Los secretos de San Pedro

Una visita a la iglesia matriz de Huelva es un viaje en el tiempo

Iglesia de San Pedro: El testigo mudo de la Historia de Huelva

El din don de las campanas invita a mirar arriba y a quedarse quieto. Sabiendo lo que se sabe, uno la mira de otra forma. Con admiración y, por alguna extraña razón, cierta tristeza. La mira y le dice, como quien le da una palmadita en la espalda: ‘hija mía, vaya tela por todo lo que has pasado’. La Iglesia Mayor de San Pedro Apóstol conserva aún su esencia como templo medieval. Su imponente presencia es un viaje en el tiempo. Se la ve sabia y vieja y uno se imagina, ahí de pie en la plaza, cómo el bonito empedrado se transforma en albero y puede oír a la muchedumbre, agolpada y charlatana, subiendo desde los otros cabezos. Dan las diez y la Puerta del Mar se abre. Ahí, en un lado, como escondida. Tan tímida que cualquiera diría que no tiene nada de lo que presumir. Mentira: San Pedro es un descubrimiento en sí misma si uno, desde que entra, la mira como quien no ha entrado cien veces ya. Llena de secretos, de pequeños tesoros, empezando por la impresionante altura de la nave central y acabando por la sutil mirada de niño del Porterito. En medio, decenas de detalles con un denominador común, que además es común a casi cualquier cosa en la vida: todos tienen una historia que debería ser contada. Por ejemplo, la capilla de la Inmaculada Concepción. Construida en 1578, ha sido la que mayor impacto ha tenido en la arquitectura del templo y es la que actualmente alberga las imágenes de Nuestro Padre Jesús de la Pasión y María Santísima del Refugio. Fue encargada por Lázaro Martín, vecino de Anserma, en las Indias, y onubense de nacimiento, para más detalle de la calle de la Vega. Partió en las primeras expediciones de colonización al norte del virreinato del Perú, como explica el doctor en Historia del Arte Manuel Jesús Carrasco en su obra La Iglesia Mayor De San Pedro de Huelva. Historia de su fábrica: “obtuvo una concesión de minas de oro en las tierras colonizadas, en el valle del Cauca”, aunque luego “supo aprovechar las riquezas agrícolas y ganaderas de la altiplanicie”. Murió nada más llegar a España, pero su hermano Ginés Martín (ese nombre probablemente les sonará más) continuó encargándose de la obra, que finalmente fue terminada por la hermana de ambos, Catalina Martín. O la Santa Bárbara ¿Que quién es? No es nadie. Es algo. La campana meridional de la torre (la que mira a la calle Daoiz), que aún se conserva y que fue forjada por Marcos de la Lastra en 1724. Es la más grande del campanario, y con sus 95 centímetros de altura y más de 850 kilos de peso fue la única que resistió al terremoto de Lisboa y a otros percances posteriores. Por cierto que sus compañeras también tienen nombre: San Sebastián, la campana que mira a la plaza, San Luis de Gonzaga, a la ría, y San José y Nuestra Señora de la Cinta, las dos más pequeñitas que, juntas, redoblan hacia el Conquero. O el Retablo mayor, obra de Antonio José de Carvajal, realizado entre 1722 y 1739; la enorme puerta de Tierra de Ambrosio de Figueroa, y sus iconográficos símbolos de San Pedro (la espada, las llaves, la cruz patriarcal y la tiara de gallo); por supuesto El Porterito, un niño Jesús fabricado en plomo en el siglo XVII que, a cubierto en su pequeña hornacina del segundo pilar de la nave, despide a quien se marche por la puerta sur; la vieja figura de San Sebastián, del siglo XVI y rostro aniñado, que perdió una diadema de plata que ahora luce en su cabeza el San José del retablo; las mitras y escudos de los pilares cilíndricos que sustentan el arco triunfal, cuyo significado se desconoce; la bonita capilla de La Cinta, con una curiosa bóveda de arquitectura islámica y mudéjar descubierta durante las reformas realizadas por el arquitecto Pérez Carasa entre 1921 y 1922: los azulejos del presbiterio, obra de Niculoso Pisano de principios del siglo XVI; la sillería del coro, que data de 1737, pero que tuvo que ser restaurada casi por completo tras la Guerra Civil; las cajoneras de la sacristía; el reloj desaparecido; la solería de Ambrosio de Figueroa, una obra que destapó una curiosa y esclarecedora historia: el subsuelo de San Pedro era un cementerio que, aprovechando la reforma, fue trasladado llevándose consigo, además de a los enterrados , cualquier resto arquitectónico del pasado. Cada rincón de San Pedro guarda un recuerdo, una anécdota, una devoción, fe, deseos y, desde luego, una parte de la historia de Huelva o, más bien, toda la historia de la ciudad desde que es ciudad. Solo hay que mirarla con detenimiento. Desprenderse, aunque sea por un pequeño lapso de tiempo, de las prisas del siglo XXI y retroceder cien, doscientos o seiscientos años en el tiempo. Allí, en San Pedro, se puede.

La Santa Bárbara, campana forjada en 1724 y que resistió el terremoto de Lisboa. / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
Paco Muñoz / Rafa Del Barrio

31 de octubre 2021 - 02:00

1/12La Santa Bárbara, campana forjada en 1724 y que resistió el terremoto de Lisboa. / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
2/12La Puerta de Tierra de la iglesia / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
3/12Puerta del Sol, por donde se accedía al templo y que ahora permanece cerrada / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
4/12Las vigas de madera del interior de la nave / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
5/12El porterito’, niño Jesús de plomo del siglo XVI / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
6/12La campana más antigua de San Pedro es la Santa Bárbara. / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
7/12Retablo mayor, realizado entre 1722 y 1739 / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
8/12Escaleras de acceso a la azotea de la iglesia y a la torre / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
9/12Figura de San Pedro Apóstol, que domina el retablo principal. / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
10/12Capilla de Nuestra Señora de la Cinta, que anteriormente se dedicaba a la Virgen de los Reyes / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
11/12Detalle de la cúpula del presbiterio / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio
12/12Imagen de San Sebastián, que data del siglo XVI / Paco Muñoz / Rafa Del Barrio

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