El pintoresco mundo de los feriantes
Crónicas de otra Huelva
Las Fiestas de la Cinta: “Montones de cajas y baúles convierten el Paseo de la Independencia y la Cuesta del Carnicero en un remedo de campamento de legionarios”
Ponce animó a los onubenses a convertirse en entusiastas campeones en defensa de su ciudad
La verdadera bohemia
Nuestro homenaje a las miles de familias que van y vienen
El pintoresco mundo de los feriantes es un artículo de corte costumbrista, de esos que definen muy bien el estilo de Ponce Bernal. Está inspirado en las Fiestas de la Cinta, que esta misma semana vamos a disfrutar los onubenses de ahora, aunque los escenarios sean ya bien diferentes. Visitó el entorno de los cacharritos para ver cómo se las tenían que ingeniar los feriantes con sus familias, de fiesta en fiesta cada temporada estival, para ganar el dinero con el que tenían que sobrevivir después todo el año. Le hizo reflexionar sobre la cruda realidad que se vive detrás de las luces, de los colores y de la música de las atracciones.
Dibujó el panorama de la fiesta local remitiéndose para ello al libro “La España negra”, del costumbrista literario José Gutiérrez de la Solana, escritor y pintor contemporáneo suyo que inspiró gran parte de su obra en el tenebrismo de Valdés Leal y en las pinturas negras de Goya; y en la atmósfera de los escenarios que describía Valle Inclán.
Podemos decir que este de hoy pertenece a ese conglomerado de artículos que dejó para la posteridad en Diario de Huelva, cargados de ideas con vetas costumbristas, artísticas y también políticas. Son una representación literaria de la vida civil. Contaban con importantes dosis de retórica y lograban instruir al lector, enseñarle cosas. Realizaba, en suma, una labor didáctica y pedagógica. Despertaba el interés informativo a partir de un hecho de actualidad que le servía de pretexto o de estímulo para escribir, como el de hoy.
Desde aquí, nuestro homenaje a esas miles de familias que van y vienen para llevar la diversión, la ilusión y la evasión a las fiestas y ferias de los pueblos y ciudades. Familias en las que, por lo general, no solemos reparar.
Una de las grandes distracciones de las ciudades y que todos esperan con impaciencia –dice en un interesante libro el original costumbrista literario Gutiérrez de la Solana- es la inauguración de las ferias.
Comienzas éstas el día del patrón o la patrona de la ciudad y coinciden con las corridas de toros, por la noche las grandes veladas a las que se asocia el pueblo…
Sigue luego la más gráfica, la más pintoresca descripción de las ferias españolas que hasta ahora se han escrito y que constituye uno de los capítulos encantadores de su libro “La España negra”. Pero Gutiérrez de la Solana nos habla de la feria ya armada, la feria después de la inauguración y del día solemne del Patrón cuando todas las cornetas de los órganos gritan a todos los directores de barraca gesticulan llamando al público para cuando los lienzos y la tabla recién pintados lucen; en fin, cuando la feria se ha vestido su máscara de alegría, de frivolidad y de despreocupación.
Del esqueleto de la feria, de la feria antes de inaugurarse, cuando no hay más que estacas, cuando los órganos están todavía embalados y la pobreza de la buena gente que de esta vida azarosa vive no se ha disimulado todavía con las ropas de colores chillones, nos disponemos a hacer esta información y a ponernos en ambiente para escribir la verdadera crónica del feriante, fuimos ayer al bello, al olvidado segundo tramo del Paseo de la Independencia y a la Cuesta del Carnicero.
Durante los días de feria, al feriante no se le ve. Detrás de la cortina mueve los muñecos fiel a las enseñanzas de su padre y señor, el buen Maese Pedro, y sus familias, las mujeres y sus hijos, duermen, comen y viven en el fondo de los oscuros barracones como pudiera vivir en la Edad Prehistórica el hombre troglodita. Ayer y hoy todavía podrá verse al feriante a plena luz. Están como una afanosa colmena hincando las estacas, tendiendo los toldos, pintando sobre bastidores de cartón los dragones que han de atemorizar a los niños a la entrada de las temerosas grutas infernales y desembalando las baratijas.
Las sorpresas que ocultan las lonas
Montones de cajas y baúles convierten el Paseo de la Independencia y la Cuesta del Carnicero en un remedo de campamento de legionarios. Las barracas y las casetas como manchas pudorosas del Oriente tienen cubierto el rostro con la lona que las ciega completamente. Hay algo de atracción en el misterio de estas casetas entoldadas. Cuando la lona se levante, lo mismo que cuando una mujer mora alza su velo hay siempre una esperanza de deslumbramientos insospechados. Entonces surgirán las estanterías de alhajas de feria, esas alhajas que se compran con tanta ilusión y que siendo iguales o peores que las que venden a diario en el comercio normal y estable, a las mujeres agradan tanto… Y las baterías de cocina, y los dulces y confituras hechos a la vista del público y la fotografía complicada con el arte escenográfico que permite a uno retratarse vestido de torero o volando en un avión sobre un cielo como un Lohengrín, de cartón pintado.
