El tráfico en las ciudades, un veneno ruidoso
Tribuna
Cómo nos afecta desplazarnos y qué hacer para una movilidad más sostenible

La democratización del vehículo personal ha supuesto que en España haya aproximadamente siete vehículos por cada diez habitantes. A día de hoy, tener un vehículo, como el coche, no solo es un símbolo de estatus, sino que, además, en el inconsciente colectivo se ve como una herramienta necesaria para llegar rápidamente a nuestro puesto de trabajo.
Pero, ¿será verdad que en nuestro vehículo llegamos antes que en cualquier otro medio de transporte? Y, si así fuera, ¿cuáles serían las consecuencias de querer llegar antes a nuestro destino? A lo largo de estas líneas comprenderás cómo hemos llegado a esta situación, los impactos del tráfico en nuestra salud y qué hacer para ponerle freno, nunca mejor dicho.
La falsa sensación de inmediatez
En 2018, Deliveroo hizo un estudio para determinar de qué forma era más rápido repartir en las ciudades. La conclusión fue que, en trayectos dentro de entre uno y ocho kilómetros dentro de la ciudad, la bicicleta llegaba antes a su destino que el coche y la moto. Y es que la bicicleta no entiende de atascos ni de dar vueltas para encontrar aparcamiento.
Sin embargo, nuestra primera opción suele ser conducir porque la comodidad que proyectamos en nuestra mente nos genera la falsa sensación de que vamos a llegar antes, aunque haya mejores opciones. Esta falsa sensación de inmediatez contribuye a que en una ciudad como Sevilla se concentren casi 900 000 vehículos a diario en sus calles y que ello empeore la calidad del aire.
Pero no es necesario vivir en una gran ciudad para que la calidad del aire no sea buena. La contaminación atmosférica es el principal riesgo medioambiental para la salud humana en la UE y, en 2021, el 97 % de la población urbana de la UE respiró concentraciones de partículas menores de 2.5 micras (las PM2.5, relacionadas con el tráfico) superiores a las recomendadas por la OMS.
Las consecuencias de nuestra comodidad
Es curioso que los primeros ingresos hospitalarios, entre 0 y 15 días después de un pico de contaminación atmosférica, causen en España 10 000 muertes anuales. Este dato deja de ser curioso cuando conocemos que el ruido del tráfico incrementa los ingresos por motivos cardiovasculares.
Pero también nos afecta a medio y largo plazo cuando respiramos contaminantes relacionados con el tráfico, como el dióxido de nitrógeno (NO2), las PM2.5 y el ozono (además de otros compuestos químicos que emite el tráfico y que también respiramos). Estos producen en España más de 20 000 muertes anuales.
Respirar aire contaminado puede acarrear, además, un buen surtido de patologías que merman nuestra calidad de vida: problemas de desarrollo cognitivo en niños, ansiedad y depresión en adultos, nacimientos prematuros, diabetes y obesidad, enfermedades cardiovasculares y respiratorias, enfermedades neurodegenerativas como el párkinson, y cáncer de pulmón y mama, entre otros.
Más restricciones, mejor salud
El Parlamento Europeo publicó recientemente una nueva Directiva de Calidad del Aire que viene a reducir los valores límites de los contaminantes atmosféricos relacionados con el tráfico a fin de equipararlos a los recomendados por la OMS. Además, incluye el derecho del ciudadano a querellarse por daños a su salud, por lo que podremos recurrir ante episodios de contaminación atmosférica que nos afecten.
No son tan buenas noticias cuando vemos que, si estos nuevos valores límite entraran hoy en vigor, prácticamente todas las ciudades españolas los incumplirían. El trabajo de las administraciones españolas va a tener que ser titánico para llegar a cumplirlos antes de 2030 como dicta la nueva Directiva.
Para hacer frente a ello, en las ciudades españolas de más de 50 000 habitantes se deben implantar las zonas de bajas emisiones (ZBE) a fin de mejorar la calidad del aire y mitigar el cambio climático. La mayoría de estas se encuentran en trámites de aprobación o no han presentado proyecto siquiera. Otras ZBE se están implementando en zonas donde no hay residentes y que, por tanto, nadie se beneficia de una mejora en la calidad del aire.
Son los ayuntamientos los que deben velar por nuestra salud en este ámbito y, a la vez, ofrecer alternativas a las restricciones y a los retos que plantean las ZBE, como mejorar las conexiones de los carriles bici y de transporte público a la vez que las electrifican y abaratan los billetes.
Entonces, ¿cómo nos movemos?
Para ir a otra ciudad debemos pensar primero en el transporte público. Y es que muchas ciudades están muy bien conectadas con otras a través de tren, metro o autobús (en los dos primeros puedes incluir tu bicicleta para llegar más rápido), lo que reduce el riesgo de accidente en carretera a la vez que permite dedicarnos a otras tareas durante el recorrido. Son desplazamientos más económicos. Si no queda otra, siempre podemos compartir el coche y dividir nuestras emisiones.
Dentro de la ciudad, la bicicleta es la reina indiscutible. Pero hay más opciones. Cada vez más patinetes eléctricos y bicicletas eléctricas frecuentan nuestras calles. Tienen cero emisiones directas de contaminantes, con lo que mejoraría la calidad del aire de nuestras ciudades a la vez que se mitiga el cambio climático. Si optamos por andar o coger la bicicleta, además, estaremos ejercitando nuestro cuerpo, de manera que mejoramos nuestra salud.
Lo mejor que podemos hacer es dedicar tiempo a planificar los desplazamientos, más aún cuando estos son frecuentes. Puedes usar una app como Google Maps y seleccionar cómo llegar a tu destino a pie, en bici o en transporte público y explorar las diferentes opciones. Pero si tienes que moverte dentro de la ciudad, tenlo claro: la bicicleta gana siempre en términos de tiempo. Además, tu salud, tu bolsillo y el medioambiente te lo agradecerán.
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