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Cientos de personas, entre ellas los reyes noruegos, han acudido a la celebración en la catedral de Oslo de una misa en memoria de las al menos 92 víctimas mortales del doble atentado del viernes en Oslo y en el campamento juvenil de la vecina isla de Utoya.
"He venido aquí porque una de mis alumnas, una fantástica activista política de 21 años a la que yo conocía bien, murió asesinada en Utoya", explicó visiblemente emocionado el profesor de Derecho de la Universidad de Oslo, Mads Andenas, que guardaba su turno en la fila de acceso al templo.
Su sobrina también estaba en el campamento de la juventudes socialdemócratas, en el que se encontraban 560 personas cuando se produjo el salvaje tiroteo que acabó con la vida de al menos 85 personas, en su mayoría menores de 20 años. "Pero consiguió escapar indemne", acertó a decir Andenas antes de que se le quebrase la voz y comenzase a llorar.
En un país pequeño, de apenas cinco millones de habitantes y gran parte concentrada en Oslo y sus alrededores, muchas personas han sentido muy de cerca la doble masacre. Freddy Fensen, vecino de la cercana localidad de Moss, aseguró a Efe desde la fila que una amiga de su hija estaba en Utoya, "pero consiguió escapar... por suerte".
"Vengo solo a la misa. Por respecto a las víctimas", explicó pocos minutos antes de que empezase el servicio religioso a las 11 de la mañana tras un largo redoble de campanas.
Junto a él caminaban los veinteañeros Eivind Pilskog y Roy Erik Indrebo, conmocionados por la tragedia nacional que ha sufrido Noruega y, en especial, por la juventud de muchos de los fallecidos. "Nunca podría haberme imaginado que algo así podía suceder aquí. No tiene ningún sentido, ninguna lógica", comentaba a Efe Pilskog, que aseguró que hasta ahora siempre había tenido un "sentimiento de seguridad" en su país.
Los alrededores de la catedral de Olso, en el centro de la capital y a escasos metros del barrio gubernamental sacudido por el coche bomba, han estado tomados por miembros de la policía, el ejército y los bomberos.
Pese a la dimensión de la tragedia, la mayor desde la II Guerra Mundial según el primer ministro del país, Jens Stoltenberg, la tranquilidad reinaba en Oslo, tan sólo dos días después del doble atentado.
La multitud de noruegos que se ha acercado al templo -para asistir al servicio religioso, depositar flores y velas frente a la entrada- se comporta, en medio de un denso silencio, de manera extremadamente correcta y ordenada.
El viernes por la tarde un potente artefacto estalló frente al Ministerio de Petróleo y Energía -lo que causó siete muertos- y luego un hombre disfrazado de policía entró en el campamento de Utoya y disparó indiscriminadamente contra los jóvenes durante hora y media.
La policía ha detenido a un único sospechoso por el momento, un noruego de 32 años llamado Anders Behring Breivik y de posturas ultraderechistas y fundamentalistas cristianas, que ya se ha confesado autor de los dos ataques.
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