Ponce Bernal analiza las espantosas estadísticas de las víctimas de los accidentes de tráfico

Crónicas de otra Huelva

“Basta abrir la prensa para comprender que los atropellos y las desgracias provocadas por los automóviles constituyen un grave problema de interés público. Ahí está, sangriento y palpitante el trágico suceso del domingo en Niebla”

Las escasez de subsistencias y los altos precios destapaba la falta de una buena política de abastos en Huelva

Una accidente ocurrido en Huelva en el último año.
Una accidente ocurrido en Huelva en el último año. / M. G.
José Ponce Bernal / Felicidad Mendoza

18 de noviembre 2024 - 05:00

Siniestra Estadística

“El vehículo de la muerte”. Así bautizó Blanqui-Azul al coche. Analizó las estadísticas de víctimas de accidentes de tráfico calificándolas de “aterradoras”. ¿Qué escribiría hoy de las actuales estadísticas? Cuesta encontrar calificativos más alarmantes que los que él usó hace cien años, cuando en las calles casi no había coches y en las carreteras se cruzarían dos cada tres horas, si acaso.

Escribió este artículo a propósito de la tragedia que se había producido en la localidad de Niebla días atrás, cuando un automóvil había arrollado a varios niños causando la muerte a tres de ellos. Además, dos eran hijos de un hombre que había muerto también atropellado por un coche un mes antes. Es lo que relataba la información que buscamos para saber qué siniestro le había inspirado para escribir este texto. Pedía que las infracciones fueran penadas con más ahínco y la vigilancia de los agentes de tráfico se intensificara para evitar los accidentes de tráfico. Y más acción a los poderes públicos porque en sus manos -y en la responsabilidad de los conductores, por supuesto-, estaba evitar tanta desgracia.

Hace dos sábados presenciamos un horrible accidente en Santiponce. Un vehículo que circulaba en sentido contrario colisionó frontalmente con al menos otros tres coches a la altura del kilómetro 806 de la A-66, la Autovía de la Plata. La retención de más de una hora y el paso de un camión grúa de bomberos nos hizo pensar que se trataba de un accidente grave. Las escenas fueron grotescas, nos marcaron. Pues nada más salir de la situación, un vehículo nos adelantó por la derecha, en lugar de hacerlo correctamente por la izquierda. Le pitamos y su conductora nos sacó el brazo y nos hizo una olímpica peineta. No dábamos crédito. Después de lo que acabábamos de presenciar cuantos pasamos por allí, todavía hay gente tremendamente irresponsable que piensa, como dice Blanqui-Azul, que la carretera es solo suya.

Según las informaciones publicadas, el conductor que provocó la situación –un señor mayor que, al parecer, se había confundido- resultó muerto; también otro conductor, un joven de 27 años que conducía uno de los coches que impactó frontalmente contra él. Su hermana, fue trasladada en estado crítico. Y varias personas resultaron heridas leves. Cuatro coches implicados, familias rotas de dolor. Nosotros, que habíamos salido tarde y nos quejábamos de ello, quizá el destino nos colocó en esos minutos posteriores para no vernos implicados directamente en esa tragedia… ¿Quién sabe?

En la actualidad se han intensificado las normas y la vigilancia de los agentes de Tráfico de la Guardia civil es creciente, con ayuda también de las nuevas tecnologías. Pero la realidad sigue siendo trágica. Una media de 1.100 personas mueren al año en España por accidente de tráfico desde 2012. Solo en el año 2.000 hubo 5.776 víctimas mortales. Desde 2004, cuando murieron 4.144 personas en las carreteras y vías públicas, las cifras han ido bajando, con la excepción de algún año en que se vieron incrementadas con respecto al anterior. Hay que seguir trabajando para evitar “la desolación y el dolor”, como dice Ponce Bernal, a tantas familias. No debemos quejarnos de la crudeza de las normas, porque lo realmente crudo es morir o ver morir. Y sufrir las ausencias.

Nunca con tanta propiedad pudo llamarse así al automóvil. Ese medio de locomoción inventado para facilitar las comunicaciones entre los pueblos, para acortar distancias, para favorecer las condiciones de vida se está convirtiendo en uno de los azotes de la humanidad. En estos días se ha publicado en los Estados Unidos una estadística de los muertos y heridos causados por el auto: es sencillamente espantosa. En los últimos ocho años, los vehículos de motor mecánico produjeron en Yanquilandia más víctimas que las registradas por la guerra mundial a aquel próspero país: 160.000 muertos y casi tres millones de heridos.

No es menester acudir a tan lejos. Aquí en España no pasa día sin que se produzcan sensibles accidentes que cuestan la vida a numerosas personas, dejan a otras maltrechas, arruinan a modestos industriales y llevan la desolación y el dolor a numerosas familias.

