Juan Rodríguez Garat | Almirante retirado

Si sale con barba, san Antón

El autor sostiene que ni el propio Donald Trump está seguro a estas alturas de qué imagen quiere dejar para el legado en temas de seguridad internacional

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. / EP

26 de enero 2025 - 07:00

SE cuenta que un talentoso pintor, cansado de las desmedidas alabanzas de quienes le felicitaban por la belleza de los rostros en sus pinturas religiosas, les confesó el secreto de su éxito: “Si sale con barba, san Antón; y si no, la Purísima Concepción”

Quizá sea esa la mejor repuesta que, a fecha de hoy, podemos dar al acertijo que supone Donald Trump en el terreno de la seguridad internacional. El reelegido presidente de Estados Unidos ha comenzado su mandato demostrando firmeza en las políticas sociales y económicas que le han llevado al poder. De cara al exterior, tiene también clara su estrategia de confrontación, con China en particular y con los excesos del globalismo en general. Todo se resume, en definitiva, en su eslogan de America First, quizá las dos palabras que mejor expresan su visión del mundo y que más atraen a sus votantes.

No ocurre lo mismo, sin embargo, con su política de seguridad. ¿Quiere Trump pasar a la historia como el pacificador, el presidente capaz de erradicar la guerra de la faz de la tierra? ¿O prefiere disputar a Putin el puesto de abusón del patio del colegio global, como sugiere esa “no renuncia al uso de la fuerza” para convertir Groenlandia y el canal de Panamá en su mejor legado para la posteridad? Creo que ni siquiera él está seguro a estas alturas de cuál imagen le seduce más. Y eso que Trump, que ha dictaminado que bajo su mando sólo habrá dos sexos, debería saber mejor que nadie que su legado será vaca o buey, pero no las dos cosas a la vez.

El caso es que el comandante en jefe del Ejército más poderoso del planeta no parece saber muy bien lo que hacer con él. Si le sale con barba será san Antón y, si no… ya veremos. Mientras él deshoja la margarita, los europeos debemos pensar en cómo convivir con el republicano durante los próximos cuatro años; y, lo que es más importante, cómo convivir con sus votantes, que no van a desaparecer cuando termine esta legislatura.

Mientras él deshoja la margarita, los europeos debemos pensar cómo convivir con el republicano"

En el terreno de la seguridad, la alianza entre Europa y Estados Unidos, materializada por la OTAN durante los últimos 75 años, ha quedado desequilibrada desde el final de la Guerra Fría. La URSS era una amenaza para todos, pero la actual Rusia ya no da miedo a los norteamericanos. Trump lo acaba de dejar muy claro: “hay un océano en medio”.

En la cumbre de Madrid, en 2022, la OTAN trató de restablecer el equilibrio abriéndose a un enfoque 360 grados que contemplaba a China, la potencia que de verdad inquieta hoy a Estados Unidos, como un rival de todos. Daba así argumentos a los políticos moderados en Washington –donde sigue habiendo una clara mayoría que apoya a la Alianza– para defender a la OTAN como una herramienta útil para Estados Unidos y no un mero paraguas pagado por los contribuyentes norteamericanos para dar seguridad a los desidiosos europeos.

Hoy es más importante que nunca el quid pro quo. Pero, por desgracia, la volatilidad que esperamos de Trump hace más difícil que Bruselas y Washington vayan de la mano. Sirvan de muestra las declaraciones de Elise Stefanik, designada por Trump como su futura embajadora ante la ONU, reconociendo el “derecho bíblico” de Israel a la soberanía sobre toda la Cisjordania. Ningún país europeo podría seguir aguas a Estados Unidos en políticas de este trazo.

En estas complejas circunstancias, ¿qué puede hacer la Unión Europea por su seguridad? Se me ocurren dos alternativas. En primer lugar, podemos alzar los brazos sobre nuestras cabezas para protegernos de los golpes que nos van a llegar de todos lados mientras dure el mandato de Trump. Pero eso supondría ignorar las inquietudes del pueblo americano que le ha elegido, seducido una vez más por la misma tentación aislacionista que precedió a las dos guerras mundiales del siglo pasado. Y no queremos que les ocurra lo mismo a nuestros hijos.

Europa jugó un decisivo papel en la evolución de la humanidad, pero el modelo murió de éxito"

Europa puede también esforzarse por adquirir una capacidad disuasoria propia, fácilmente canjeable por influencia política en el terreno de las relaciones internacionales. Como militar, nada podría hacerme más feliz; pero sería utópico pensar en un Ejército europeo sin una mayor cohesión política entre las naciones. Europa no es una unión de Estados. Está formada por pueblos que recelan unos de otros y que guardan en su memoria deudas históricas nunca saldadas. Está dirigida por políticos que anteponen sus ideologías –cuando no sus perspectivas electorales– al bien común de los europeos. No, no parece posible poner el carro delante de los bueyes.

Probablemente, la débil Europa del siglo XXI se verá obligada a seguir un camino intermedio. Reforzaremos la cooperación en asuntos de defensa entre las naciones, pero sólo hasta donde lleguen los intereses de nuestras industrias. Gastaremos más en defensa pero sin siquiera centrar el problema estratégico, que exigiría que reconociéramos que lo que nos da miedo no son las fragatas rusas o sus carros de combate, muchos de ellos cochambrosos, sino el chantaje que nos hace Putin a cuenta de un arsenal nuclear para el que Europa no tiene ni vacuna ni antídoto.

¿Dónde nos deja eso? Seguramente donde merecemos. Europa ha jugado un papel decisivo en la evolución de la humanidad, pero nuestro modelo quizá haya muerto de éxito. Nuestra andadura histórica no ha sido un fracaso, todo lo contrario, pero –y ésta es una constante en la historia de la civilización– se ha visto superada por la de otros pueblos más jóvenes y con menos que perder. Quizá ha llegado el momento en que, sin renunciar a nuestros valores, entendamos que ya no tenemos la sartén por el mango. Que podemos jugar un papel, sí, pero sólo dentro de unos estrechos límites que van a ser definidos por otros. Que, en definitiva, se nos impone el pragmatismo: nos guste o no, si sale con barba será san Antón y, si no, la Purísima Concepción.

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