Tras la tumba del último rey godo
Arqueología
Varias intervenciones arqueológicas tratan de confirmar la antigua leyenda que ubica los restos de don Rodrigo en la ermita de Nuestra Señora de España en Sotiel
Toda buena historia comienza con un asunto de amor. En esta, más que amor hubo deseo, aunque eso no quita que sea una buena historia. Los protagonistas son Rodrigo y Florinda. Él era rey y ella condesa, o al menos hija de un conde, don Julián, a la sazón gobernador de Ceuta. Cuentan que Rodrigo, que se había comprometido con el conde a educar a Florinda en su palacio de Toledo, quedó prendado de su belleza y la deshonró, aunque hay varias versiones sobre lo que ocurrió, como cuenta el romancero: “Florinda perdió su flor, / el rey padeció el castigo; / ella dice que hubo fuerza, / él que gusto consentido”.
El resultado, en todo caso, fue el mismo. Sabedor de lo ocurrido, don Julián juró hacérselas pasar canutas a don Rodrigo y, en cuanto pudo, cumplió su promesa. Para consumar la venganza, el conde de Ceuta propició el paso por sus tierras hasta la península al ejército musulmán de Tarif ben Ziyad, enviado por Musa ibn Nusayr. Corría el año 711. Puede que la realidad fuera otra. Que Ceuta quedara a merced de los conquistadores después de décadas de guerra y que don Julián decidiera pasarse al otro bando no por una cuestión de honor, sino por mera conveniencia o por salvar el propio pellejo. Pero así esta historia no sería tan buena. En cuanto tuvo noticia de la presencia de los moros en la Bética, el rey don Rodrigo se dirigió hacia allí liderando su potente aunque cansado ejército, al que sumó los de otros nobles del país. Entre ellos estaban los descendientes del anterior rey, Witiza, a quienes había arrebatado el trono mediante elección tan solo un año antes. Poco habría que confiar en la peculiar alianza, y de hecho otra venganza acabaría finalmente con Rodrigo. Ambos ejércitos se encontraron junto al río Guadalete, en Cádiz, el 19 de julio. Tras varios días de combate, y en cuanto tuvieron la oportunidad y la garantía de salir indemnes, los witizianos desertaron dando la victoria a los conquistadores. Comenzaba así la invasión musulmana de Hispania y también la historia que nos ocupa, que acabará 1.300 y pico años después en una pequeña ermita del Andévalo.
Nunca se encontró en Guadalete el cuerpo de último rey godo, aunque sí el de su caballo, muerto y cubierto de flechas. Quizás Don Rodrigo cayó en la batalla, pero también es posible que escapara. Algunas teorías dicen que huyó al norte, hacia Salamanca, Francia o Portugal, y otras que lo hizo hacia el oeste buscando el camino más corto hacia Beja, en tierras lusitanas, donde lo aguardaba su amante (¡ay, otra vez el amor!). Puede que en ese periplo pasara por tierras onubenses y aquí buscara un cobijo que acabó siendo eterno.
La primera constancia escrita de que los restos mortales de don Rodrigo se encuentran en la ermita de Santa María de España, en Sotiel Coronada (Calañas) llega varios siglos más tarde de todo aquello, en 1712. En los documentos (en los que se narra la primera ‘venida’ de la virgen a Beas) el escribano local se refiere a la tradición oral que cuenta cómo, malherido, el rey se hizo embalsamar y enterrar bajo el suelo del santuario. Una lápida en el alpende del edificio, desaparecida con la Guerra Civil, advertía a los visitantes de la existencia de la sepultura: Hic requiesctie Rudericus rex gothorum (Aquí yace Rodrigo, rey de los godos). Curiosamente, se trata de la misma inscripción aparecida en una basílica en la ciudad portuguesa de Viseu, donde otra leyenda ubica la tumba del rey.
No hay más documentación sobre la lápida perdida. Nunca fue fotografiada ni dibujada. Nunca apareció, pero los vecinos del lugar saben que existió, lo mismo que saben (que creen) que el cuerpo yacente de don Rodrigo está efectivamente por allí, en alguna parte bajo el suelo del santuario. Y cuanto más se investiga menos descabellado parece.
Tiempo después de la guerra, en plena efervescencia democrática de los ochenta, durante unas obras de ampliación de la ermita para la construcción del actual camarín de la Virgen crecieron las sospechas sobre la posibilidad de que la leyenda no lo fuera tanto. Una excavadora se hundió en el suelo y halló, accidentalmente, lo que parecía una cripta. Los ochenta también tuvieron sus momentos oscuros y pocos por entonces paraban una obra ante un descubrimiento arqueológico, así que decidieron colocar unas vigas, llenar el hueco de hormigón y taparlo definitivamente. Puede que esa fuera la mejor oportunidad que se había tenido nunca para encontrar la tumba de don Rodrigo, pero no es posible cambiar el pasado, así que habría que esperar algunas décadas más para que llegara la siguiente ocasión.
