Cien años de la vuelta de los franciscanos a La Rábida
Tal día como hoy de 1920 volvieron los franciscanos, expulsados en 1835 por la desamortización
La Rábida tiene hoy una efemérides importante que como tantas cosas por el estado de alarma por el coronavirus no se va a poder celebrar. Se trata del centenario de la vuelta de los franciscanos al cenobio en 1920. Un acontecimiento especialmente importante, ya que en aquel momento cerraba un capítulo bastante triste de la historia, que se inició con la marcha de la comunidad y la posterior puesta en venta del convento por la desamortización. La intervención del gobernador Mariano Alonso y Castillo consiguió paralizar aquel despropósito del Gobierno de España.
Más tarde, la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América posibilita que se haga la restauración que tanto demandaba.
Restaurado el convento y recuperando La Rábida todo el espíritu colombino, se piensa en devolverle la vida al mismo con la vuelta de los franciscano.
No fue empresa fácil, en aquellos momentos el convento estaba restaurado pero sus paredes permanecían desnudas, lo que no hacía acogedora la llegada de una comunidad religiosa.
Así las cosas resultó ser Antonio Mora Claros, mecenas de tantos proyectos en la ciudad de Huelva quien pusiera en marcha ese retorno, atendiendo a todas las necesidades que aquello iba a necesitar. Todo fue posible el 25 de abril de 1920, en un gran acto celebrado en La Rábida.
Desde la desamortización de 1835, los franciscanos se habían visto obligados a dejar el monasterio de La Rábida. Las obras de restauración del monasterio al amparo del IV Centenario aviva ese deseo de la vuelta de los franciscanos. En la celebración de la salida de Colón del puerto de Palos en 1891, en un banquete en el Hotel Colón como recoge el padre Coll, se hacen brindis para que los religiosos vuelvan, pidiendo a la Sociedad Colombina Onubense lo gestiones ante la Orden de San Francisco.
No fue posible la vuelta en aquel momento, según relata fray León Vence, porque la Diputación Provincial de Huelva “puso sus reparos y cortapisas en abierta oposición con las leyes y constituciones de nuestra orden”. Se pedía por parte del organismo provincial que se les reservara a la institución algunas habitaciones del antiguo edificio u otras nuevas inmediatas al mismo para el uso constante de la corporación. No pensaron los franciscanos que esto no llevaría a una buena convivencia así que, a pesar del Real Decreto de 1892, los franciscanos pensaron que no era el momento de la vuelta, por lo que presuponían que esta situación crearía “dificultades, roces y disgustos”.
Ahí quedó todo y pasado el tiempo cuando se piensa en la Exposición Iberoamericana de Sevilla y lo que La Rábida debe significar en el recorrido histórico, se vuelve a hablar de la vuelta de los franciscanos. Interviene ahora el rey Alfonso XIII que muestra interés sobre este particular.
Antonio Mora Claros gestionó el regreso y lo posibilitó siendo su mecenas
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El 8 de junio de 1916, el arquitecto restaurador del convento, Ricardo Velázquez Bosco, y el senador Luis Bahía, presentan al presidente del Consejo de Ministro la solicitud del padre provincial en orden a la devolución del convento. La carta se recibe, queda en estudio y respuesta del ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes.
De nuevo se estanca el tema, hasta que en las fiestas colombinas de 1919, en La Rábida el ministro de Marina, almirante Flores, indica confidencialmente al diputado a Cortes por Huelva Antonio Mora Claros, la conveniencia de insistir sobre el asunto, ofreciendo por su parte todo interés e influencia en el tema.
