Los secretos del ‘brazo de Dios’ encontrado en Huelva

Historia

Las circunstancias que rodean la aparición, hace casi un siglo, de parte de una estatua fenicia de bronce de gran tamaño en la ría de Huelva siguen siendo una incógnita tras permanecer 90 años en el anonimato

El desconocido brazo de bronce fenicio de gran tamaño encontrado en la ría de Huelva.
El desconocido brazo de bronce fenicio de gran tamaño encontrado en la ría de Huelva / Ruth Pliego
Paco Muñoz

26 de noviembre 2023 - 06:00

Se acercaba la tarde del 28 junio de 1914 y Sarajevo se debatía entre el boato por la visita del archiduque y el miedo por el frustrado atentado con bomba con el que habían pretendido acabar con su vida ese mismo día. A Francisco Fernando de Austria se le metió en la cabeza pasar por el hospital de la ciudad para visitar a los heridos por la explosión, pero su conductor se equivocó de camino y tuvo que parar el motor y volver sobre sus pasos dejándose caer, muy despacio, por la ligera pendiente de la calle en la que se habían metido, que era la misma en la que paseaba Gavrilo Princip, un tipo que, además de un nombre raro, tuvo mucha suerte, porque si algo no esperaba era encontrarse de repente a un palmo del hombre al que había venido a matar. Nervioso, Princip se palpó la espalda, sacó el revólver que ocultaba agarrado al cinturón y le endosó dos tiros a bocajarro. Aquella carambola fue el pistoletazo de salida de la Primera Guerra Mundial, y puede que a una gran parte de los sucesos que se han desencadenado desde entonces hasta hoy en Europa y en el mundo.

La vida, la historia, está hecha de casualidades. De serendipias. De decisiones o acontecimientos sencillos, pequeños, aparentemente aislados, que pasan tan inadvertidos que parece que ni pasan, y que sin embargo terminan enlazándose los unos con los otros, apilándose, como en el juego de la Jenga, para construir realidades nuevas. La manzana de Newton, el baño de Arquímedes, el sándwich mohoso de Fleming, el iceberg del Titanic…

Fue la casualidad la que quiso que un banco de arena inesperado, quizás una tormenta inoportuna, un ataque sorpresa o vete a saber qué, echara a pique embarcación y mercancía, y también tuvo que ser casual que fuera por ese preciso lugar, por ese en concreto y no por otro, por el que pasara la draga que con onubense y devoto nombre, Cinta, succionaba sin pausa el fondo de la ría de Huelva en los años veinte del siglo pasado para abrir espacio a los grandes barcos que empezaban a llegar al muelle de la compañía de Tharsis para cargar el mineral con el que se estaba reconstruyendo Europa después de la Gran Guerra.

Fue casual que en aquel preciso instante el operario de turno estuviera fijándose en lo que la draga sacaba a la superficie, y no entretenido encendiéndose un cigarrillo ni de cháchara con algún compañero o, por qué no, admirando el atardecer que, seguramente, empezaba a colorear de un rosa anaranjado el cielo de Huelva. Casualidades como que el entonces subdirector de las obras del Puerto, el ingeniero José Albelda, fuera un enamorado de la arqueología y la historia y supiera apreciar de inmediato el incalculable valor que tenía el -casual- hallazgo de casi 400 armas de bronce que resultaron ser de origen fenicio. También fue casual el descubrimiento, en 1930, del emblemático casco corintio de la ría, y solo como pura suerte puede calificarse la aparición, en los años setenta, de las dos estatuillas de bronce que Pedro, el pescador de Punta, atrapó en sus redes, una detrás de otra, para traerlas a la superficie 3.000 años después de hundirse. Tampoco puede nadie decir que no sea casualidad que a alguien le dé por subastar en eBay una estatuilla milenaria y que vaya uno de Huelva a buscar loquesea en internet y se la encuentre, y que avise a las autoridades y que la localicen y la terminen trayendo de vuelta a Huelva, a la ciudad en la que un albañil sevillano se la encontró durante una (UNA) jornada de trabajo en unas obras en el centro.

