El último adiós a Juan Ramón y Zenobia
Homenajes en Madrid, Sevilla y Moguer les acompañaron en esta despedida de hace cincuenta años
Te llevaré, Moguer, a todos los lugares y a todos los tiempos, serás por mí, pobre pueblo mío, a despecho de los logregos, inmortal".
A las puertas de esa inmortalidad llegaban Juan Ramón Jiménez y Zenobia Campubrí en una tarde de Jueves de Corpus, cuando las calles de Moguer se perfuman de romero y almoraduz. Era el viaje del retorno desde Puerto Rico para entrar en la eternidad moguereña y descansar aquí para siempre.
Los féretros llegaron en la tarde del miércoles 4 de junio de 1958 al aeropuerto de Barajas, acompañados por el sobrino del poeta Francisco Hernández Pinzón y María E. Guzmán, enfermera del poeta. Hasta que llegaron a Moguer se sucedieron varios homenajes. En el mismo aeropuerto esperaban los féretros el ministro de Educación Nacional, Jesús Rubio; el director general de Archivos y Bibliotecas, García Nobleja; el alcalde de Madrid, conde de Mayalde, y concejales bajo mazas. Allí estaban también numerosos académicos, escritores, poetas y numeroso público que acudió a Barajas para testimoniar su pesar y recibir los restos mortales del Nobel y su esposa. Los féretros fueron destapados ante todos los que habían acudido al aeropuerto y se rezó un responso por el párroco de Barajas. Seguidamente se puso en marcha la comitiva camino de Madrid. Iba en primer término una sección de motoristas, el furgón con los restos de Juan Ramón Jiménez y de Zenobia, los coches del ministro de Educación Nacional, alcalde y demás personalidades. Por la avenida de Barajas desembocaron en el paseo de la Castellana, desfilando lentamente por la Feria del libro, el de Recoletos y el del Prado. Al llegar a la plaza de Cánovas esperaban la llegada de la comitiva el clero parroquial de San Jerónimo, representaciones del Círculo de Bellas Artes, Instituto de Cultura Hispánica y otras entidades culturales y un numeroso público. El párroco de la iglesia de San Jerónimo El Real, cantó un responso y al terminar este la Banda Municipal de Música de Madrid interpretó la marcha fúnebre de Chopin. El cortejo fúnebre pasó por delante del convento de las Esclavas Concepcionistas, en la calle O´Donell, donde se encontraba una de sus sobrinas.
A las siete de la tarde los restos del poeta y de su esposa partían hacia Moguer donde recibirían sepultura, acompañando a la familia el subsecretario de Educación Nacional.
En Sevilla se volvió a realizar un nuevo homenaje en la Universidad, a petición del rector José Hernández Díaz, una vez concluyera la procesión del Corpus en la mañana del jueves 5 de mayo.
En Moguer se había emitido un bando de luto en recuerdo a Juan Ramón, se esperaba que "todo el Moguer que Juan Ramón cantó con garganta de plata y ha pasado en alto por el mundo, acuda a rendirle a él y a Zenobia el homenaje de respeto, de cariño y de admiración que merecen".
A las cinco de la tarde de aquel Jueves de Corpus entraba en el puente del Tinto el furgón que portaba los féretros. Seguía detrás un autobús del Ministerio de Educación Nacional ocupado por familiares del poeta y artistas, escritores y poetas. Le acompañaban desde Madrid los pintores Daniel Vázquez Díaz, Gregorio Prieto y Miguel del Moral; los poetas Francisco Garfias, Salvador Pérez Valiente, Juan Ramírez de Lucas, Ángela Figueroa Aymarich, Fernando Quiñones, Serafín Pro Hesles, Concha Fernández Lunas; los escritores Felipe Ximénez de Sandoval y Domingo Paniaguas; director de la revista Mundo Hispánico y periodistas de diversos medios madrileños.
