El piropo, “aguafuerte callejero que suscita querellas de amor, anverso o reverso de una espinosa medalla”

Crónicas de otra Huelva

La polémica está servida en este artículo de Ponce Bernal, en el que distingue el requiebro galante o delicado y el vocablo grosero que hiere la honestidad de quien lo recibe

Como a Ponce, la Lotería nos deja, a la mayoría, recitando a Calderón de la Barca: “Y los sueños, sueños son"

Huelva antigua.
Huelva antigua. / M.G.
José Ponce Bernal / Felicidad Mendoza Ponce

13 de enero 2025 - 05:00

La Introducción

VÍCTIMA PROPICIATORIA

La mujer, destinataria de los aguafuertes callejeros

José Ponce pide en el artículo que reproducimos hoy mayor comedimiento en la pronunciación del piropo. Lo define como “aguafuerte callejero”. Aunque sostiene que es algo innato a la sociedad española como pueblo meridional, no acepta en absoluto que la pronunciación del requiebro convierta a la mujer en “víctima propiciatoria de la manifiesta incultura y mal gusto –afirmaba- de que hace alarde esa numerosa reata de chulos desaprensivos y señoritos desvergonzados”. Una crítica feroz la que hace para condenar a los autores de las expresiones groseras y una defensa intensa de la integridad y la dignidad de la mujer.

La expresión “a la fuerza ahorcan” que utiliza al inicio del último párrafo, es un dicho de nuestra lengua que se usa para resaltar que cuando las circunstancias obligan, nos vemos impelidos a hacer algo que de otro modo no haríamos. Ponce delibera sobre la conveniencia de desterrar esa costumbre tan arraigada en la sociedad si no se logra condenar enérgicamente la articulación de los vocablos groseros que no hacen si no insultar a quienes los reciben. El periodista se muestra escéptico y percibe tan lejano que los autores de los piropos vayan a centrar sus esfuerzos en agradar más que en ofender, que no tenemos más que darle la razón, pues a lo largo de todos estos años no se ha corregido la actitud de prepotencia que practican ciertos individuos. En la actualidad, la polémica Ley del “sólo sí es sí” contiene el delito de acoso callejero y las expresiones ofensivas pueden ser castigadas penalmente. El piropo como tal no está recogido como tal en el Código Penal, pero sí se recoge en esta Ley el acoso callejero que atenta contra la libertad sexual. Igual que sucedía en la época de Blanqui-Azul, las mujeres somos las destinatarias de estas actitudes y acciones. En cualquier caso y en todos los tiempos, la polémica está servida.

El piropo. Virtud o defecto genuinamente español. Algo que llevamos en nuestras venas y fluye vehemente de nuestros labios. Aguafuerte callejero que suscita querellas de amor y es causa frecuente de escenas desagradables. Ayer presenciamos una de estas en plena calle Concepción, que nos inspiró para trazar estas líneas.

¡Piropo! Anverso y reverso de una espinosa medalla.

Así, existe el que pudiéramos llamar piropo galante, delicado, que enaltece a quien lo pronuncia de la misma manera que enorgullece y agrada a quien lo recibe.

En contraposición a este, el vocablo grosero, flor silvestre que hiere por igual la honestidad de la moza que lo escucha, cuanto la supuesta dignidad del caníbal que lo emite. Tal es el piropo en su doble aspecto.

Sin importancia.
Sin importancia. / H.I.

Pueblo meridional el nuestro, arraiga en nosotros con fuerza la costumbre que, no sin grandes esfuerzos y mayores sacrificios podemos librarnos del lastre que pesa en muchos de nuestros actos. Así ocurre con este que ejecutamos al piropear a una mujer que nos atrae con sus encantos.

Hechos cotidianos, como el del que fuimos testigos ayer, en que la moza digna y honesta, subrayó con una magnífica bofetada la grosería piropeadora de un imbécil, sugieren al periodista esta especie de salmodia, como protesta al digno proceder de esa abigarrada legión de “galanteadores” profesionales a los cuales por lo “visto y oído” a nada les debe obligar la memoria de una madre o de una hermana.

Y es tan triste la realidad de cada día en este aspecto, que nos preguntamos, ¿no hay manera de acabar con esa caterva de necios, que tan mal parada dejan la nobleza e hidalguía de cuyo goce nos ufanamos?

¿Que el piropo es algo innato en nosotros, tan superior a nuestras fuerzas, que no podemos desterrarlo así como así de nuestros malos hábitos?

Si así es, “a la fuerza ahorcan…”, acatemos nuestro designio, pero aceptémoslo con el loable propósito de reducir sus degradantes afectos y que el mayor comedimiento sea norma de conducta en la pronunciación del requiebro. Todo menos convertir las delicadas flores en cardos borriqueros y en consentir, como hasta aquí, que la mujer siga siendo la víctima propiciatoria de la manifiesta incultura y mal gusto de que hace alarde esa numerosa reala de chulos desaprensivos y señoritos desvergonzados.

BLANQUI-AZUL Diario de Huelva, 12 de noviembre de 1930

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