El cielo plomizo y denso descargó lluvia sin consuelo sobre la ciudad, sobre la tierra

Crónicas de otra Huelva

Ponce Bernal: "El agua que engendra el lodo es oro que se vierte sobre la tierra, pan para mañana, recompensa al trabajo duro hecho con las manos galardonadas de callos de manejar el azadón"

Sin importancia. De aquí y de allá: Motivos del Carnaval

Un día de lluvia.
Un día de lluvia. / M.G.
José Ponce Bernal / Felicidad Mendoza Ponce

26 de febrero 2024 - 06:00

LA INTRODUCCIÓN

LAS GANAS DE LLUVIA

La ansiedad de esperar el chaparrón que no llega

El 25 de diciembre de 1930 llovió mucho. Huelva recibió agua "sin consuelo”, según contaba Ponce Bernal en su artículo del día 26, donde describió casi en verso la tardía llegada de la lluvia de ese invierno a la ciudad y recreó su imaginación narrando cómo se viviría el momento en casa de los jornaleros que con tanta ansiedad esperaban el chaparrón que no llegaba.

Se imaginó al abuelo contento de ver la lluvia conversando con su nieto, angustiado por no poder salir a la calle a jugar. Y entabló un diálogo entre ambos, a modo de relato de ficción, con preguntas del niño y respuestas del viejo campesino. La “obscuridad de hoy -decía- es bienestar de mañana” y reclamó al cielo que lloviera mucho, como hoy lo reclamamos, con la misma energía, con la misma angustia. En este artículo percibimos la añoranza de la infancia como etapa feliz en la que la ignorancia nos conducía a reducir nuestros problemas a asuntos tan menores (pero tan trascendentales para un niño) como no poder salir a jugar por la lluvia. Vemos esos tintes literarios, novelescos, que imprimía Blanqui-Azul a veces en sus textos. En uno de los que veremos publicado en esta sección, confesaba haber escrito dos novelas, que no quiso publicar por considerar que no eran dignas de ser editadas. Una verdadera pena.

Aquellos fueron tiempos de crisis profunda en la sociedad. El crac del 29, la llamada Gran Depresión, que llegó tardíamente a España, supuso una reducción traumática en el empleo y se había extendido a todos los ámbitos. También a la agricultura, donde los labradores, por la falta de lluvia, se encontraban en situación extrema, según contaría más tarde en las semanas previas a la proclamación de la República. Otro de los problemas que tenían que enfrentar los agricultores era la incorporación de máquinas segadoras en los campos, que sustituían el trabajo del hombre, pero garantizaban rentabilidad a la producción. La rentabilidad, esa que ahora justifica el uso de los fertilizantes, siempre prioritaria…

¡Y cómo llovía ayer, día de Navidad! El Cielo plomizo, denso y “graso” a más no poder, envió agua sin consuelo sobre la ciudad, sobre la tierra. La lluvia era pertinaz, incansable, como si avergonzada de su tardanza quisiera ahora con prodigalidad que no tiene mesura alguna, justificarse. Barro en las calles; los zapatos limpios del señorito se han llenado de lodo recogido en su ambular mañanero: hasta el pantalón de planchado impecable quedó maculado por las salpicaduras del barro del arroyo. ¡Qué importa todo esto...! Precisamente el agua que engendra el lodo es oro que se vierte sobre la tierra: es pan para mañana, recompensa al trabajo duro hecho por el hombre de las manos galardonadas de callos de tanto manejar el azadón...

Llueve y el agua repiquetea gozosa sobre las cristaleras tras las cuales se guarnecen los hombres del campo que holgaron porque el temporal no les permitió rendir el homenaje cotidiano al trabajo. ¡Y con qué fruición más grande asisten al espectáculo...!

RECORTE DÍA DE LLUVIA. ENERO DE 1930
RECORTE DÍA DE LLUVIA. ENERO DE 1930 / M.G.

--Ya era hora que el Cielo nos enviase el agua, ha dicho el tío Pedro, un viejo que nunca supo más cosas que trabajar y querer a los suyos.

--A mí me da rabia que llueva, dice en gracioso mohín de lloriqueo el nietecito de ocho años que pasa horas malísimas porque no puede corretear, como los demás días por la plaza.

--Qué sabes tú de esas cosas, mocosín: y más vale que no sepas. Así vives feliz, sin inquietud alguna, creyendo que todo lo de esta vida estriba en jugar, deletrear en el Catón y oír a la abuela los cuentos de la “Caperucita”, de la “Princesita de los zapatitos de cristal”.

Mientras habla el padre, en la cristalera continúa el azote de la lluvia. El nietecito ha pegado su carita al cristal y mira a lo lejos donde hay una mancha imponente de cielo negruzco, lleno de nubes hidrópicas.

--Qué obscuro está el cielo, abuelo.

--Mejor: esa obscuridad de hoy es bienestar de mañana. Que llueva mucho, hasta que los campos apaguen bien su sed que estuvo apurando la tierra y nos llenó de angustia a todos.

En la casa hay alegría grande. El tiempo va bien y esto basta a la sencilla gente del campo. Su lama ingenua no es amiga de muchas complicaciones.

BLANQUI-AZUL

Diario de Huelva, 26-12-1930

stats