La PLAZA DE LAS MONJAS o el corazón de la ciudad

huelva de ayer A hoy

Lo más especial de la ciudad Juan Agustín de Mora, el más antiguo cronista impreso de Huelva ya decía de la Plaza de las Monjas, en 1762, que era "un singular adorno de esta villa"

Eduardo J. Sugrañes

18 de junio 2017 - 02:11

La calle de las Monjas (Tres de Agosto), por su derecha, se interrumpe primero con la Plaza de San Juan (así se llamaba la que hoy conocemos por la de las Monjas), a la que hace frente la portería y miradores del convento. Pasada la plaza a corto tramo vuelve a interrumpirse con la calle Palacio... De la plaza, por el frontis Norte, sale la calle del Hospital (Méndez Núñez)... la despejada plaza de San Juan, cuyos cuatro frentes son por el Levante el convento, y algunas casas; por el Sur el palacio de los Señores Duques, con bellos balcones, que antes tenían para los espectáculos públicos de toros, comedia y moros y cristianos, cuyos ataques aquí se representan con propiedad. Por el Poniente están las caballerizas de Palacio, y los graneros de su excelencia; y por el Norte el principio de la calle Hospital.

Esta es la descripción que de la Plaza de las Monjas realiza Juan Agustín de Mora, en 1762, en su Huelva Ilustra, donde ya entonces la destacaba como "un singular adorno de esta villa, por estar en el centro de ella".

En el siglo XVIII la plaza es el escenario público por antonomasia, lugar para toros, comedias y espectáculos de moros y cristianos. Pero aquella plaza terriza necesitó de una mayor atención municipal más allá para armar cada verano el tablado destinado a las actuaciones musicales que se montaban por 1882. Una plaza con hermoso candelabro farola adquirido en 1886, con bancos de mármol e hierro, rodeada de arboleda para mitigar el calor de los veranos.

En 1891 surgen en el municipio los deseos de una reforma de la Plaza de las Monjas, incluso se elabora proyecto por parte de Trinidad Gallego, quizás movido por la cercanía del IV Centenario del Descubrimiento de América. Pero no se llega a efectuar.

El acuerdo de reforma llega el 17 de febrero de 1905 y se encarga el proyecto a Francisco Monís, que le dará la impronta del siglo XX hasta su apertura a la Gran Vía, que es cuando empiezan las polémicas. Esta Plaza de las Monjas es la que va a tener más éxito. Se amplía con el corralón del Teatro Hércules y las antiguas caballerizas del palacio, estas propiedad de Antonio García Ramos, propietario del Hotel París.

Entre las pinceladas más características de la plaza están los kioscos de cada una de sus esquinas, que estaban concluidos el 3 de abril de 1907, que sustituyen a los de madera, los llamados aguaduchos. Luego llegará el hermoso templete de la música, no el de ahora, sino el construido en 1922.

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