La saeta, cante denostado en la Huelva del siglo XIX

Tribuna

La saeta, cante denostado en la Huelva del siglo XIX.
La saeta, cante denostado en la Huelva del siglo XIX. / M. G.
Juan Villegas

13 de abril 2022 - 19:33

Huelva/A pesar de su alta consideración como cante expresivo de los más profundos sentimientos, a pesar del aprecio de los especialistas y del público en general que contempla las procesiones de Semana Santa, la saeta no siempre gozó de la atención y estima que la rodean en nuestra época. Llegado el tiempo de la celebración de la Pasión, si en algo estaban de acuerdo las élites biempensantes de la Huelva de las últimas décadas del siglo XIX era en la nefasta experiencia que les suponía oír durante aquellos Jueves y Viernes Santos a los cantaores de saetas, que, “con voces aguardientosas y avinadas, destrozaban el tímpano de los sordos, cuanto más de los que tienen buen oído”. Así se expresaban los redactores del diario La Provincia en su crónica local del Sábado Santo de 1884, convencidos de que “estas costumbres pegan ya muy mal en nuestra población, y si bien van en notable decadencia, sería conveniente hacer algo para acabar de una vez con ellas”.

Muchos son los estudiosos que han intentado arrojar luz sobre el origen de este célebre cante, remontándose a los tiempos más antiguos e intentando buscar sus raíces en la tradición islámica o en coplas y prácticas conventuales de los siglos de Oro. Sin embargo, todo apunta a que su conformación y generalización en las procesiones de Semana Santa es cosa no anterior a la segunda mitad del siglo XIX, cuando ya se detectan en Sevilla, por cierto, con la misma consideración negativa que acabamos de señalar. En 1862 ya se veían como elementos a desterrar por, supuestamente, poner en ridículo la cultura y el decoro en las procesiones hispalenses. Y debemos recordar, al hilo de esta idea, las prohibiciones de cantar saetas decretadas al menos en 1876 y 1878 por el ayuntamiento sevillano.

Al igual que en aquella ciudad, la saeta aparece fuertemente denostada en la prensa onubense del momento. Sus cantaores, calificados como “Gayarres callejeros” o “Masinis de callejuela y taberna” (Julián Gayarre y Ángelo Masini fueron dos famosos tenores de la época), podían resultar “incansables, lo mismo en el cantar que en el beber”, logrando atormentar “día y noche los oídos del vecindario con sus destempladas saetas”. A medio camino entre la devoción y la fiesta, aquellos antiguos saeteros eran presentados como personajes “llenos de fervor y de vino”, que “igualmente largan a las cuatro de la mañana una docena de saetas en mitad de la calle, que se tragan una docena de alfajores con sendos vasitos de aguardiente”. No podían ser más severas estas invectivas contra la saeta, que hemos extraído de las crónicas del diario La Provincia correspondientes a la Semana Santa de 1884.

Aunque ignoramos si tales opiniones eran compartidas por el pueblo llano, queda claro el deseo de ciertos sectores de la ciudad de su limitación o incluso eliminación. Sin duda la popular costumbre desentonaba con sus ideales culturales o estéticos, enmarcados en una Huelva que afirmaba por estas fechas su carácter de ciudad, frente a lo que había sido su pasado mucho más rural y provinciano. Sin embargo, pronto parece que algo empieza a cambiar en la consideración de la saeta. En contraste con las opiniones citadas, el mismo diario publicaba tres años más tarde un extenso artículo firmado por el periodista sevillano y conocido defensor de la cultura popular Luis Montoto Rautenstrauch. En este trabajo la saeta aparecía dignificada y reivindicada como “expresión del sentimiento poético que rebosa del corazón de los hijos de Andalucía” y como medio que el pueblo –“poeta delicadísimo”– utiliza para explicarse a sí mismo sin “sutilezas metafísicas” los pasajes de la Pasión.

Es posible que reivindicaciones como esta, perfectamente alineada con la labor de otros folcloristas coetáneos como Antonio Machado Álvarez (Demófilo), contribuyeran notablemente al buen nombre de la saeta y a su rehabilitación como cante merecedor del interés de las élites culturales. “Nada más sentido –señalaba Montoto en su texto, publicado en Huelva en abril de 1887, aunque lo había sido en otros medios nacionales varios años antes–, nada más ingenuo y espontáneo que las saetas, coplas de cuatro o cinco versos con que el pueblo da testimonio de su ardiente fe religiosa, cuando (…) acude a los templos y presencia en calles y plazas, en el campo como en la ciudad, las escenas del sublime drama”.

Sea como fuere, lo cierto es que, a pesar de que en los años inmediatamente posteriores seguimos encontrando en la prensa onubense ásperas críticas a la falta de devoción en algunas procesiones, estas no se centran ya en las saetas, sino más bien en otros comportamientos, tanto del público como de los integrantes de los cortejos. Así, se critica a “penitentes que no olvidan levantarse el antifaz para hacer guiños a la novia y chupar de cuando en cuando un asesino de la tabacalera (sic)”; y también a quienes aprovechan los días festivos para embriagarse o para promover desórdenes y pendencias, como la registrada en la calle Marina en la mañana del Viernes Santo de 1890, donde hubo tiros y heridos.

Aunque es posible que, siguiendo el ejemplo de Sevilla, algún que otro año se llegaran a prohibir estos cantes en la Semana Santa onubense –en 1890 hay una alusión a que no estaban prohibidos, señal de que otros años pudieron estarlo–, la saeta continuó presente en las procesiones no solo de la capital, sino también en las de pueblos como Ayamonte, donde se constata su presencia al menos en 1889. Así, en las crónicas de La Provincia sobre la Semana Santa de 1896, año relativamente brillante, con cuatro cofradías en la capital –La Expiración, de San Francisco; los Judíos, de la Merced; el Santo Entierro, de San Pedro; y la Soledad de María, de la Concepción–, se daba fe de que “abundaron, como acontece siempre en este tiempo, las saetas, los alfajores y el aguardiente”, mientras que dos años antes, en el lluvioso Jueves Santo de 1894, por razones obvias “ni una saeta ni un pregón de alfajores interrumpió el grave silencio de la noche”.

Habría que esperar todavía unos años –hasta las primeras décadas del siglo XX– para encontrar a la saeta ya encumbrada como componente esencial de las procesiones andaluzas, especialmente en Sevilla, donde la antigua saeta popular se iría transformando poco a poco en un cante aflamencado y profesionalizado, cada vez más reconocido, pero también cada vez más alejado de su espontánea y sencilla expresión decimonónica, que es precisamente la que podemos rastrear en aquella antigua Semana Santa de Huelva.

stats