Así que, aunque apenas se conozca su intrahistoria, aunque poco o nada se sepa del lugar en que se halló ni en qué circunstancias ni quién o quiénes lo hicieron y casi ni cuándo, es fácil suponer que fue, también, una bendita serendipia la que sacó del mar la que podría ser la pieza más importante, y desde luego la más especial, del patrimonio submarino onubense. O quizás sea más prudente referirse a ella como una parte de otra increíble pieza que aún está por descubrir.

El poderoso brazo de Dios

El brazo poderoso de Dios, como la bautizó el arqueólogo Eduardo Ferrer Albelda, catedrático de Arqueología de la Universidad de Sevilla, es una pieza de bronce de fabricación fenicia de más de 22 cm de longitud y 11 de altura y un peso de 2,6 kg., unas dimensiones “extraordinarias”, explica Ferrer, que tuvo la oportunidad de examinarla aprovechando la única ocasión en la que ha salido de la casa de sus propietarios, la misma familia Albelda, para ser estudiada por expertos internacionales a instancias del Museo de Huelva.

Detalles del 'brazo de Dios'
Detalles del 'brazo de Dios'
.
.

Del brazo de Dios se saben algunas cosas, pero la mayor parte de lo que rodea a su descubrimiento y su verdadera función es un auténtico misterio. Se sabe, por ejemplo, que la pieza forma parte de la extremidad superior izquierda de una estatua que debía medir más de un metro de altura y 50 kilos de peso, un tamaño colosal en comparación con los bronces fenicios conocidos hallados en las rías de Huelva y Punta Umbría o el caño de Sancti Petri de Cádiz.

Se desconoce cuál pudo ser su utilidad, aunque se intuye que, precisamente por su gran tamaño, es difícil que pueda ser interpretada como un exvoto, sino que más bien “podría constituir una estatua de culto”. En la cultura fenicia “escaseaban las esculturas antropomorfas de gran formato”, que “sí abundaron”, cuenta Eduardo Ferrer Albelda, “en los templos de Siria y Canaán desde el Bronce Reciente” (entre los siglos XVI-XII antes de cristo). En la cultura griega, por ejemplo, “hay noticias sobre exvotos de gran tamaño, como la vasija de bronce –según narra Heródoto– dedicada por Coleo a la diosa Hera en su santuario de Samos con las ganancias obtenidas en Tarteso”, pero nada similar se ha escrito sobre los fenicios. En todo caso, no se puede descartar que se trate de “un exvoto de tamaño colosal, inusual”.

Lo que sí está claro es que se trata de una pieza “única en el mundo” por cuanto “no hay bronces fenicios de las mismas características y tamaño”, y que, a pesar de su carácter extraordinario, ha permanecido durante décadas en el anonimato hasta que en 2013 fue entregada en el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid y luego en el Museo de Huelva, donde se estudiaron durante meses antes de regresar de nuevo a manos de la familia. No se conoce tampoco la razón por la que permaneció tanto tiempo oculta, ni se sabe nada acerca de las circunstancias del hallazgo, aunque es evidente “que procede de un contexto submarino” porque la fauna que aún conserva en el hueco de la mano así lo indica, así como “su compatibilidad con el ecosistema de la ría Huelva”, sin olvidar, claro, que en la propia familia Albelda se ha dado siempre por sentado el origen onubense de la pieza.

Se conoce, además, que después del hallazgo de las armas en 1923, José Albelda “había programado otros dragados para recuperar más piezas y poder exhibirlas en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929”, y que así fue, por ejemplo, como en 1930 fue hallado el casco griego hoy depositado en la Academia de la Historia de Madrid, pero nada se habló sobre niguna figura. Ferrer cree que el descubrimiento debió tener lugar entre 1931 y 1933, porque en esta última fecha ya sí aparece mencionada la figura en una carta enviada a Albelda por su amigo, el célebre arqueólogo Adolf Schulten, en la que este le transmite la opinión de su colega Karl Anton Neugebauer, conservador de los Museos Estatales de Berlín, sobre su cronología.