En este lugar, límite del término de Moguer, esperaba a la comitiva el Ayuntamiento en pleno. A las puertas del cementerio se rezó un nuevo responso y la comitiva con los restos mortales se dirigió lentamente hacia la Casa de Zenobia y Juan Ramón, donde se instaló la capilla ardiente. Un enrome gentío, todo Moguer, se había desplazado hasta la misma entrada del pueblo y llenaba la calle que lleva el nombre del poeta y agolpándose a las puertas de la casa museo.
Una vez los féretros instalados en la capilla ardiente, fueron descubiertos los ataúdes, que aparecían materialmente rodeados de coronas y flores, rezándose un responso, e iniciándose el desfile de personas, muchas de las cuales dejaban al pasar ramos de flores. En el balcón de la casa museo había un gran lazo negro y en la capilla ardiente un crucifijo de Martínez Montañés y un cuadro con igual efigie pintado por Juan Ramón. Estaban también retratos a gran tamaño del poeta, de su esposa y de sus padres, Víctor Jiménez y Purificación Mantecón. Un homenaje en el que participó todo el pueblo, prolongándose hasta altas horas de la noche. En la misma capilla ardiente se celebró una misa en sufragio de las almas del poeta y de su esposa. Durante toda la noche se mantuvo una vela, junto a los cadáveres, comenzando al rayar el alba una serie de misas ininterrumpidas hasta las nueve de la mañana en que tuvo lugar el solemne funeral.
Durante toda aquella noche estuvieron presentes en la capilla ardiente los poetas onubenses Diego Figueroa y Manuel Sánchez Tello. Ambos tuvieron el honor de llevar sobre sus hombros los féretros de Juan Ramón y Zenobia.
A las diez de la mañana fueron trasladados los féretros a la parroquia de Nuestra Señora de la Granada, en una comitiva fúnebre que abría la cruz alzada. En la comitiva iba la familia y las autoridades cerrando la Banda Municipal de Música interpretando marchas fúnebres. El funeral fue presidido por el obispo de la Diócesis de Huelva, monseñor Pedro Cantero, e intervino la escolanía de los Capuchinos de Sevilla, que cantó la misa de réquiem de Halles.
Si multitudinario fue el traslado a la iglesia, más lo fue en el último adiós del pueblo moguereño al poeta y a su esposa hacia el cementerio. Iba el clero parroquial siguiendo los féretros a hombros de los moguereños. Aparecían cuatro presidencias en el duelo. Figuraba en la primera el obispo de Huelva, acompañado por el alcalde de Moguer, Juan de Gorostidi; director de Archivos y Bibliotecas, García Noblejas; rector de la Universidad de sevilla, José Hernández Díaz; presidente de la Diputación de Huelva, López Márquez; el subsecretario de Educación Nacional, Maldonado; gobernador civil, coronel Serrano; jefe de línea de la Guardia Civil, capitán Pintado; y detrás del obispo el párroco de Moguer, fray Claudio de Trigueros, el arcipreste del partido y el presbiterio familiar del prelado. Seguía otra presidencia en la que figuraban la representación del Ayuntamiento de Huelva con su alcalde Antonio Segovia y otras autoridades. En una tercera figura el rector de la Universidad de Sevilla, José Hernández Díaz; el decano de la Facultad de Letras, López Estrada; primer teniente alcalde del Ayuntamiento de Sevilla, Canela Moreno; así como representantes del Instituto de Cultura Hispánica, Mundo Hispánico, Ateneo de Sevilla, así como pintores, poetas, escritores y periodistas llegados de Madrid y Sevilla. En la última presidencia iban los familiares y detrás el gentío y la Banda Municipal de Música.
Así, con las marchas fúnebres, en esta Primavera de Moguer, venían a reposar Juan Ramón y Zenobia al blanco cementerio. Un descanso en el que la música sigue siendo su poesía. "Ya estamos en el silencio... Anda...".
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