La prisión de La Ribera normaliza la convivencia entre presos con el primer módulo mixto
Un total de 17 hombres y 8 mujeres comparten en el módulo 13 de la cárcel de Huelva una experiencia pionera en toda la comunidad autónoma
Huelva/La prisión onubense de La Ribera dio ayer un paso más hacia la mejora de la convivencia entre sus internos, a la eliminación de las desigualdades y a hacer más fácil el itinerario penitenciario de las mujeres. Todo eso se consigue con la puesta en funcionamiento de la Unidad Terapéutica Educativa (UTE) mixta, la primera de toda Andalucía en la que cumplen condena 17 hombres y 8 mujeres en un nuevo paso a la normalización de las relaciones personales en un entorno hasta el momento ajeno a algo que, fuera de los muros es completamente normal.
Fuera de la versión cinematográfica de las prisiones, habrá que comenzar con la propia definición del vigente en España, como un sistema en el que se busca, Constitución en mano, la plena integración de los internos una vez cumplida su condena. Hasta este momento, las cárceles exhibían un modelo segregado por sexos en el que se restringía el movimiento de las mujeres que no podían salir del único módulo que ocupaban. Los 25 internos que viven desde hace unos días en la nueva UTE mixta, desafían ese modelo tradicional, por uno en el que fuera de las rejas se acepta como normal, pero que dentro de ellas, se veía como algo novedoso. De hecho, es el primero de toda a comunidad autónoma y apenas hay una docena más en otras prisiones españolas.
Todos esos internos han sido seleccionados entre aquellos en los que la convivencia no supondría un problema, aunque desde Instituciones Penitenciarias se explicó en el recorrido que en la mañana de ayer se hizo por las instalaciones de Huelva que, “no hay ningún filtro ni por tipo, ni por condena, ni por delito cometido, ni por nacionalidad”. Simplemente el interno debe solicitarlo de manera voluntaria y someterse a las normas que rigen su funcionamiento.
Son ellos quien tienen la primera y la última palabra. Cumplen una serie de normas, algo más integradoras que el resto de internos, aunque el exterior de las instalaciones se asemeja bastante al resto. Unos patios con colores más vivos que logran olvidar los alambres de espino, únicos signos junto con las rejas que indican que nos encontramos en una cárcel, no en un colegio. A primera hora de la mañana, “el interno tiene que estar de pie, aseado y vestido cuando abrimos la trampilla que permite inspeccionar el interior de cada celda”, asegura uno de los vigilantes de seguridad.
Hoy, de manera excepcional, enseñan una por dentro y aunque la privacidad se mantiene –lejos quedan los tiempos de celdas con dos y hasta tres presos– la extraña sensación de estrechez, olor a desinfectante y la desnudez de una dependencia sin nadie que la habite, hace que la sensación de enclaustramiento sea más que una percepción. Pasillos interminables y oscuros a los que se accede después de varios controles y puertas que se tienen que abrir y cerrar para que la siguiente habilite el paso a una nueva estancia.
En las celdas sólo se duerme y poco más. El resto del día transcurre en las dependencias comunes, en los lugares de trabajo, en el comedor, la lavandería, los distintos talleres o en reuniones donde se analiza lo ocurrido y se solventan unos problemas de convivencia que, al menos por el momento, parece que no han ocurrido. En el patio empiezan las diferencias; hombres y mujeres comparten un espacio como si fuera algo normal. “Lo es fuera, por qué no aquí dentro” sostiene Olimpia.
Francisco Javier (en prisión no hay apellidos) se toma un descanso en el taller de carpintería. Lleva cinco años interno y tres meses en el módulo. “Es una experiencia, nos lo ponen muy fácil. Ayuda a escuchar otros puntos de vista y el compartir espacio con las compañeras, le verdad es que se lleva con normalidad absoluta; están fuera junto a nosotros, así que no sé por qué no lo era aquí dentro”.
El rastro de la drogadicción se asoma al rostro de varios de ellos. Todos tienen que mantener y comprometerse en un tratamiento de desintoxicación para entrar a formar parte de la UTE mixta. “El primer día resultó incómodo, pero ahora ya nos vamos acostumbrando. ¿El secreto? Escuchar mucho y aprender, trabajo en equipo y mantenerte ocupado la mayor parte del tiempo”. Quien habla es Samuel y reconoce que “en la calle había tocado fondo. Aquí he encontrado un salvavidas”.
Su día comienza con el desayuno, la limpieza del comedor, la comida, las reuniones de los grupos y el trabajo colectivo. “Nos dejan unos minutos pare el cigarrillo”. “Cuatro años y 21 días”, lleva la cuenta Samuel a quien le quedan “dos años y tres meses”. Entre la peluquería y la escuela, los reyes del patio son una perra y sus dos cachorros. Abandonados y en adopción, comparten confidencias con los internos. El trato que reciben y en cariño que demuestran, no son impostadas. Ni unos, ni otros saben mentir y esa unidad terapéutica canina, salva a todos. No transcurre ni un solo minuto sin que los animales se acerquen a reclamar y conseguir caricias y mimos que son correspondidos.
Ellas son Olimpia, Manuela y Rosa. La primera de ellas quiere tener a las otras dos de apoyo. En su intervención ante las autoridades, sorprendió citando a Dulce Chacón: “el mayor dolor es no poderlo compartir”. Reconoce que el trayecto hasta aquí ha sido duro; desde que se expuso la idea en septiembre del año pasado, “han sido siete meses de charlas y ahora es una realidad. Estamos muy contentas. Es muy buena experiencia porque los compañeros nos ayudan en todo y no estamos presionadas en absoluto. La adaptación y el apoyo de todo el personal ha sido fundamental y aunque había mucha incertidumbre, todo ha sido estupendo”. Manuela y Rosa asienten y sostienen que “ha habido mucha paciencia por parte de todos; lo llevamos muy bien, aunque la verdad es que no sabíamos cómo iba a resultar todo esto. Compartimos tareas en todos los departamentos, por ejemplo en la lavandería estamos hombres y mujeres, en la limpieza también. Todo lo hacemos juntos”.
Manuela es la que da la frase de la mañana cuando se le cuestiona si ha aprendido algo de todo ello. Mira a todos, respira y responde a la primera: “no volver a hacer lo que hice”.
De una cárcel con un módulo de mujeres a una cárcel mixta
El acto ha sido presentado por Miguel Ángel Vicente Cuenca, Director General de Ejecución Penal de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, que ha señalado que este tipo de módulos, de los que hay más de una docena en todo el sistema español, “suponen un esfuerzo tanto para el personal, como para los propios internos y además significan el saldar la deuda que se tiene con la población reclusa femenina, que cuentan con más dificultades que los hombres cuando llegan a estas instalaciones”. En palabras del director de la cárcel onubense, Raúl Barba, “hasta ahora la prisión de Huelva era una cárcel de hombres, con un módulo de mujeres; a partir de hoy es una prisión de hombres y mujeres”. El director general también recordó cómo la prisión es más dura para las mujeres. “Hemos comprobado que a ellos les visitan sus mujeres, sus hijos e hijas. Para ellas es más complicado; al principio sí que vienen, pero después dejan de hacerlo. La prisión es más dura para ellas y este tipo de experiencias ayudan a sobrellevarlo mejor”. Además de normalizar la relación entre hombres y mujeres, la UTE mixta sirve para combatir la discriminación y fomentar la igualdad y para que una vez estén fuera, la mantengan.
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