Psicología y Salud: La queja, un desgaste mental y emocional

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Explora cómo la queja afecta a nuestras relaciones, salud mental y cómo gestionarla puede mejorar nuestro bienestar

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Un joven se queja mientras está al teléfono.

La queja puede manifestarse en un discurso interno (lo que nos decimos a nosotros mismos) o externo (lo que expresamos a los demás). Nos quejamos para transmitir un dolor, malestar o sufrimiento, ya sea para aliviarnos o, en ocasiones, porque es casi un “deporte nacional” criticar algo o a alguien.

Existen dos tipos principales de quejas: las disfuncionales y las funcionales. Las primeras están cargadas de energía negativa y nos paralizan, pues nos encierran en un ciclo sin salida que impide buscar soluciones y genera estrés tanto en nosotros como en las personas a nuestro alrededor. Por otro lado, las quejas funcionales están justificadas y realmente nos ayudan, pues permiten recibir apoyo, identificar lo que no está bien y buscar maneras de resolverlo.

¿Por qué nos quejamos?

Los motivos para quejarnos pueden variar. A veces recurrimos a la queja para iniciar conversación, especialmente con amigos o en el trabajo, cuando no sabemos de qué hablar. Con esto, captamos la atención de los demás y asumimos el “rol del amargado”, muy común en quienes se quejan constantemente. También, algunas personas se quejan por costumbre, pues están tan acostumbradas a hacerlo que la queja se convierte en una forma de ser y relacionarse con los demás. Para los exigentes o perfeccionistas, la queja surge cuando sus elevadas expectativas sobre sí mismos o los demás no se cumplen, lo que les lleva a criticar y quejarse.

La queja también puede ser un aprendizaje social. Si nuestros padres solían quejarse constantemente, es posible que adoptemos esta actitud como una forma natural de relacionarnos con los demás. La normalizamos, ya que es lo que vimos en nuestra infancia. Las personas pesimistas, por su parte, tienden a centrarse en lo negativo, aprovechando cualquier situación para quejarse; solo se enfocan en lo que no funciona, ya sea en el comportamiento de los demás o en las propias circunstancias. La falta de empatía también juega un papel importante, pues cuando no entendemos la posición de otra persona, somos incapaces de ponernos en su lugar y criticamos su comportamiento. Además, la negatividad es contagiosa; si estamos rodeados de personas que se quejan, es más probable que también lo hagamos.

Consecuencias de la queja constante

Diversos estudios sugieren que quejarse continuamente puede provocar cambios estructurales en el cerebro, afectando nuestras capacidades de resolución de problemas y funciones cognitivas. Algunos efectos negativos incluyen que la persona se centra solo en lo malo, lo que puede llevar a un estado de ánimo ansioso o depresivo. La constante queja también crea un ambiente tenso y desgastante para familiares y amigos. Además, las personas que se quejan suelen adoptar una postura de víctima, lo que les impide tomar acción y resolver sus problemas. Como resultado, los demás tienden a evitar a los quejicas, ya que la compañía de alguien que siempre ve el lado negativo no es agradable. La queja constante genera ansiedad y estrés tanto en la persona que se queja como en quien la escucha, creando una relación tóxica.

Beneficios de Dejar de Quejarnos

Abandonar el hábito de quejarnos puede tener múltiples beneficios. Primero, se logra una disminución de emociones negativas, como la envidia, los celos y la ansiedad. Esto también fomenta una mayor proactividad, pues nos impulsa a tomar acción para resolver problemas en lugar de quedarnos paralizados. Además, cuando dejamos de quejarnos, asumimos mayor responsabilidad sobre nuestras acciones y decisiones, en vez de culpar a otros, y nos convertimos en protagonistas de nuestra vida. Este cambio positivo también mejora nuestras relaciones, ya que los demás se sienten más cómodos y desean pasar tiempo con nosotros. Por último, mejora nuestro estado de ánimo y beneficia nuestra salud mental en general.

En resumen, aunque la queja es una expresión común, aprender a gestionarla puede mejorar nuestro bienestar y nuestras relaciones.

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