Aquello tendrá otro color, pues Antonio Mora Claros va a tomar este asunto muy personalmente, presentándose ante el padre provincial para iniciar las gestiones ante el Gobierno. El 6 de noviembre de 1919 hay una respuesta de Su Majestad el Rey. Dispone que el real decreto de 12 de octubre de 1892 “tenga la debida efectividad, y por tanto, que de conformidad con los solicitado en las instancias presentadas por el superior provincial de la Orden de San Francisco en Andalucía y Extremadura, fr. Bernardino Puig y Sala, se haga entrega del monasterio e iglesia de Santa María de La Rábida, a dicho superior, autorizándole para que pueda instalar allí una comunidad de franciscanos, quedando en su consecuencia al cuidado de ésta y bajo su tutela, dependiendo de este ministerio, la iglesia y convento con los terrenos contiguos que son de su pertenencia, y el Monumento a Colón, para la ejecución de las obras de conservación que sean necesarias”. Lo que firma el director general de Bellas Artes, José del Prado y Palacio.
Ahora sí. La llegada de los franciscanos a La Rábida será una realidad. La prensa local lo celebra. El Diario de Huelva de 8 de noviembre de 1919 da cuenta de ello: “Después de muchos lustros en que el convento quedó vacío, sus claustros desiertos y su capilla silenciosa, otra vez los hijos de San Francisco se encargan de su custodia, con lo que La Rábida adquirirá nueva vida y retrotraerán al visitante a la época en que habitaron allí los padres Juan Pérez y Marchena”.
Recuerda que “con ocasión del Centenario, firmó la entonces Reina Regente un decreto por el que se encargaba a la ilustre Orden Tercera de la conservación del monasterio”, sin embargo resalta que “aquella soberana disposición cayó en olvido y quedó incumplida”.
La presencia de los franciscanos en La Rábida no se hizo esperar y el domingo día 9 acude a La Rábida el provincial de la orden, Bernardo Puig, que estuvo acompañado por el también franciscano Leocadio González, el sacerdote Muñoz Espinosa; el ingeniero José Albelda, sub director de las Obras del Puerto; y Manuel Siurot, no pudiendo asistir por encontrarse enfermo Antonio Mora Claros. Se realizó una larga visita en la que el provincial estudió las necesidades de menaje y enseres así como la distribución del convento, pensando en dedicar la parte alta a la clausura y la baja a la hospedería. Se esperaba ahora las autorizaciones canónicas pertinente para ser efectiva la llegada.
Muñoz Espinosa resume aquel momento desde la emoción, en un artículo publicado en el Diario de Huelva, y es que “después de ochenta y cuatro años de destierro, entraba otra vez el venerable hábito de San Francisco en el que fue su cenobio, quizás desde el siglo XIII al primer tercio del XIX”. Todos esperaban que esta visita al convento de La Rábida se convertiría en el “principio de una nueva era de prosperidad para la misma”.
La ciudad de Huelva tomó un gran protagonismo en esta vuelta de La Rábida ya que su alcalde, Antonio Mora Claros, había sido su impulsor en los estamentos oficiales. La llegada de las autoridades religiosas a Huelva se produjo el sábado 24 de abril de 1920, acudieron el nuncio de Su Santidad, el cardenal Francesco Ragonesi, y el arzobispo de Sevilla, cardenal Enrique Almaraz.
Recibidos por las autoridades onubenses en la estación de trenes con la escolta militar de la Compañía de Soria, con escuadrón de gastadores y banda de tambores y cornetas, que rendía honores a los ilustres viajeros, como refiere la prensa local. La misma que le abrió paso hasta la parroquia de la Concepción.
Durante el trayecto se hizo patente la implicación del pueblo de Huelva, con una acogida “cariñosa”. “En todas las calles del tránsito veíanse colgaduras en los balcones, desde los cuales numeroso público aplaudía a los ilustres visitantes, saludándoles con respeto”. Luego hubo almuerzo en la casa de los Mora Claros y posterior visita a la ciudad, con paradas en las Escuelas del Sagrado Corazón, el convento de las Adoratrices y la residencia de las Teresianas, y paseo por la Ría.
