Ballet Flamenco en el Festival de Jerez
Flamenco
Es la única cita jonda que otorga un lugar de privilegio al llamado clásico español
El Festival de Jerez, cuya XXII edición concluyó anoche en el Teatro Villamarta con la propuesta A bailar del Carpeta, ha apostado desde sus orígenes por la pluralidad y por eso concede en cada una de sus ediciones un espacio de privilegio para formas de la danza jonda que hoy resultan minoritarias como el Ballet Flamenco, también conocido como clásico español, ese invento genial de La Argentina, o la Escuela Bolera, otro invento genial de la familia Pericet. Esta año no ha sido una excepción y a la gala inaugural, a cargo del Ballet Nacional de España, han seguido otros espectáculos nacidos de esta misma inspiración.
Una de estas obras es Vamo´ allá de la Compañía Flamenconautas, un homenaje del Festival de Jerez, coproductor del espectáculo, a una de las columnas sobre las que se asienta el mismo, esto es, esa legión de bailaoras y bailaores de fuera que cada marzo se dan cita en la ciudad. 13 bailaores de 8 nacionalidades. Casi todos ellos fueron cursillistas del festival. 8 músicos de Brasil, Francia, Países Bajos y España. Y, por supuesto, el valor simbólico, tan importante en este arte, de Shoji Kojima que hace más de medio siglo salió del puerto Yokohama rumbo a lo desconocido, hacia un mito, un lugar del corazón. Un periplo al que alude el nombre de esta Compañía Internacional de Flamenco. Lo de Kojima es un milagro de la voluntad y la naturaleza. Con muchos años a sus espaldas se marcó una seguiriya espeluznante para la voz de Yuka Imaeda y el toque de su inseparable Chicuelo.
Katia Tsvetkova posee una personalísima visión de lo jondo, extrema y fascinante, sensual y categórica en la farruca. Karen Lugo asombró con la petenera huasteca preñada de ritos ancestrales sobre la muerte, algo tan familiar a su país de origen, México, y la tierra. Con el ritmo hipnótico de la mandíbula de caballo y un vestuario igualmente hipnótico. Luego volvió con la pieza Flamenconautas, un impresionante paso a dos con José Maldonado tan virtuoso como emocionante, visceral, radical, absoluto.
Maldonado se inventó en el Zorongo un nuevo concepto del sombrero como complemento jondo. Y es que si la compañía funciona como un reloj, por la entrega de los intérpretes al grupo y porque Latorre es hoy por hoy el coreógrafo flamenco que mejor sabe mover a un grupo en escena, las individualidades son impresionantes. Carmen Coy interpreta la Escuela Bolera de una forma antiacadémica insuflando nervio, intensidad, al legado de los Pericet de tal manera que podemos decir que, con zapatillas y castañuelas, inventa un género. Yuka Imaeda remedó el eco de La Paquera y se dio su vueltecita. Ana Chiu es el desparpajo, no exento de rigor técnico, sobre las tablas. Gabriel Matías la frescura naif.
El Ballet Flamenco en su segunda acepción es lo que pudimos disfrutar, en un formato más reducido, en el espectáculo No pausa de la Compañía de Daniel Doña. El Ballet Flamenco entendido no para una gran formación sino para un conjunto de cámara que articula los lenguajes de lo jondo con el ballet en el llamado clásico español. Flamenco, escuela bolera y clásico español con una protagonista, la coreana Soujung Youn, que se presenta sin énfasis sobre sus orígenes geográficos. Que una de las mejores bailaoras de danza española de hoy proceda del lejano oriente ya no es una sorpresa para el aficionado. Impresionante la bailaora en la rondeña así como en los pasos a dos y en los números de grupo. Doña y los suyos pusieron en escena clásicos de lo jondo como la taranta y la levantica del Cojo de Málaga, pero también la petenera del Mochuelo, los verdiales e, incluso, el fandango de Santiago de Murzia. Es decir que la vanguardia de la danza española está brotando hoy a partir de una profunda inmersión en la historia de este arte.
De nuevo volvemos al gran formato con el Ballet Flamenco de Andalucía, que tuvo también su día grande en el Festival de Jerez que concluyó anoche. La propuesta se llama Flamenco, tradición y vanguardia y, como en las anteriores, nos encontramos ante una orientación historicista, principalmente en la forma de una evocación de las coreografías de Vicente Escudero. Lo mejor es cuando las propias coreografías del bailaor vallisoletano, sin añadido alguno, entran en escena, como en la paso a dos de Martí Corbera y Sara Jiménez, esta última en el papel de Carmita García, la compañera de tantos años de Escudero.
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