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El pasado casi siempre vuelve

Crimen de Laura Luelmo

Entre el asesinato de la joven profesora y el de una anciana en Cortegana hay más similitudes que las de su autor, unos comportamientos que resultan casi idénticos más de 20 años después

Imagen de Bernardo Montoya publicada por Huelva Información el 4 de noviembre de 1997. / María Clauss
Óscar Lezameta

07 de abril 2019 - 06:00

El pasado jueves, Bernardo Montoya, el acusado por la muerte de Laura Luelmo, volvió a estar ante un juez, al menos mediante una videoconferencia. No era la primera vez que lo hacía y volverá a hacerlo cuando se decrete la apertura del juicio oral, pese a que los tiempos judiciales apuntan a que todavía pasarán muchos meses para poder volver a verlo. Hace más de dos décadas, Huelva Información recogía la que, hasta el pasado mes de octubre, fue la última vez que se vio a Bernardo fuera de la prisión.

El martes 4 de noviembre de 1997, la portada de Huelva Información se hacía eco de las inundaciones que causaron enormes destrozos en la provincia, especialmente en Gibraleón, donde el puente ferroviario ofrecía la imagen de la portada, casi sumergido por las aguas del Odiel. Los alumnos del conservatorio mantenían un encierro ante la falta de profesorado; la huelga de transportes en Francia bloqueaban a los camiones en la frontera; el delegado de Medio Ambiente presentaba su dimisión; se podía comprar un Opel Corsa con 241.000 pesetas de descuento y los mejores pisos de la capital no llegaban a los 20 millones.

En la página 15 se informaba de la apertura del juicio por el asesinato de una anciana de siete puñaladas, por el que el fiscal pedía a su autor casi 20 años de prisión; su defensa solicitaba la libre absolución o la aplicación de la eximente por trastorno mental transitorio. El presunto autor de los hechos se enfrentó por primera vez a los cinco hombres y cuatro mujeres que formaban el recientemente instaurado juicio con jurado, con el convencimiento de que era inocente, según les confesó. La imagen de esa información era la de un joven de 29 años, desafiante ante la escolta de policías nacionales que le custodiaban en su acceso a la Audiencia en la que entraba desafiante, con el gesto de los cuernos mirando a cámara. Era Bernardo Montoya, el mismo que esta semana, con la tecnología de por medio, ha comparecido para ofrecer su tercera versión de un crimen que dio la vuelta al país, uno de esos asuntos mediáticos que hacen que las televisiones vivan en medio de una comarca poco dada a ser noticia por ese tipo de sucesos, si es que alguna lo es.

Beranrdo Montoya la última vez que fue visto cuando salió de los Juzgados de Valverde. / M. G.

“Bernardo dijo en su primera declaración que se autoinculpó del crimen por la presión a la que le sometieron los guardias civiles que lo detuvieron”. No es de la declaración más reciente, fue la que ofreció en 1997, cuando según la crónica de la época, “de tez morena, mediana estatura, con perilla, vestía pantalones vaqueros negros, un anorak oscuro y zapatillas deportivas de colores negros y blancos”. También declaró en su momento “no tener problemas con sus vecinos de Cortegana, aunque la Guardia Civil me conoce porque consumo drogas”. Casado y con dos hijos, vivió en Gerona y trabajó para el Ayuntamiento vendiendo ropa y, en ocasiones, trasladándose a zonas freseras para hacer las campañas de recogida del fruto.

No hubo que esperar mucho. Al día siguiente, se conocía que “el jurado considera a Bernardo Montoya culpable del asesinato de Cecilia Fernández”. Poco después de las cuatro de la tarde, ante los padres del acusado, su mujer y su abuela que fuera de la sala no pudieron contener el llanto, Bernardo fue declarado culpable de asestar una puñalada a la anciana y otras seis cuando esta estaba ya en el suelo, en unos hechos que tuvieron lugar el 13 de diciembre de 1995.

Bernardo Montoya cuando compareció ante la juez de Valverde poco después de ser detenido. / Alberto Domínguez

Veinte años después ha vuelto a desdecirse de su autoinculpación, de haber quitado la vida a otra persona, en esta ocasión una joven profesora que llegó desde Zamora a Nerva para una sustitución en un colegio y la perversa casualidad la llevó a vivir frente a la casa que ocupaba su asesino que poco antes había salido de la prisión, igual que su hermano. Las similitudes son algo más que consecuencias, los comportamientos similares, las actitudes parecidas, reminiscencias de un pasado que casi siempre se empeña en volver.Bernardo salió de la prisión apenas dos meses antes de asesinar –presuntamente hasta que haya sentencia– a Laura Luelmo. Todo hace pensar que en el juicio al que deberá enfrentarse por su muerte, será la última vez que lo veamos.

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