Durante los años 2018 y 2019 se realizaron dos importantes trabajos arqueológicos para buscar la tumba, a instancias de la propia Hermandad de Nuestra Señora de España. Primero, un georadar rastreó las zonas en las que, según la tradición oral y la documentación existente, podría encontrarse el sepulcro. Después, atendiendo a las pruebas geofísicas, se realizaron sondeos en las dos zonas en las que los resultados fueron más claros, esto es, junto al pilar de paso de la primera a la segunda crujía de la ermita y bajo el ábside. “En el primer sondeo se encontró una modificación del muro lateral, del siglo XVIII” -explica Omar Romero, arqueólogo responsable de la intervención- “y en el segundo, que es la misma zona de donde salieron hace años los restos arqueológicos expuestos en la ermita, tampoco se ha encontrado ningún material a nivel arqueológico, pero sí un muro y una canalización” que no se han podido asociar a una época determinada, aunque sí se sabe que “es claramente de una fase anterior de la construcción”.
¿Queda descartada la presencia de los restos de don Rodrigo en Sotiel? “Absolutamente no”, dice Romero. De hecho, “no es nada descabellado que puedan aparecer algún día”. Las razones las dan la historia y los propios hallazgos de excavaciones anteriores. Se sabe que, de hecho, en la pedanía calañesa se asentó una comunidad visigoda de relativa importancia. Lo atestiguan numerosos descubrimientos como monedas (un tesoro de 300 trientes visigodos de Wamba), enterramientos, un pie de altar y otras muchas pistas “que apuntan a la existencia de una iglesia de la época visigoda en la actual ermita”, expone el Catedrático de Geología de la UHU Juan Antonio Morales, conocedor de la historia y las vicisitudes de la Hermandad y de un santuario que, nada raro en la provincia de Huelva, “ha sufrido multitud de expolios a lo largo de los años”, en gran parte como consecuencia de las reformas y reconstrucciones que ha sufrido el edificio. La historia del santuario de la Virgen de España es la misma que la de muchos otros templos: construida y destruida para volver a construirse de nuevo. No se sabe cuántas veces, aunque sí se conocen algunas. Según los datos de que se dispone, el edificio data de finales del siglo IV. Se trata del “segundo templo cristiano más antiguo de España, después de la Basílica del Pilar”, dice Juan Antonio Morales. Desde entonces ha sido ampliada, abandonada hasta dejarla en ruinas, reconstruida otra vez, demolida y vuelta a construir, quemada hasta los cimientos y reconstruida de nuevo. Y eso es lo que se conoce.
Con este historial a cuestas es tan posible que los restos de don Rodrigo hayan desaparecido, si es que estuvieron allí, como que aún estén por descubrir. Ni las intervenciones de 2018 y 2019 ni las excavaciones de 2002 y 2003 (en las que encontraron nuevas monedas y los restos del altar visigodo, entre otras cosas) han cubierto, ni mucho menos, todas las posibilidades. Queda continuar, por ejemplo, con las excavaciones que inició el ingeniero Carlos Cerdán, pionero de la arqueología onubense, y que quedaron paralizadas en 1936 tras el estallido de la guerra. Queda saber, por ejemplo, qué hay bajo el camarín de la Virgen. Qué fue lo que se tapó en los años ochenta. El georadar “no tiene recorrido porque es un espacio muy pequeño”, explica el catedrático de Geología, aunque hay otras tecnologías que podrían dar algunas pistas. Pero, claro, son caras. “Nosotros desde luego no podemos asumirlo”, aclara Mari Ángeles González Caballero, hermana mayor de la Hermandad de Santa María de España, “pero explotaremos todas las posibilidades que haya” de localizar la tumba.
Por investigar
Queda saber, por ejemplo, qué se tapó en los ochenta bajo el camarín de la Virgen
Puede que algún día se encuentre o puede que no. Desde luego, como manifiesta Omar Romero, “los datos arqueológicos dicen que es posible”. Tenemos una comunidad visigoda, una iglesia, una necrópolis y una leyenda que encaja. Quizás solo sea cuestión de seguir uniendo piezas hasta armar el puzzle. Sea como sea, lo cierto es que la ermita y su entorno constituyen “una joya arqueológica” que, como tantas otras, demuestran que la provincia esconde aún increíbles tesoros de una buena historia que, con asuntos de amor o sin ellos, todavía está por descubrir.
La "responsabilidad" de una Hermandad
Mari Ángeles González Caballero, hermana mayor de la Hermandad de Nuestra Señora de España, es consciente del patrimonio que atesoran. La ermita posee una “gran carga histórica” que supone "una motivación" para la institución. Es “una responsabilidad”, aunque confiesa que mantenerla es “difícil” con los recursos de que disponen. La Hermandad se encarga de todas las reparaciones y obras necesarias para el cuidado de un santuario y un entorno que han sido suelo sagrado desde el siglo cuarto.
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