrió que en el procedimiento "fue todo muy irregular". Los documentos de su nacimiento son "muy confusos y contradictorios: por una parte dicen que fui abandonado y por otra que no".

La clave del caso ha estado en un "descuido o en la decisión voluntaria" del notario que redactó la escritura de su nacimiento, un documento en el que aparecían el nombre y los apellidos de su madre biológica pese a que la Ley de Adopción de la época no obligaba a que figurara sobre el papel. De hecho, este caso es prácticamente una excepción en España. El ADN hizo el resto.

De no contar con ninguna pista, todo se aceleró repentinamente. El reencuentro ha sido "algo tremendo, muy bonito". Su madre biológica "no paraba de tocarme la cara mientras comíamos en su casa, no se lo creía". Quique descarta por completo que sus padres lo abandonaran voluntariamente. Entre otras cosas, destaca que tuvieron otra hija: su hermana -"¡tengo una hermana!"- nació cinco años después y fue entonces cuando sus padres contrajeron matrimonio. "Mi madre nos ha contado que se casaron para que no se la quitaran también".

La mujer "ha estado sumida en una profunda depresión estos 47 años y ahora está mucho mejor, más recuperada, me dicen que parece otra; ha llorado y rezado todos los días para encontrarme y aquí estoy".

El contacto con su familia bilbaína es constante. "Ahora tengo una hermana, muy pesada porque me llama todos los días 20 veces, y me dice que me quiere mucho; soy muy feliz", confiesa Olivert, quien no piensa cambiar sus apellidos.

Es curioso, narra a Huelva Información, cómo pese a la distancia "yo he viajado en mi vida muchas veces a Bilbao y ellos a Matalascañas, incluso me enseñaron una foto que se habían hecho al lado de la casa donde he vivido siempre".

Enrique está casado y tiene dos hijos que todavía no conocen a sus abuelos, sus tíos y primos vascos. Regenta un negocio, La Taberna de Quique, muy conocido en Matalascañas, y canta todos los domingos en el hotel Carabela con su dúo musical.

No descarta presentar una denuncia por todo lo acontecido "si con eso ayudo a SOS Bebés Robados Huelva y a las demás víctimas", agregó finalmente.

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