La llegada a La Rábida se produjo por la ría, con salida del Puerto de Huelva, los cardenales embarcaron en el vaporcito ‘Rábida’, mientras que las autoridades civiles lo hicieron en el ‘Vázquez López’, también acudieron el ‘Matías López’, ‘Ashburn’ y ‘Huelva’. Mientras los lancheros tuvieron que esforzarse para hacer los viajes a La Rábida de tanto público, a 15 pesetas el día completo o a 10 si era solo ida y vuelta. Más los que acudieron en coches por carretera.
La jornada comenzó en La Rábida a las diez de la mañana con una solemne misa en la iglesia del convento, oficiada por el superior provincial de la Orden Franciscana de Andalucía y Extremadura, Bernardino Puig y Sala; con la presencia del nuncio de Su Santidad, y del arzobispo de Sevilla, así como del superior del convento Leocadio González y otros numerosos sacerdotes. Al pie del altar se situaron los alcaldes de Huelva, Moguer y Palos de la Frontera. La capilla musical estuvo a cargo de los padres Agustinos, que cantaron la misa de Haller y el ofertorio de GlücK.
Predicó el magistral de la catedral metropolitana, doctor José Roca y Ponsa.
Al acto en La Rábida no faltó nadie a decir por la larga lista publicada en los periódicos locales, asistiendo la Diputación Provincial de Huelva y la Sociedad Colombina Onubense.
El banquete oficial se sirvió en tres largas mesas en el antiguo refectorio de la comunidad.
Mientras las cinco mil personas que se habían dado cita participaron del almuerzo “en alegre romería pasaron la tarde en los hermosos parajes” de La Rábida, “invadieron la cantina habilitada cerca del monasterio”, mientras que otras muchas familias optaron por llevar sus meriendas. Allí el gentío en “animadas comilonas al pie de los pinos, buscando la sombra, que a aquella hora y con un sol de canícula, se hacía apetecible”. Hubo gran animación festiva, “en algunos grupos vimos guitarras, panderetas y castañuelas, improvisándose alegres bailes, predominando las clásicas sevillanas, de las que se hizo un verdadero derroche”.
Luego hubo velada literaria en el patio del convento, en la que se sucedieron diferentes discursos, entre ellos el de Bernardino Puig, que mostrando su agradecimiento por los esfuerzos hechos para esta vuelta dijo que “si el orbe entero no estuviera lleno de las glorias de España, bastaríanos tener La Rábida para ocupar el primer puesto en las historia de la civilización”. “La gloria de Colón es nuestra gloria. Hoy hace casi un siglo que salieron de aquí nuestros hermanos. Ahora volvemos con el corazón regocijado y esperamos que vosotros nos ayudéis a hacer de La Rábida lo que ha sido”.
El arzobispo tuvo unas palabras finales para felicitar “a los franciscanos, guardianes del cenáculo de Jerusalén y del de la Rábida los dos puntos de donde ha irradiado la civilización al mundo”. Por su parte el nuncio, congratulándose del acto, dijo que “La Rábida debe ser seminario de misioneros y centro de estudios americanistas”.
Antonio Mora Claros aparece como en gran impulsor de esta vuelta, gestor y mecenas. Los franciscanos así lo reconocían en aquel momento, como dice fray León Vence: “Huelva ha contraído una deuda de gratitud con su alcalde, señor Mora Claros. Las palabras de monseñor Ragonesi, cuyo fino espíritu diplomático y exquisita politesse no podía dejar inadvertido el detalle, prueban que en las altas esferas sociales ha pesado de un modo decisivo la gestión de dicho señor para que volviesen los padres franciscanos a La Rábida. Estos, como todo el que triunfa, encontrarán ahora en todas partes valedores y padrinos, que reclamarán la paternidad de esta obra” y añadía tras un largo panegírico: “Muy obligada queda la orden franciscana a su desinteresado y generoso valedor, pero la ciudad, la provincia entera, no tardará en comprender lo que para ellas significa la presencia de los franciscanos allí”.
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