Los análisis de fluorescencia de rayos X realizados hace unos años en el Centro Nacional de Aceleradores (CNA) de Sevilla han establecido que se trata de un bronce ternario, con una composición en proporciones similares a otros bronces fenicios del Mediterráneo, y “es muy probable que esta pieza, como otras de la misma cronología y función, fueran objetos fabricados en Canaán y traídos al extremo Occidente por los navegantes fenicios”.

¿Para qué la trajeron? Ferrer cree que el destino de la gran estatua a la que pertenece el brazo de Dios podría estar en algunos de los templos que la historiografía sitúa en el entorno de la ría de Huelva: “Por los testimonios literarios, concretamente Estrabón, sabemos que había una isla junto a Onoba consagrada a Heracles, el Melqart fenicio, señor de Tiro”. La de Saltés “se puede identificar sin mucho riesgo” con la isla del cronista heleno, aunque “no necesariamente tuvo que haber un santuario”, es decir, un templo construido, “porque era habitual consagrar una isla o un accidente geográfico sin necesidad de que hubiera una construcción”. A veces un bosque, una fuente o un pequeño edificio era suficiente, si bien es cierto que “hay identificados en la isla contextos de los siglos VII y VI antes de Cristo”.

Por otro lado, en Huelva capital, en concreto en la calle Méndez Núñez, “fue excavado hace más de tres décadas un gran santuario fenicio” que, “contrariamente a su importancia, y por diversos motivos, ha sido escasamente estudiado y publicitado”, explica el catedrático. Se trataba de “un santuario empórico”, ligado al activo puerto de la época, “abierto a la concurrencia internacional, donde fenicios, griegos e indígenas negociaban, pactaban y traficaban, y donde había talleres metalúrgicos, de marfil y de orfebres, entre otros”, argumenta Ferrer, que apunta además a la existencia de un tercer santuario, situado en Aljaraque, como otro posible destino de la estatua. Fuera cual fuera, si es que realmente había un destino, lo cierto es que el brazo de Dios es en sí mismo “una pieza de gran valor histórico con una gran capacidad informativa” no sólo de los aspectos religiosos, “sino también tecnológicos y socioeconómicos de la comunidad que los fabricó e hizo uso de ellos”.

Objetos como el de Huelva son importantes para documentar un contexto histórico único en el que se produjo un enorme trasiego “de personas, productos e ideas” de “un extremo a otro del Mediterráneo y el Atlántico”. Historiadores y expertos ya han sacado algunas conclusiones de la pieza, pero su mayor secreto está aún por desvelar: ¿En qué lugar exactamente se encontró el brazo? ¿Está también allí el resto de la estatua, el mayor bronce fenicio que se haya visto nunca? La respuesta a la primera pregunta es un misterio. Ni siquiera se encuentra en la extensa documentación que la recientemente desaparecida Carmen Albelda, nieta del insigne ingeniero del Puerto, donó en 2008 al Archivo Provincial de Huelva. También lo es la segunda, aunque “por lógica” –dice Eduardo Ferrer– “podría estar aún en la ría”.

Para tener una respuesta certera seguramente haya que ir un poquitín más lejos y aventurarse a una prospección arqueológica en las rías de Huelva y Punta Umbría, que además “sería interesante y necesaria”, como defiende el catedrático. Es cierto que “nos enfrentamos a una cierta complejidad” debido a la escasa visibilidad del fondo, pero existen otras técnicas que permitirían localizar no solo el pequeño coloso de bronce, sino otras valiosas piezas históricas que permanecen escondidas en algún rincón del fondo marino.

El del brazo de Dios es uno más –uno muy especial–, de los secretos que aún guarda la ría de Huelva, un estuario que ha sido puerto natural de las más antiguas civilizaciones desde hace miles de años. Cómo, cuándo y en qué medida serán desvelados depende de la participación o no del hombre, que tiene en sus manos buscarlos o, por el contrario, esperar a que el destino, el azar o la sempiterna y caprichosa casualidad hagan su magia. Esperar, otra vez, hasta que Dios quiera.

stats