Las víctimas onubenses del terror
Diez años de la disolución de la banda terrorista ETA
Seis agentes de la Policía Nacional y de la Guardia Civil de la provincia de Huelva fueron asesinados por la banda mientras cumplían con su deber
Huelva/La disolución de la banda terrorista ETA de la que se cumplen diez años, no puede hacer olvidar el altísimo precio que la sociedad ha pagado por su presencia. Amenazas, extorsiones y el asesinato de cientos de inocentes quedan en el debe de la banda terrorista. Se llamaban José Miguel Maestre, Moisés Cordero, Miguel Garrido, José Fragoso, Manuel Sánchez y José Manuel Cruz y son los seis onubenses asesinados desde el mes de mayo de 1979, hasta abril de 1991, en la etapa más sangrienta de la banda terrorista, los denominados años de plomo. A ellos hay que sumar a César Pinilla, que aunque natural de Segovia descansa en Gibraleón, de donde era su esposa. Eran agentes de la Policía y de la Guardia Civil que acudieron al País Vasco a cumplir con su deber y sacar a sus familias adelante. La barbarie macabra no les permitió hacerlo.
José Miguel Maestre, de Aroche, fue asesinado el 2 de mayo de 1979 cuando acudía junto a un compañero a recoger la correspondencia en la oficina de Correos de Villafranca de Ordicia. Dos etarras salieron al paso de su vehículo y les dispararon con sendas metralletas de frente y desde un costado.
Tres meses después, el 28 de julio, Moisés Cordero López, agente de la Guardia Civil natural de Isla Cristina, fue víctima del salvaje método de asesinato, mientras se encontraba con otro compañero en la casa cuartel del barrio donostiarra de Herrera, donde se encontraba destinado. Tenía 51 años, estaba casado y tenía tres hijos. Fue enterrado en la localidad de Encinasola, donde pasó su infancia y juventud.
En 2014, el Consejo de Ministros concedía a título póstumo la Gran Cruz de la Real Orden de reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a Manuel Sánchez Borrallo, agente de la Guardia Civil asesinado en mayo de 1981. Natural de La Zarza, tenía 26 años cuando una bomba alcanzó el vehículo en el que viajaba con su compañero en la localidad vizcaína de Lemoa. Formaba parte de un convoy de vehículos que transportaban explosivos destinados a una cantera de la localidad. A su paso por un montículo, explotó un artefacto compuesto por 10 kilos de goma 2 que alcanzó de lleno al vehículo en el que viajaba el agente.
José Fragoso había nacido en la localidad marroquí de Larache, aunque se crió en Isla Cristina de donde era su familia. El 16 de febrero de 1982 su cuerpo fue encontrado con un disparo en la cabeza. El agente de la Benemérita había detenido su vehículo cerca de su domicilio en un bloque del barrio de Larzábal en Oiartzun. En ese momento, varios terroristas se aproximaron y le dispararon a través de la ventanilla; le alcanzaron en la nuca. Estaba destinado en el Servicio Fiscal del Puerto de Pasaia, estaba casado y tenía cuatro hijos. El atentado fue atribuido por las fuerzas de seguridad al denominado Comando Donosti, cuyo jefe militar era Jesús María Zabarte, el carnicero de Mondragón, quien nunca renegó de su pertenencia a la banda terrorista y que fue uno de los primeros beneficiados de la denominada doctrina Parot que permitió a varios terroristas la salida en libertad al computar únicamente los 30 años de condena máxima como el tiempo que debían estar encarcelados, independientemente de la condena impuesta.
El 25 de agosto de 1982, una llamada anónima comunicaba la colocación de una bomba en la sucursal del Banco de Vizcaya de la localidad de Mungia. Al lugar se dirigió el agente Miguel Garrido, natural de Santa Olalla. Tenía 22 años cuando el artefacto explotó.
La última víctima mortal onubense de la banda asesina falleció el 8 de abril de 1991 en la localidad de Barakaldo, como consecuencia de la explosión de una bomba adosada a los bajos del vehículo del agente de la Policía Nacional, José Manuel Cruz Martín, que había nacido en la capital onubense. Circulaba en las inmediaciones de las dependencias policiales junto con su esposa, que resultó gravemente herida aunque pudo salir adelante.
A ellos había que añadir al guardia civil César Pinilla, asesinado en febrero de 1979 cuando era jefe de la Policía Local de Mungia. Natural de Segovia fue enterrado en la localidad de Gibraleón, donde dejó viuda y una hija.
Son vidas que se quedaron en el camino, familias rotas y sueños truncados por un sinsentido, por la barbarie más absoluta, por el mal en estado puro. La sociedad no debe pasar la página del olvido demasiado rápido. No se lo merecen y la comprensión a las víctimas del terrorismo, no debe detenerse en un aniversario.
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