Ahí está, sangriento y palpitante el trágico suceso del domingo en Niebla, y ahí están los luctuosos accidentes de todos los días. Basta abrir la prensa para comprender que los atropellos y las desgracias provocadas por los automóviles constituyen un grave problema de interés público.

Sin pensar ahora en el caso de Niebla ni en ninguno otro determinado, vamos a señalar las causas principales de ese aterrador número de desgracias. Es inútil buscar responsabilidades en una sola dirección; varias son, a juicio nuestro, las que pueden ser consideradas como responsables de tanta desdicha.

En primer término los trajinantes no acaban de convencerse de que la carretera es de todos, y dejan con gran frecuencia abandonados sus primitivos vehículos en la carretera permitiendo que las yuntas o las realas caminen por donde su capricho les inspire; los carros andan de noche sin luz, los caminantes cruzan la ruta, sin causa alguna que explique su absurda determinación y los animales son conducidos por esas vías sin que se tome precaución alguna para que no obstruyan el paso.

Diario de Huelva, 4 de abril de 1928
Diario de Huelva, 4 de abril de 1928 / M. G.

A su vez, muchas de las personas que conducen automóviles son incapaces para ello; sea por inutilidad orgánica, sea por ignorancia o por falta de entrenamiento, lo cierto es que una buena parte de los automovilistas en activo no debían poseer carnet. Se entrega con excesiva facilidad ese documento a verdaderos ineptos que consideran esa autorización como patente que les autoriza para hacer cuanto les viene en gana una vez sentados al volante. Es necesario ser más exigentes en las pruebas de aptitud, exigencia que por lo general estará en razón inversa a la edad del aspirante a conductor.

El afán de aprender a conducir… conduciendo por las carreteras es otra causa de muchos accidentes. La presencia del chófer experimentando muy cerca del aturdido y torpe novato no es garantía suficiente ni para la seguridad de los ocupantes del coche ni para la integridad de los que transitan por los caminos. Es necesario señalar porciones de carreteras poco frecuentadas donde hagan sus ejercicios de aprendizaje los futuros conductores; en los autos de línea o de servicio público jamás deben darse esa clase de lecciones. A los particulares debe ponérseles la cortapisa antes citada.

La velocidad. He aquí otra causa de infinidad de percances, y lo notable es que quienes tan deprisa van, no llevan misión alguna de urgencia que cumplir. Ciertamente que los peatones y las familias que viven a orillas de las carreteras no tienen derecho a considerar dichas vías tan solo para su servicio; pero también es verdad que los automovilistas, con superior cultura, con unos medios de hacer frente a la vida de los pobres no tienen, han de reflexionar que tampoco ellos son usufructuarios exclusivos de la carretera que recorren con vertiginosa y criminal rapidez. Frecuentemente pasan automóviles que parecen inscriptos en una carretera de velocidad y nadie les va a la mano. Así resultan esas muertes que provocan justamente la indignación popular.

Las absurdas carreras que se provocan y aceptan en pleno viaje debieran ser corregidas con sanciones duras exigibles a los conductores y propietarios de los coches. El amor propio de muchos conductores es causa de que se olvide muy frecuentemente la más elemental prudencia.

Tampoco se revisan cual fuera de desear los coches que prestan servicio público.

Algunas empresas que atienden con preferencia ese servicio ven transcurrir muchos meses sin que sus autos produzcan un accidente; es que el material responde en todo momento a lo que de él exige el conductor. En cambio, otras que fuerzan el rendimiento de sus carruajes sufren contratiempos casi todas las semanas.

Por lo mismo que los dictados de la propia conciencia no obligan a automovilistas y peatones a cumplir sus deberes, es necesario que la autoridad vigile con exquisito cuidado para evitar que la despreocupación, o el interés o la ignorancia produzcan nuevas víctimas. Hoy no se vigila con el celo debido. Si se cumpliesen las disposiciones dictadas por las autoridades superiores, no tendríamos que lamentar accidentes como el de Niebla. Cuantos hacemos viajes en automóvil comprobamos sin cesar infracciones y más infracciones de los reglamentos de tráfico. Creemos que por una temporada debiera ser este el servicio preferentemente atendido por la guardia civil y agentes encargados de vigilar las carreteras; quien quiera que sea el infractor de las disposiciones vigentes sea castigado con severidad. Unos meses de rigor contribuirán a educar a todos los que circulan por las carreteras, y el exacto cumplimiento de las medidas de precaución que el poder público tiene acordadas disminuiría notablemente el número de víctimas causadas por los “vehículos de la muerte”.

BLANQUI-AZUL

Diario de Huelva, 4 de abril de 1928

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