EN EL YUNQUE: Los caseros que no quieren niños

Crónicas de otra Huelva

Ponce Bernal: “Los niños, futuros hombres, cantera valiosa de donde han de salir el sabio y el artista, el héroe y el santo, el labrador de la prosperidad nacional y el rector de los destinos del país” 

Ponce Bernal pedía sacar la ciencia de la austeridad de las aulas a la cálida luz de la calle y repartir así entre los pobres del saber el pan del pensamiento

Viviendas antiguas de Huelva. / H. I.
José Ponce Bernal / Felicidad Mendoza Ponce

07 de octubre 2024 - 05:00

La Introducción

LOS ALQUILERES

Uso y abuso de la propiedad

La semana pasada reprodujimos un artículo que exponía el problema de la vivienda. El eterno problema de la vivienda, porque lo era entonces y lo es ahora, ya lo estamos viendo. En este otro se quejaba de los caseros que no querían niños y de la desprotección que suponía para muchas personas que veían limitado el derecho a gozar de una vivienda digna sin imponer condiciones de ese calibre. Se lamentó diciendo que si todos procedieran así, "veríamos a las familias proletarias viviendo en barracones o tiendas de campañas", dejando claro que a este problema no se enfrentaba precisamente la clase adinerada y pudiente. Los ricos nunca tuvieron ese problema.

Criticó el contrasentido de la acción del Gobierno, que concedía subsidios a las familias numerosas para ayudarles y premiarles por lo que él definió como un tesoro que aportan a la nación, en referencia a los niños. No entendía, pues, el periodista que, en consonancia con este proceder del Gobierno, no se hubiera castigado ya a los que "confunden el uso de la propiedad con el abuso de ella" y "olvidan que por encima del interés particular está el interés de la nación, que a la postre es quien ha de defender ese derecho de propiedad contra todo género de peligros".

Seguramente Ponce Bernal se había enfrentado personalmente al problema. Su hija Felicidad ya estaba en el mundo. Había nacido en febrero de 1929. Aunque en un primer momento, la pareja se quedó a vivir en la casa materna, cuando la situación lo permitió buscaron una alquiler. Insiste tanto en que no todos los caseros procedían de ese modo porque realmente la encontraron, en la calle Ricardo Velázquez, número 14, principal.

Aquella casa cobraría un protagonismo inusitado porque allí se organizó la huelga general y la revolución de octubre de 1934. Su amigo Crescenciano Bilbao, diputado socialista en el Congreso, le pidió las llaves porque necesitaba alojarse. La familia pasaba unos meses en Valdepalma, una finca de Gibraleón, porque el médico había aconsejado a su mujer, María, aires sanos. De modo que le dejó las llaves y, tras un registro policial, fue detenido, acusado de cómplice. Fue su primer presidio por causas políticas. Estuvo encarcelado siete meses en la prisión provincial de Huelva, que estaba recién estrenada. Hoy, en un estado deplorable de abandono. Pero esta no era la cuestión...

Nada más patriótico que cuanto se hace en pro de la infancia. Ella constituye la legítima esperanza del mañana: ella representa la posicion más delicada y bella de la humanidad.

Por bien de la Patria, ya que no fuera por ineludible deber ciudadano, hay que encaminar todos los desvelos al cuidado de los pequeñuelos, procurando su perfecto desarrollo, su completo bienestar. Comprendiéndolo así, el gobernante fundó las Juntas de protección de la Infancia, dotándolas de ingresos propios para el cumplimiento de su hermosa misión.

Además, en todas las ocasiones y por todos los medios se procura excitar el celo de las autoridades y fomentar el interés de todos hacia los niños, futuros hombres, cantera valiosa de donde han de salir el sabio y el artista, el héroe y el santo, el labrador de la prosperidad nacional y el rector de los destinos del país.

Pues bien, toda esa labor, todo este buen deseo, todo este plausible batallar se estrella contra el egoísmo de ciertos caseros que, considerando a la infancia como una especie de morbo, como una especie de calamidad, ponen como condición para alquilar, que los inquilinos no tengan niños. ¡Muy piadoso, muy humanitario, muy patriótico!

Si por ellos fuera, lucida estaba la raza, lucida la nación, despoblada, pobre y yerma.

Si todos procedieran lo mismo –afortunadamente, no es así- veríamos a las familias proletarias viviendo en barracones o tiendas de campaña. ¿Rima esto con los subsidios que el Gobierno concede a las familias numerosas para ayudarles en sus necesidades y premiar el bien que proporciona a la nación, aportándole el tesoro –sí, señores caseors de marras, el tesoro – de sus muchos hijos? ¿Y con las sublimes palabras de Jesús: “Dejad que los niños se acerquen a Mi”?

No nos explicamos cómo no se ha castigado ya al inhumano y antipatriótico proceder de esos caseros –en minoría; menos mal- que confunden el uso de la propiedad con el abuso de ella, y que olvidan que por encima del interés particular está el interés de la nación que, a la postre, es quien ha de defender ese derecho de propiedad –de que algunos tan mal usan- contra todo género de peligros.

Nos permitimos llemar escarecidamente la atención de la Junta de la Protección de la Infancia, para que adopte las necesarias medidas contra los dueños de viviendas que, olvidando que ellos fueron niños, pongan la aludida e incalificable condición para el arrendamiento de las mismas. Casos así merecían denunciarse por los inquilinos perjudicados, a fin de que se impusieran las debidas sanciones y cesara ese vergonzoso “boicot” a la infancia, que es flor de hoy y fruto del mañana, gala de la humanidad y cimiento de la Patria futura.

BLANQUI-AZUL

Diario de Huelva, 11-12-1929

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