Todo eso es lo que nos ocultan las lonas en esta tarde en que la feria está en esqueleto todavía y todo eso saldrá a la luz simultáneamente, como por el golpe de una varita mágica, entre el clamor de platillos y órganos, el atronar de bocinas y el son de un pasacalle, mañana por la mañana cuando la feria se inaugure.
Los carros de la farándula
Nada hay tan pintoresco como la vida del feriante. Es un pueblo nómada que viaja con sus carros, con sus furgones especiales que no se empelan en ningún otro uso. Sobre ellos recorren las polvorientas carreteras de España, como en un Arca de Noé, los animales domesticados, las costillas de las barracas y toda la familia que no conoce más confort ni otro hogar. Ahora los carros, los furgones hogares esperan en la trasera de las casetas vaciando sus entrañas de los mil utensilios que han conducido como unos grandes monstruos que se desangran.
Este es el momento pintoresco y de más dramático color que la feria ofrece. La familia del feriante ha acampado al aire libre y al aire libre las mujeres remiendan sus toldos y hierven sobre cocinas de fortuna su condumio modesto. Hay mucho de torre de Babel en esta feria. Los afanosos hincadores de estacas se animan en su faena con frases de distintos idiomas. Se habla el francés, el italiano y el catalán. La gran familia cosmopolita y nómada del feriante está mancomunada en una estrecha solidaridad ocasional. Pueden hablar idiomas distintos, pero todos convergen al mismo fin, todos se prestan generosamente sus brazos cuando la obra del vecino requiere mayor esfuerzo.
Bellos, bellísimos motivos para quien sabe pensar y que brindamos a nuestro gran Siurot para uno de sus próximos libros.
El circo vacío
La feria la encontramos este año poco animada. Quizás sea uno de los años de menos concurrencia. La empieza en el arranque de la calle Aragón un gran “tío vivo” que bajo su funda blanca parece una torta monumental abandonada en la feria.
Después viene un pequeño circo, que es una institución en la divertida serie de ferias españolas y cuyas payasadas han alegrado a tantas generaciones infantiles. El circo está ya armado y podemos penetrar en él. Nada hay más triste que un circo vacío. Su gradería tosca hace pensar, no sabemos por qué, en una escala de cadalso. Luego, cuando se llene, cuando lo decoren las niñeras y la alegre y bulliciosa turba infantil, el circo será otro, el circo tendrá entonces un alma de que ahora carece.
La barraca 'Sangre y arena'
Cuesta adelante, un hombre con aspecto extranjero, ayudado por una mujer, termina la instalación de una barraca. Nos acercamos a ellos y departimos con él largo rato. Es un argentino: Antonio Villa, que desde hace algunos años se dedica a correr el mundo como profesional de la feria.
-¿Gana usted mucho?- le preguntamos.
-Cada vez menos – nos dice-. Los tiempos están muy malos y además hay mucha competencia. Años buenos fueron los de la guerra europea. Como aquellos no los volverá a haber.
-¿Cuál es la feria más buena ahora?
-La de Bilbao, sin duda –nos responde- Después la de Granada, la de Sevilla, la de Valencia.
-Y en el invierno, ¿qué hacen ustedes?
-Descansamos. Generalmente en Barcelona. Es muy difícil vivir el invierno solo con el trabajo del verano.
-Y usted –le preguntamos a la mujer,- ¿es también argentina?
-No señor. Yo soy italiana.
Antonio Villa exhibe una especia de Museo taurino. Sobre el interior de una pequeña placita de toros aparecen en la barrera en tamaño natural las figuras de los inolvidables diestros Joselito, Granero, Varelito y Manolito Litri de parecido inconfundible. El Museo y el Pabellón “Sangre y Arena” según rezan las carteleras de la barraca es una fiel interpretación de nuestra raza castizamente española, en la que los artistas valencianos Benedito y Causarás, han sabido plasmar con cincel el parecido, el arte, la tragedia y el dolor vivificados en Joselito, en Granero, en Varelito, en el pobre Litri.
La bohemia no claudica
Nos despedimos de esta buena gente, la única, la verdadera bohemia que anda todavía por los caminos del Señor sin claudicar, sin transformarse, cuando ya el último poeta hampón se rapó su melena y cuando la cara de Próculo no es otra cosa que un lema literario para que Emilio Carrere pueda vivir en Madrid como un pacífico y orondo burgués.
BLANQUI-AZUL | Diario de Huelva, 4-09-1928
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